15 de agosto de 2015     Número 95

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Guatemala

Pequeña agricultura y agroecología

Pablo Sigüenza Ramírez Colectivo de Estudios Rurales IXIM; estudiante de la Maestría en Desarrollo Rural de la Universidad Autónoma Metropolitana sede Xochimilco


FOTO: Manuel Antonio Espinosa Sánchez

La historia económica del campo en Guatemala ha determinado que casi 50 por ciento de los productores tenga en promedio media hectárea. Esto es, una porción de ellos cultiva aún en menos que eso. “Productores de infra-subsistencia”, les llaman los planificadores del gobierno para decir que su tierra no les alcanza para reproducir sus formas de vida de manera digna y plena. En contraparte, siguen existiendo grandes latifundios; concentraciones de mucha tierra en pocas manos.

Frente a esta desigualdad estructural, las estrategias de los campesinos para vivir son diversas. Muchos se ven forzados a migrar temporalmente a zonas de cultivo intensivo y allí venden su fuerza de trabajo. No es raro que el pago sea malo y las condiciones laborales también. Algunos migran a las ciudades a emplearse en trabajos domésticos, de albañilería o en comercio informal.

Pobreza y hambre son males cotidianos. Pero las familias rurales no son pobres porque quieren. De cada acción y trabajo que hacen, alguien más se aprovecha. Cuando el campesino/a quiere vender su producto agrícola, su artesanía o sus tamalitos, el precio de mercado es bajo, no paga el costo y parte de la ganancia se queda en una cadena de intermediarios comerciales o en el disfrute del consumidor a bajo costo.

Del mismo modo, si un campesino/a va a trabajar a una finca de flores, de frutas, de caña de azúcar o al corte de café, por lo general la ganancia que deja al dueño de la plantación no es recompensada de manera justa. El salario mínimo agrícola no alcanza para cubrir la canasta básica vital, y en muchos casos ni eso se paga. Son intercambios desiguales e injustos.

Cuando el campesino adopta tecnologías productivas con uso de agroquímicos debe recurrir al agroservicio, donde los precios de los insumos son elevados y al final del día no cubre sus costos de producción. Aquí también hay intercambio desigual. En síntesis, si el campesino vive empobrecido no es por negligencia; está atado a las reglas de un mercado y una forma de producir que le son desfavorables.

En este marco encontramos beneficios económicos concretos de renovadas formas de producir, como la agroecología, que reduce la desigualdad en el intercambio entre la economía campesina y el mercado. Porque las y los productores agroecológicos producen sus propios insumos la mayoría de la veces. Porque sus productos pueden ser más valorados por el mercado local. Cuando la gente sabe que un producto es cultivado de forma orgánica, lo prefiere sobre los que llevan insumos químicos. Además, cuando la tierra no es limitante, una familia agroecológica puede dejar de vender parte de su fuerza de trabajo en condiciones de mala paga y trato inhumano. El campesino no se ve ya obligado a ir a trabajar a cualquier finca; puede escoger el tipo de trabajo que desea e incluso dedicarse únicamente a su propia parcela. La búsqueda de la dignidad es fundamental y la agroecología permite construirla.

En Guatemala es un gran privilegio que muchos agricultores/as conozcan y practiquen formas de producción agrícola sostenibles, con pocos o ningún insumo externo. Es internacionalmente famoso el movimiento De Campesino a Campesino, que se originó en intercambios entre productores de San Martín Jilotepeque, en el centro del país, en la década de los 70’s. Muchas de estas experiencias continúan vivas en muchas partes del altiplano guatemalteco como los mejores experimentos de sostenibilidad para la agricultura en el siglo XXI. Nombres como los de Gregorio Tejax, Bonifacia Tay o Encarnación Balan son referentes para esta forma de agricultura que, aun siendo pequeña en extensión, es enormemente grande en su aporte a la diversidad cultural y biológica de los pueblos mesoamericanos.


Brasil

La importancia de la pequeña agricultura

Bernardo Mançano Fernandes Geógrafo, profesor UNESP, coordinador de la Cátedra UNESCO de Educación de Campo y Desarrollo Territorial [email protected]

Es fácil probar el carácter estratégico de los pequeños agricultores, o de la agricultura familiar o de la agricultura campesina (las tres denominaciones que utilizamos en Brasil), pero es difícil convencer de ello a la gente.

