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Nosotros ya no somos los mismos

Recuerdos para los viejos y nuevos compañeros de viaje

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Fidel Castro pronunció el 6 de agosto de 1960 un histórico discurso en La Habana. Ante una multitud entusiasmada dio a conocer una lista de 26 empresas que serían nacionalizadas. La mención de cada uno de esos nombres fue seguida por aplausos y un coro de miles de voces. La fotografía corresponde a mayo de 2004Foto Notimex
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n recuerdito para Lourdes Patiño, las Huerta: Andrea y Eugenia; para los Fitos: Sánchez Rebollar y el imprescindible Fito Sánchez Vázquez. Y para don Jenarito Villamil: Viejos y nuevo compañeros de viaje (s).

El 6 de agosto, desde que tengo uso de razón (obvien el gracejo, los dizque amigos), es para mí un fecha de gran importancia: en la metrópoli de la que soy originario, ese día está consagrado al Santo Cristo de la Capilla, patrono de facto, de los saltillenses. Oficialmente lo es el apóstol Santiago, quien habita la mayor parte del tiempo, en el altar principal de la catedral. Sin embargo, cada año, en acatamiento a la ley de usos y costumbres, Santiago es víctima de un juicio de desahucio y, durante el novenario en el que se exalta al Santo Cristo, debe ceder a éste, que es evidentemente su superior jerárquico, el sitial de honor. O sea que devoción, rating y jerarquía, matan derecho de uso de suelo. Pues a partir del 6 de agosto de 1960, esta fecha mágica de mi infancia, recibió otra carga emotiva tan intensa como la del día que yendo a ofrecer flores, la mezcla de diversos aromas se unió al del incensario que portaba, y comencé a hacer toda clase de desfiguros frente al altar, pues estaba seguro que la Virgen del Sagrado Corazón me hacía señitas.

6 de agosto de 1960. La Habana, capital de la Nueva Cuba. Estoy inmerso en una calurosísima tarde, renegando de un sol que no se resigna a cumplir su horario y desaparecer. Al entrar al deportivo en el que se llevará cabo la clausura del Congreso Latinoamericano de Juventudes, mis reflejos chilangos me impulsan a practicar los imprescindibles codazos que me permitan colarme y avanzar hasta las filas de adelante (a la vista del candidato). Pierdo a mis compañeros Humberto Hiriart y al Chacho Garza y de pronto quedo inserto en una auténtica Torre de Babel (era una sección para delegaciones fraternales de países más allá de nuestro continente), en la que se hablaban idiomas tan diversos como incomprensibles: finlandés, sueco, ruso, francés, coreano, inglés. Pero, ¡oh maravilla!, contra lo sucedido en la fracasada edificación del rascacielos bíblico, en la que Yahveh, mosqueado por una filtración informativa de fuentes generalmente bien informadas que aseguraba la insolente pretensión de los hombres (tatarabuelos o choznos profesionales de Gustav Eiffel), de pretender colarse al cielo (por un túnel ascendente), sin la imprescindible autorización migratoria, les aplicó el arraigo por medio de una ingeniosísima medida precautoria: los incomunicó: de la noche a la mañana cada grupo comenzó a hablar un lenguaje diferente. (Véase el capítulo 11 del Génesis). Igual que en un Consejo Nacional del PRD, cada tribu se aplicó a la búsqueda de sus prebendas, pero a Yahveh, un nuevo pacto por el paraíso, ya no le interesó.

En La Habana sucedió lo contrario: aquí, pese a la variedad de lenguas podíamos entendernos: no sabíamos quiénes éramos, apenas adivinábamos de dónde veníamos pero, eso sí, todos estábamos seguros de a donde queríamos llegar. Los nombres propios se convirtieron en los de nuestros lugares de origen: Helsinki, Kiev, Leipzig, Barcelona, Roma (y la Romita), Bournemouth, Boston, Sicilia o Saltillo. Nos abrazábamos, bailábamos (aquí los cubanos y brasileños eran políglotas), cantábamos. Era increíble oír, en el más profundo cante hondo: “Fidel, Fidel, que tiene Fidel, que los americanos no pueden con él…” o en el más agudo y penetrante yodel suizo A la Caridad del Cobre, la quieren hacer yanquista, pero no saben que es, miliciana y socialista. Dos veces se tuvo que tocar el himno nacional para que se hiciera un poco de silencio y alguien anunciara la intervención del comandante Fidel Castro. De nuevo la locura y otra y otra vez el himno.

