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La Habana-Washington, la difícil relación

Cada cubano ve, a través de los ojos de su generación, los nuevos nexos con EU

“Que vengan los americanos, pero aquí no se les ha perdido nada”
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Un cubano escucha música y consulta una red social en Internet, gracias a la señal gratuita en un parque de La HabanaFoto Ap
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Periódico La Jornada
Viernes 14 de agosto de 2015, p. 3

Por el Malecón, bordeando la bahía de La Habana, con la luna reflejada sobre el mar, circulan dos reliquias: Sabino, militar retirado, ahora taxista, y su almendrón, un elegante Ford Fairlane del 52 (Fol Farlán, dice él), vehículo hermoso, color marfil, asientos reconstruidos en vinil rojo en perfecto estado, manivelas originales y un pequeño ventilador fijo en el tablero. Echa humo y huele a gasolina, pero recientemente pasó el somatón, especie de centro de verificación a la cubana.

Sabino peleó al lado de Camilo Cienfuegos en la batalla de Yaguajay. Tenía 15 años y fue correo del frente guerrillero. Triunfante la revolución, su vida, llena de vicisitudes, transcurrió en las filas del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (Minfar).

Ahora, para redondear su magra jubilación, conduce a los turistas en su almendrón, un auto antiguo habilitado como taxi. Él y su Fol son una viva biografía sobre los efectos del bloqueo y del ingenio para sortearlo.

El almendrón es propiedad de Sabino desde 1965. Cuando fue joven tenía una moto. Pero llegaron los hijos, la familia creció. Y Sabino tenía un amigo que poseía un carro pero quería una moto. Entonces permutaron. El auto americano, de los miles que quedaron abandonados en la isla cuando sus dueños, los cubanos de la burguesía, abandonaron la isla, terminó en la cochera de Sabino.

Durante las cinco décadas transcurridas, el auto pasó más tiempo varado que circulando. Se rompía y no había refacciones. Tardaba meses, años, en conseguir el remplazo de alguna pieza. O simplemente no había gasolina.

Pero lo conservó y ahora, a sus 63 años, el carro vive un segundo aire, como otros miles que adornan con su belleza vintage el paisaje habanero.

El viejo soldado recurre periódicamente a la sabiduría de los curtidos mecánicos habaneros para poder pasar el somatón, la revisión obligatoria del estado del motor, llantas, frenos y condiciones de seguridad para los pasajeros que realiza la Empresa de Revisión Técnica Automotor en los autos antiguos. En los hospitales cubanos, el somatón es el ultrasonido para detectar tumores.

El Fol de Sabino, que no pertenece a las fabulosas generaciones de los Ford y los Chevrolet del 55, 56 y 57, según él las mejores, tiene el motor reconstruido con piezas fabricadas artesanalmente. Cada uno de sus aditamentos es postizo. Pero es un vehículo mimado. Aquí hay un trato entre él y yo. Él me da y yo le doy. Sólo dos personas tienen permiso de poner sus manos en ese volante: él y su hija, que es muy buena conductora. Ella es taxista de día, él de noche.

El viejo se considera un soldado de la revolución y, ante la gran novedad del restablecimiento de relaciones diplomáticas con el cercano enemigo, sólo levanta los hombros. “Que vengan los americanos, si quieren. Pero que tengan claro que ahí no se les ha perdido nada”.

Con todo y su ortodoxia, Sabino se adapta sin chistar a las nuevas condiciones. Cuando le toca, no pone reparos en llevar su almendrón a una chapistería privada.

El taller de hojalatería es otra tarjeta postal del momento cubano. Solía ser un taller estatal. Pero con la autorización de las cooperativas no agrarias y la determinación que tomó el gobierno en 2010 de reubicar al menos medio millón de trabajadores dependientes del sector estatal, el establecimiento se reconvirtió. Tenía 93 trabajadores. De estos, 60 aceptaron convertirse en cooperativistas y 33 renunciaron.

No les fue mal. Chapistean (hacen trabajo de hojalatería), pintan y tapizan con insumos que ellos mismos tienen que comprar y los administran cuidadosamente. Ya no hay robo hormiga. Rinden cuentas y pagan impuestos. El Estado ya no les proporciona el almuerzo; ellos lo compran y además contratan el transporte para que sus socios se trasladen de sus casas al trabajo. Aun así, con el prestigio que han adquirido y la buena clientela, lograron que su salario, que era de 400 pesos cubanos cuando eran empleados estatales (aproximadamente 450 pesos), aumentara a 500 pesos convertibles mensuales (9 mil 500 pesos).