Hasta 1996, el censo registró sólo los datos de la producción agropecuaria. Sin embargo, para conocer la importancia de la agricultura en pequeña escala es necesario analizarla por separado de la agroindustria capitalista, o el agronegocio, como le llamamos en Brasil. Esta separación se hizo en el censo de 2006, y evidenció una gran disparidad entre ambos.

Brasil es un país continental, el quinto en el mundo en longitud y con un gran potencial agrícola. Tiene ocho millones 514 mil 876 kilómetros cuadrados, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), y sus desigualdades son tan grandes como su territorio. Aquí se inscribe el hecho de que el país está en los primeros lugares mundiales en concentración de la tierra, con el índice de Gini de 0.854, con la mayor parte de la tierra bajo control de grandes empresas nacionales y multinacionales.


ILUSTRACIÓN: Mario Rangel Faz

Con una producción predominante de materias primas, o commodities, el agronegocio de Brasil constituye un poder hegemónico que determina la planificación de la agricultura, controla las políticas de desarrollo sectorial, capta la mayoría de recursos de crédito, monopoliza los mercados y define las tecnologías. Por tanto, coloca en una posición subalterna a los agricultores familiares, quienes representan la mayor parte de la producción de alimentos destinados al consumo doméstico.

Brasil tiene una superficie de 851 millones 487 mil 659 hectáreas y sólo se utilizaron 330 millones para la agricultura en 1996-2006, según el Censo Agropecuario del IBGE de 2006 (Brasil, 2009); en 1975-85 esa superficie alcanzó 375 millones de hectáreas. Esto significa que Brasil ha utilizado entre 39 y 44 por ciento de su territorio para la producción agrícola, lo que representa una de las zonas agrícolas más grandes del mundo.

La persistente desigualdad territorial rural es notoria en la comparación de la agricultura campesina versus la agroindustria. El Censo de 2006 registró cinco millones 175 mil 489 unidades de producción, de los cuales 84.4 por ciento (cuatro millones 367 mil 902) son familiares y 15.6 por ciento (805 mil 587) corresponden a los agronegocios. La superficie total de las primeras es de 80 millones 250 mil 453 hectáreas y la de los establecimientos capitalistas es de 249 millones 690 mil 940. La agroindustria y la agricultura capitalista utilizan 76 por ciento de la tierra cultivable, el valor bruto de su producción anual es de 89 mil millones de reales (417 mil 253 millones de pesos mexicanos), esto es 62 por ciento del total, mientras que el valor bruto anual de la producción de la agricultura campesina es de 54 mil millones de reales (253 mil 165millones de pesos mexicanos), o sea 38 por ciento del total, utilizando sólo el 24 por ciento de la superficie total, según el Censo de 2006.

Adicionalmente, resalta que la agricultura campesina, con sólo el 24 por ciento de la superficie de cultivo, da trabajo al 74 por ciento de las personas empleadas, esto es 12 millones 322 mil 225 personas, y la agroindustria emplea al 26 por ciento restante, o sea cuatro millones 245 mil 319.

En la agroindustria se emplean sólo dos personas por cada centenar de hectáreas, versus 15 en los territorios campesinos. Esta diferencia ayuda a entender que la mayoría de las personas que trabajan en la agricultura campesina lo hacen presencialmente, en el campo, y en el caso de los agronegocios viven en la ciudad.

También destacan las diferentes formas de uso de los territorios: para los campesinos, la tierra es un lugar de producción y de vivienda, y para agroindustria tan sólo es lugar de producción.

Debemos tomar en cuenta que la agricultura campesina no sólo es más importante que la agroindustria, es también más eficiente, debido a que tiene sólo el 24 por ciento de la tierra y emplea al 74 por ciento de las personas que trabajan en el agro, pero produce el 38 por ciento del valor bruto de la producción con sólo diez por ciento de los recursos públicos. Esto explica por qué los capitalistas son los agricultores ricos y los campesinos son pobres.


