Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 9 de agosto de 2015 Num: 1066

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Martí Soler:
Variaciones de
voz y cuerpo

José María Espinasa

El lugar de
los encuentros

Ricardo Venegas entrevista
con Sergio Mondragón

Latinoamérica en los
ojos de Heinrich Böll

Ricardo Bada

Heinrich Böll en
traje de clown

Lorel Manzano

Tres veces vi
el alma, tres

Taymir Sánchez Castillo

Óscar
Edgar Aguilar

Selva Almada y la
violenta claridad
del lenguaje

Luis Guillermo Ibarra

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 
 
José María Espinasa

Poesía en estado puro

Trazar un retrato de Martí Soler como poeta es complejo. Hay demasiadas cosas que estorban. Cómo olvidar, por ejemplo, su constante labor como editor en el Fondo de Cultura Económica en dos diferentes etapas, en Siglo XXI, Umbral (su propio sello editor) y en innumerables proyectos de diferente calado, incluida una longeva revista en catalán –Pont Blau– que consiguió mantener viva hasta hace unos años. La historia de la edición mexicana de los últimos cincuenta años tiene en él una figura central, de ésas que, como su contemporáneo Gerardo Deniz, no sale todos los días en los periódicos pero sin las cuales los periódicos no saldrían todos los días. No puedo decir cuándo conocí en persona a Martí Soler, pero en mi recuerdo como editor siempre estuvo ahí, presente, como el maestro siempre generoso y dispuesto a compartir los secretos de un oficio que compartimos.

¿Y como escritor? Recuerdo bien un delgado libro de poemas escritos en catalán, en un papel amarillo ya ajado que leí y releí cuando durante un tiempo trabajé en un proyecto frustrado: los poetas catalanes en México, basado en la hipótesis de trabajo de que, en nuestro país, los escritores catalanes que llegaron con el exilio, desde los ya famosos, como Josep Carner, pasando por los que adquirieron fama en México, como Agustí Bartra, hasta los más jóvenes como Ramón Xirau y Martí Soler, que se hicieron en México, pero conservaron el catalán como lengua para su poesía, de que aquí la relación con el español no fue la de la lengua enemiga, ni siquiera la de la lengua alterna, sino la de la lengua visible junto a la subterránea, de la cual se abrían las puertas cada que intentaban escribir poesía.

Ese libro, que ahora he buscado y no encuentro, estaba dedicado a mi padre, unos años mayor que Martí, también llegado con el exilio español, y dejó en mi recuerdo una huella perdurable. Lo cual me llevaba a preguntarle cada vez que lo veía si seguía escribiendo poesía, a lo que respondía con un gesto que podía significar cualquier cosa. En todo caso, yo no había vuelto a leer nada de poesía suya hasta que hace unos años me dijo, para que ya no le preguntara pensé entonces, que ya había entregado al FCE un libro de poemas. Yo, que soy además de necio un poco impertinente, todavía me atreví a preguntar si escritos en catalán. Y hace unos meses ese libro apareció con el título de Variaciones de voz y cuerpo.

Cuando lo leí traté de olvidarme del Martí editor y amigo para juzgarlo sólo como poeta. Imposible, inútil el esfuerzo, y además vano e innecesario, porque la idea misma del poeta puro es tan absurda como la de la poesía pura. No es que la pureza sea un defecto (o una virtud), es que es una quimera. De la misma manera uno no es nunca un lector puro y está siempre atravesado por experiencias y sentimientos, incluso cuando lee a un escritor muy distante en el tiempo y en la lengua, un poeta chino del siglo tres antes de Cristo, pongamos como ejemplo, aunque supongo que entonces y allí no se fechaba así la duración. Pero también la noción de poesía o poeta impuro es un absurdo, porque ese género y ese gesto sí reclaman una condición de pureza.


Foto: Roberto García Ortiz/ La Jornada

Leámoslo entonces como un poeta chino de hace dos mil años. El libro se abre con un poema en catalán con traducción del propio poeta, “D´ocasions”, en el estilo del poema alterno de Tablada, mismo que fija a la vez una estética de lo cotidiano y una formal, diálogo no sólo entre versos, sino cruzado el medianil, entre lenguas. Los psicólogos del lenguaje dicen que no se puede pensar simultáneamente en dos lenguas, en todo caso sólo sucesivamente, y que en esa incapacidad reside la dificultad que se tiene para hablarlas (en sentido amplio). Los poetas, y de manera subrayada los poetas catalanes que escriben en México, dicen lo contrario. Pero, recuerda, si quieres ser consecuente, que en la China de hace veinte siglos no se había inventado (o sí) la imprenta ni existía todavía el catalán.

Cambiemos de estrategia: Martí es un poeta de reciente aparición ante los ojos del lector, un poeta joven de la nueva hornada que nos habla de su vida, sus amores, sus hijos, su oficio. ¿Qué edad tiene un poeta sino la de los años en que publica? Una curiosa modalidad de las ediciones de poesía del fce es no dar información sobre el autor, como una manera de sacarlo del tiempo y acercarlo a la imposible pureza de una escritura fuera del tiempo. Pero la poesía de Martí está plenamente unida al tiempo, a su tiempo, por eso entran en la escritura el señor Garamond y la línea linotípica. Así, lo que su poesía reconstruye es la pertinencia de la mirada de un hombre sobre su mundo. Así, a la respuesta a mi pregunta sobre si seguía escribiendo, el poeta contesta que sí, aunque no publique, o incluso aunque no escriba, si entendemos por eso poner sobre la página palabras, pero que no puede dejar de mirar el mundo escribiéndose en el acto de vivirlo y habitarlo.

Por eso Variaciones de voz y cuerpo es un libro de poemas de amor, porque la voz y el cuerpo del título no son metáforas o ecos sino realidades. La poesía catalana tiene esa marca muy profunda, la del amor, ya en la Provenza y Occitania medievales, cuando era sólo una posibilidad dentro del latín, y algo de esa condición de amor está también en la poesía mexicana del siglo XX, a la que esos poetas se integran plenamente. Martí Soler, por ejemplo, tiene que ser incluido ya en la llamada generación hispano-mexicana.

De esta manera, las dificultades para leer su poesía se van allanando con facilidad al aproximarse, hasta volverse el mismo rostro los bocetos hechos por el tiempo. Sus lectores, los que lo lean como un escritor chino –sinónimo de catalán– o como un joven poeta mexicano, encuentran en esas variaciones lo que llegaron a buscar, lo imposible: poesía en estado puro.