Larga es la noche


De la serie Sólo presagios (revelado al cromógeno).
Foto: Juan Carlos Reyes

Renzo D´Alessandro

“Cuando llegó la noche, nadie logró gritar, ni siquiera se escuchó un bramido o algún signo de sufrimiento”. Así describe André Adamek La gran noche en su novela apocalíptica. En la ficción, “la noche” representa la podredumbre humana ante una catástrofe atómica. Tiempo después, el sociólogo camerunés Achille Mbembe escribe un ensayo de filosofía política titulado “Salir de la gran noche”, que constituye una denuncia al post-colonialismo en África. En su disertación, “la noche” es la penumbra histórica de un continente sometido por intereses europeos y estadunidenses mediante políticas económicas y sociales aberrantes y deshumanizadas.

Hoy, “la noche” habita ya en México. Superando a la ficción y al ensayo, vivimos un híper-realismo-surrealista donde el derecho se antepone a la justicia, y predomina una violencia ilegítima e impune.

La ilegitimidad se basa en la disuasión generalizada de nuestra capacidad crítica. Basta con ver las noticias, nada alentadoras, y analizar la construcción mediática de “la realidad”. Los medios de comunicación siguen embebidos en la “gran fuga del Chapo”, sin duda una gran veta para potenciar las ventas. Para una población a la cual la televisión le suplanta la capacidad generadora de conciencia ¿existe algo más atractivo que un bandido escapándose en motocicleta de la cárcel por un túnel? ¿No es acaso un desenlace liberador que en este país oprimido y maniatado por su ignorancia un narcotraficante se convierta en el antihéroe que nos reivindica?

El derecho, en las antípodas de la justicia. La disuasión mediática que utiliza la clase política pretende distraer de la atención pública los ajustes y recomendaciones estructurales dictados al gobierno mexicano que éste cumple obediente. Las reformas proponen un orden jurídico que atenta contra la justicia social, pero quienes las han impuesto, lejos del desprecio han sido recibidos junto a su séquito como parte de la monarquía. Tanto en Inglaterra como en Francia, la alcahuetería manifiesta agradece una oligarquía tan presta a rematar la soberanía nacional (incluidos territorios, bienes y servicios)  en favor de intereses privados globales. La información que se conoce sobre la Ronda Uno para la privatización del petróleo muestra que la corrupción y el amiguismo siguen vigentes. La reforma al sistema de salud, asunto fundamental para los trabajadores, muestra el lado más perverso de la austeridad social. Se propone suspender la atención dentro del sector público de enfermedades crónico-degenerativas como el cáncer y la diabetes. Esto resulta patético, y paradójico dado que el mismo gobierno federal —a través de Sagarpa y Semarnat— ha hecho todo lo posible por imponer un modelo de alimentación transnacional y de conservas provenientes de la producción industrial, agro-tóxica y transgénica que, como lo ha denunciado la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad, es altamente cancerígeno y dañino para la salud humana y los ecosistemas.

Aunado a esto, se impulsa una Cruzada contra el Hambre emprendida por Sedesol, que ofrece una bomba diabética a las comunidades beneficiarias, en su mayoría indígenas, y es promovida por el gobierno en contubernio con las transnacionales alimentarias.

Este gobierno pone al derecho positivo en las antípodas de la justicia social, y deja a los ciudadanos como rehenes sin voz ni derechos sociales anhelando cambios a partir de una democracia electoral basada en la simulación, y sometiendo a la población a la marginación de quienes sólo ven posibilidades de supervivencia adhiriéndose a las estructuras de la violencia, sean las “formales” dentro del Ejército o la policía, o las “informales” del narco y otras formas de delincuencia. Oprimidos por una clase política que se mimetiza con el crimen organizado, vemos cómo no cesan de destruir la justicia social y cualquier proyecto de bienestar. Traicionan a la ciudadanía, luego a la burocracia, posteriormente a sus aliados partidarios con los que impusieron sus mayorías legislativas, y a los sindicatos; ahora a empresarios e inversionistas. Muy pronto comenzarán las traiciones en el seno del poder, como sucedió al final del primer sexenio salinista.