El Salvador

Del abandono a nuevos tiempos

Carlos Cotto Director ejecutivo de la Fundación REDES de El Salvador y miembro de la Mesa por la Soberanía Alimentaria


Expuesta en Expo Foro Maíz, Origen y Destino, 2015. Fundación Heberto Castillo Martínez, AC ILUSTRACIÓN: Mario Rangel Faz

Con muchas dificultades, la pequeña agricultura se abre paso en El Salvador. Antes de los 80’s la agricultura era uno de los principales sectores de la economía nacional, por la fuerza de sus ramas exportadoras (café, algodón y azúcar) y por los importantes niveles de autosuficiencia alimentaria que proporcionaba la pequeña agricultura.

A partir de 1989, el sistema económico salvadoreño fue sometido al Programa de Ajuste Estructural con el fin de liberalizar la economía. Consistió en el abandono de la pequeña agricultura y en el fortalecimiento de los servicios, el comercio y el sector financiero. Ese abandono implicó la reducción del presupuesto público agrícola, la eliminación de la reserva nacional de alimentos, la privatización de la producción azucarera, la desgravación arancelaria para la importación de productos agrícolas, el estancamiento en la titulación de las tierras a favor de las y los campesinos, los bajos salarios mínimos para el sector rural y la nula inversión en infraestructura para este sector, entre otras medidas.

Entre 1989 y 2009 se desarrolló una estrategia para hacer de El Salvador un centro internacional de servicios y logística, condenando al campesinado a migrar a las ciudades y sobre todo a Estados Unidos.

A partir del 2009 y en la actualidad, la pequeña agricultura ha experimentado un viraje en la política pública agrícola, mientras los lastres del pasado continúan pesando sobre una economía rural que logra mayor protagonismo en la cifras y en la vida nacional.

El 82 por ciento de las y los agricultores están clasificados como pequeños, suman poco más de 325 mil, que se caracterizan por consumir lo que cosechan y comercializar sólo una pequeña parte. Principalmente cultivan maíz, frijol y maicillo (sorgo); crían animales, y cosechan algunos frutales; lo hacen con mano de obra familiar, en extensiones menores a tres hectáreas. El 18 por ciento restante lo constituyen productores comerciales enfocados exclusivamente en el mercado, que cuentan con mayores niveles de inversión.

El 98 por ciento de los pequeños productores/as está desorganizado y desasociado, enfrenta de forma individual el mercado. No obstante, existen formas incipientes de organización como los grupos comunales y la asociación cooperativa.

Predominan también los problemas de acceso a la tierra y de inseguridad jurídica, en un país muy pequeño en extensión territorial. El 82 por ciento de las explotaciones agrícolas son muy pequeñas, menores a cuatro manzanas (2.85 hectáreas). De las 928 mil hectáreas con que cuenta el país para cultivar, apenas 269 mil (28 por ciento) están al servicio de las 325 mil explotaciones de los pequeños productores/as. Por otra parte, sólo 17.5 por ciento de los pequeños productores/as son propietarios de la tierra, el resto son arrendatarios, colonos, aparceros, ocupantes u otros. De esta limitada cantidad de propietarios, un 86 por ciento son hombres, lo cual significa un acceso a la tierra todavía más desventajoso para las mujeres.

La pequeña agricultura es responsable de más de 70 por ciento la producción nacional de maíz, maicillo y frijol, la base de la alimentación nacional. Entre 2007 y 2010 El Salvador sufrió una caída en la producción de granos básicos; sin embargo –como resultado de políticas públicas dirigidas a la agricultura familiar- entre 2011 y 2013 esta producción se elevó en 25 por ciento y superó así los niveles históricos. En otros productos importantes para la dieta salvadoreña, como las hortalizas y el arroz, el país es altamente dependiente de las importaciones.

Los factores climáticos ya causan grandes pérdidas, pues en el corredor seco centroamericano se han presentado en los dos años recientes problemas por falta de lluvias. Esto pone en riesgo los primeros logros de los nuevos tiempos para la agricultura nacional. Los retos están en la adaptación al cambio climático y la sostenibilidad de las políticas públicas para la agricultura en pequeño.