¿Welcome?

Otro es el ánimo en la mesa que comparten seis jóvenes –25, 26 años– un sábado en la noche en La Chorrera, una terraza frente al mar, también en el Malecón. Es un sitio que sirve cerveza y sándwiches a buen precio y donde retumba música moderna.

“¿Los americanos? Que vengan, welcome, los esperamos con los brazos abiertos. Aquí nos hace falta de todo y ellos lo van a traer”, dicen ilusionados. Todos, menos uno, son egresados con título universitario y con empleo. El chico que no es profesionista es cuentapropista y gana un poco más que sus amigos. También es el que menos se queja.

Lo que tienen estos jóvenes no colma sus anhelos y aspiraciones. Anhelan tecnología, computadoras, conectividad, entretenimiento, ropa a la moda. Hablan de sus carencias con vehemencia. Demasiado jóvenes para poder referir su realidad a tiempos más duros –los 90, por ejemplo, los años del periodo especial, brutales– enlistan sus quejas. La más importante –ahí, en el bullicio de la música y con los dispensadores de cerveza que coronan cada una de las mesas a su alrededor– es la falta de opciones de esparcimiento.

Salir juntos a distraernos un poco, como ahora, es un lujo que nos podemos dar solamente una vez al mes, dice la chica que lleva la voz cantante. Ella trabaja en el sector punta de la biotecnología, y asegura que puede salir adelante más o menos, sólo porque su madre es médico en Venezuela y gana en divisas. Son, en suma, unos inconformes. Y tienen sus motivos.

Cada quien mira la realidad con su propio cristal. Y también desde la generación a la que pertenece. Nos cuenta un mesero de un hotel estatal que para mantener su puesto ha tenido que superarse mucho: “Cuba no está mal. Y ahora que vienen los americanos hay que defender lo que tenemos”. A sus 44 años y con cuatro niños que criar ya no estoy para aventuras, dice.

Otro empleado, uno que sirve en las pequeñas cafeterías de cuentapropia que proliferan cerca de los centros de trabajo, ahora que el Estado suspendió los almuerzos gratuitos, ya en su medio siglo de edad, califica diferente la realidad actual. “Vamos bien, si comparamos con el periodo especial. Eso fue fuerte, caballero. Vivíamos a oscuras. Yo era conductor de guagua y en mi tiempo libre tenía que ir al campo por dos boniatos (papas, camotes) para traerlos a la ciudad y comprar un jabón”.

La recuperación, un ciclo inconcluso

Muchos coinciden: en cuanto a las condiciones de vida de los cubanos, el periodo especial no duró una década, se prolongó bien entrado el 2000, con avances y retrocesos en las reformas fidelistas. Pero el aislamiento de los 90 se rompió:

Ese fue el genio político de Fidel. Desde los 90 hasta la fecha, el gobierno cubano se articula con el mundo globalizado sólo a base de acuerdos políticos, no económicos. Es el análisis de un reconocido intelectual que prefiere omitir su nombre.

En la cafetería contra esquina del Cementerio Colón –que vende en pesos cubanos y por lo tanto es súper austera– los parroquianos se detienen, toman una cerveza y siguen su camino. Ha anochecido y la calle está casi desierta:

Aunque algunos rubros de la economía se mueven y las condiciones de vida no son ya tan desesperantes como en los 90, la recuperación es un ciclo inconcluso.

Los indicadores económicos son elocuentes. En 2008, cuando Fidel se retira de los cargos de responsabilidad, el crecimiento del PIB es de cero. Y en 2009 es de debajo de cero. En los años siguientes esta cifra se mueve ligeramente hacia arriba. Los dos años pasados el crecimiento es de dos por ciento. Pero aún no se puede hablar de crecimiento. Ni de recuperación en la industria, la agricultura o el azúcar. La medicina, la biotecnología y el níquel, si bien son monedas de cambio importantes en el mercado internacional, no resuelven los rezagos.

Repasando los años 60, los 90 y el momento actual se ha hecho tarde. Nuestro interlocutor va lejos y debe correr para pescar la última guagua que va a sus rumbos, por Marianao.