Violencia ilegítima e impunidad. ¿Habitamos una larga noche? La respuesta está en la actitud defensiva del Ejecutivo al justificar las acciones de Sedena. El Ejército ha preferido apostar por su propia “ética”, coludirse con el narco y “abatir a todo aquello que desde su perspectiva sea delincuencia”, subjetividad peligrosa, ya que ellos deciden quién es perseguible.

En este contexto, el gobierno actual lanzó —sin mayor explicación— la “Operación Dragón”. Dadas las evidencias en Ayotzinapa-Iguala, Tlatlaya, Apatzingán, Encuandureo-Tanhuato su método es desaparición forzada, tortura, ejecuciones, escuadrones de la muerte, paramilitarismo y, ante todo, impunidad. La vieja fórmula sigue funcionando: hostigar, comprar o matar, y después declarar una verdad histórica que exculpe a quienes “atacan a los malos y por nuestro bien”. El Estado y sus secuaces usan la noche como escudo, no sólo por su alevosía ilícita desde el plano estratégico, sino como una expresión del rostro obtuso de un gobierno y un sistema político, y de su propia oscuridad.

Su actividad represiva no paró con la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa sino que ha clonado el estilo de represión en Atenco con la desproporcionada violencia contra el magisterio en el famoso “Acapulcazo”, o el despojo ilegalmente-legalizado del bosque de San Francisco Xochicuatla, patrimonio de las comunidades otomíes del Estado de México. Es solapar los megaproyectos en los territorios yaquis; o la imposición de una autopista sobre la laguna del Suyul en Chiapas; el hostigamiento en el ejido Tila y el intento de apropiación del acceso a las cascadas de Agua Azul en San Sebastián Bachajón; es el acoso paramilitar en Las Margaritas. O la violencia directa de escuadrones del ejército que gritan vivas a los Templarios en Michoacán, que matan a un menor de edad  y hieren a otros tres en Ostula, tras capturar a Cemeí Verdía y sumarlo a la lista de presos políticos entre los que está Nestora Salgado. Actúan sin dar explicaciones ante la violencia como su medio y fin, dirigida contra estudiantes y periodistas en Veracruz, contra artistas que defienden el Cerro del Fortín en Oaxaca, contra jornaleros agrícolas oprimidos por las empresas en Baja California. Están las ejecuciones de jóvenes en Zacatecas o el hostigamiento y represión contra cientos de comunidades campesinas de Morelos, Puebla y Tlaxcala que obstaculizan los ductos del Plan Integral Morelos.

El 18 y 19 de julio, mientras el PVEM refrendaba su operación de mega-mapachería, en Chiapas hubo media centena de normalistas detenidos, y en Michoacán otros cincuenta, más el hostigamiento militar cotidiano en Tlapa, Tixtla y en general la sierra de Guerrero.

Gradual centroamericanización. ¿Alguien cree a estas alturas que gobierno y crimen organizado son entidades diferentes? Desde la operación política para las elecciones en 2006 y 2012, el Estado perdió la oportunidad de consolidarse como garante de una democracia moderna, intercultural y representativa, basada en el cumplimiento de los derechos consagrados por luchas históricas. En su lugar, los gobernantes en turno prefirieron un Estado fallido y mínimo, lo suficientemente vulnerable para consolidar el extractivismo, depender de las importaciones y proteger las inversiones extranjeras; frágil en su sustancia democrática pero sólido en su capacidad represiva. Apostó por la noche, presto a asegurar el despojo de los territorios. Busca mantenernos en una oscuridad perpetua. Ya advirtieron los zapatistas: “viene una gran tormenta”. Y viene disfrazada de progreso. La fórmula zapatista es cada día más vigente: organizarnos en resistencia rebelde. Mientras escuchamos el eco de sus voces, sigue creciendo nuestra noche. Se expande la violencia ilegítima con su impunidad. Hay llantos que velan a un niño asesinado en Ostula, se siente el vacío de 43 literas en una normal, se oye el silencio que antecede al grito. México se parece, en su noche, a San Salvador, Ciudad de Guatemala, Tegucigalpa. Con el señuelo “norteamericanista” nos condujeron a una militarización gradual y amenazante. La noche oscura mexicana apenas comienza y amenaza ser larga. ¿Lograremos resignificarnos y construir una conciencia colectiva que nos lleve al alba?