Argentina

Presencia campesina en la quebrada
de humahuaca provincia de jujuy

Laura Álvarez Carreas


FOTO: Laura Álvarez Carreas

Argentina quizás se presenta como un país cuyo peso de la población campesina y rural no es cuantitativamente significativo, o también como un espacio de fuerte territorialización de la agricultura empresaria mediante un proceso extendido de sojización. El paisaje que se intenta imponer con bastante éxito es una “agricultura sin agricultores”.

Más allá de la tendencia dominante en ciertas áreas que generalmente se caracterizan como economías regionales, se erige la diversidad en las formas de producción y de productos. Este artículo muestra la diversidad existente, resaltando contribuciones cualitativas por parte de las formas de producción campesina presentes en el país.

Juella es un valle rural, ligado al arroyo que lleva mismo nombre. Constituye un espacio transversal al valle central del Río Grande conocido como Quebrada de Humahuaca (QH), al norte de la provincia de Jujuy y de Argentina. Entre los colores, alturas, aridez y fiestas que caracterizan el paisaje, se despliega una parte de la producción campesina de la provincia y el país.

Los habitantes permanentes y residentes temporales, dedicados a la producción de alimentos diversos del distrito, enfrentan procesos de territorialización del capital en el espacio; la amenaza de la mega minería trasnacional, y la valorización de la tierra en el mercado inmobiliario, “gracias” a la amplia difusión de la QH como lugar turístico.

La tierra y el trabajo familiar se combinan configurando formas y relaciones particulares tangibles tanto en el cotidiano de las unidades de producción familiar diversificadas, como en la proyección de futuro desde la cual las organizaciones comunitarias definen sus principales demandas y propuestas.

Como casi la totalidad de la producción, en la QH se realiza en superficies pequeñas, con calidades variables de suelos, donde un elemento central es el acceso al agua para riego. La producción cubre una proporción importante del abastecimiento familiar y cubre parte de la demanda alimenticia local. Quesos artesanales, choclos (elotes), carnes y frutas (durazno, manzanas, peras) circulan por los mercados locales de la QH, principalmente en Tilcara, y son indispensables para la gastronomía regional, en auge a partir de la intensificación de actividades turísticas.

Los ciclos inician en el invierno con la preparación de suelos y acondicionamiento del sistema de riego. A lo largo del ciclo, la vida socio-comunitaria se pone en el centro volviéndose tangible en los procesos de apropiación del territorio y acceso al agua. Todas las familias de la comunidad aportan trabajo al reacondicionamiento de tramos de uso común del sistema de riego. Por las características hídricas, las acequias requieren restablecimiento y reparaciones anuales.

Las siembras ocurren entre julio y septiembre; en ellas cobran importancia las ferias de intercambio de semillas producidas y resguardadas por el trabajo campesino, principalmente en variedades de habas, maíz, papas y frutales. Quienes introducen la actividad de ganadería menor en sus formas de trabajo ocupan a integrantes de los grupos familiares casi todo el año. Hacia el inicio del verano, en diciembre, se incrementan nuevamente las horas de trabajo para las familias, al concentrarse allí el grueso de cosechas y faena.

La presencia de los alimentos en el mercado local se enlaza con festividades religiosas y del calendario agrícola, como el carnaval (febrero), la peregrinación a la Virgen de Punta Corral (Semana Santa) y el Festival de Durazno y la Humita (marzo). La totalidad de la producción culmina su circulación en las fiestas de intercambio (cambalache) que se extienden hasta abril, en las que se activan contribuciones entre diversas zonas productivas de la región, principalmente entre perfiles agrícolas y ganaderos de la producción campesina.

Según datos oficiales, la producción familiar aporta 22 por ciento del valor del producto bruto total en la región noroeste del país y en Jujuy 22 por ciento. Las mayores contribuciones de la producción familiar en la provincia se realizan en los rubros hortalizas a campo (70 por ciento) y frutales (11 por ciento).

Los distritos rurales de la QH muestran características de contraste con el paisaje de monocultivo que domina la superficie del país. Más allá de discutir sobre la magnitud y el volumen de la producción campesina, se intentó una descripción en términos de resistencia y reproducción económica y sociocultural y ¿por qué no?, como propuestas de territorialización cotidiana campesina.

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