Frente a nosotros, vestido con el uniforme de campaña del Ejército Revolucionario. Alto, barbado y con una presencia que ni Thor, Iron Man, el Capitán América o el gobernador Moreno Valle juntos, hubieran podido opacar, el comandante comenzó a hablar. Su discurso, si lo transcribiera e intentara comentarlo, agotaría muchos días de la edición completa de este diario. Quien se interese en conocer el texto completo hágamelo saber y le enviaré el link que le dará acceso directo.

Llevaba Fidel pocos minutos de su discurso, de aquellos de los inicios que retaban a la eternidad y a la elasticidad de las vejigas, cuando empezó a perder la voz. La reacción de la audiencia fue de sorpresa y desconcierto pero, de pronto, quienes jamás había podido decidir algo en toda su vida, decidieron de golpe: Fidel debía callarse. Los gritos de ¡Cállate Fidel! ¡Cuídate, Carajo! ¡Coño, chico, no jodas! que se provenían de todas partes del graderío, obligaron a Raúl a tomar el micrófono y hacerle ver a su hermano mayor que, (aunque a Aristegui, se los escamotearían 55 años después), las audiencias tienen derechos. Debo confesar que cuando el hermano menor calló al mayor, me dije: se calló uno pero se cayó el otro. Está por demás aclarar que mi prospectiva política volvió a fallar.

Mientras Fidel se dedicaba a tomar miel de colmena con ron, supongo, Raúl nos relataba una anécdota ocurrida en Guisa (provincia de Granma), durante uno de los más encarnizados combates en los que, pese a la decidida oposición de los compañeros oficiales, resultaba imposible retirar a Fidel del frente de batalla. En ese municipio, la tropa de la Columna No. 1, José Martí, que comandaba personalmente Fidel, misma que lo obedecía hasta la muerte, llegó al extremo mismo de la sublevación, con tal de impedirle dirigir personalmente la batalla desde la primera línea de fuego. Mientras que Fidel se recupera –nos dijo Raúl– leeré unas leyes revolucionarias que son el objetivo de esta reunión y que han provocado un enorme interés en ustedes, en el pueblo cubano y en todos los pueblos hermanos, porque hoy, aquí no hablará Cuba, sino toda América Latina.

En el momento culminante Raúl titubeó: no quiso apropiarse de esos minutos históricos e ingenuamente preguntó a su hermano si se sentía capaz de continuar (pregunta por demás retórica ésta, la de consultarle a Fidel si quería seguir hablando). Por uno minutos vimos (no podíamos oír nada), que movían sus brazos como molinos holandeses, luego Raúl se dirigió a nosotros y nos dijo: Una mala noticia para el imperialismo yanqui: le está volviendo la voz a Fidel. Vamos a hacer un pequeño esfuercito; él hablando bajito y ustedes haciendo silencio. Mientras, vamos a cantar el himno (veinteavo reprís) dirigido por Almeida. Pues esta vez, ni el respeto al canto nacional fue suficiente para contener a la enardecida multitud, cuando Fidel regresó al micrófono. Gritábamos, aullábamos en múltiples lenguas y, con palabras diferentes, pregonábamos lo mismo: el inalienable derecho de los pueblos a ser dueños de su destino.

Fidel expuso 12 razones que fundamentaban la primera gran decisión del gobierno revolucionario frente al imperio. Al terminar el último Por Cuanto, exclamó: Se dispone la nacionalización, mediante expropiación forzosa de… y comenzó a dar la relación de las 26 empresas estadunidenses más importantes, que eran las beneficiarias del trabajo esclavo y los recursos naturales de la isla. Llevaba unos cuantos nombres cuando mencionó: United Fruit Company. De inmediato, surgida quien sabe de dónde, la aguda pero potentísima voz de un guajiro se sobrepuso al estruendo y enmendó la plana: “¡Se llamaba!, replicó. Con agilísimo botepronto Fidel intervino: “Tiene razón el compañero. Se llamaba, porque a partir de este momento se llamará Pueblo de Guatemala. El ex presidente Jacobo Árbenz, derrocado por un golpe de Estado patrocinado precisamente por esta fatídica trasnacional, emocionado al extremo estrechó, en eterno abrazo, al comandante Castro. De allí en adelante, el nombre de cada empresa, cuya expropiación decretábamos (Sí, en primera persona del plural), era seguido por un grito estruendoso: ¡Se llamaba!

Al término de las 26 expropiaciones, Fidel todavía discurseó cerca de dos horas (¿en verdad se habría enfermado?, me pregunto todavía). Cuando al final, final, el comandante gritó su permanente proclama: ¡Patria o muerte! La respuesta que le llegó de todos los rincones del continente fue tan rotunda y sonora (de los pocos que quedamos y los muchos que ya vienen), que apenas el pasado jueves 6 de agosto, 55 años después, me rebotó de nueva cuenta en la cabeza, ¡Venceremos!

Twitter: @ortiztejeda