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A la Mitad del Foro

Nuestro hombre en La Habana

D

espués de 54 años izaron la bandera de las barras y las estrellas en la que fuera y ha vuelto a ser la embajada de Estados Unidos en Cuba. En la Cuba de Castro, en la última nación de la América nuestra en alcanzar la independencia. No obedece a la casualidad que el grito de los revolucionarios cubanos fuera y sea ¡Patria o muerte, venceremos!. Con la presencia en La Habana de John Kerry se acabó la guerra fría. Diría con notable acierto el secretario Kerry que Raúl Castro y Barack Obama decidieron dejar de ser prisioneros de la historia. De esa voluntad política están hechos los momentos memorables, los instantes históricos.

De ahí que nadie hable de olvidar lo sucedido, ni pida al otro desviar la mirada del horizonte. Ya no seremos rivales ni enemigos. Somos vecinos, diría Kerry, y añadiría lo fundamental: No sería realista esperar que la normalización de las relaciones tenga un impacto de transformación a corto plazo. Después de todo, es a los cubanos a quienes corresponde forjar el futuro de Cuba. El largo y amargo conflicto dejó huellas y cicatrices, diferencias de los enemigos que subsisten entre los vecinos. El ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez, habló de las discrepancias y problemas que subsisten, las controversias por las indemnizaciones que ambos reclaman: los pagos a ciudadanos estadunidenses por las expropiaciones que siguieron a la Revolución Cubana, las enormes compensaciones a Cuba por los incontestables daños de bloqueo económico.

Fidel Castro reapareció tras larguísimo silencio, tan ajeno al orador incansable de discursos maratónicos, para hacer el recuento del daño y exigir una compensación tan justa como imposible de lograr sin aceptar lo que reclaman los vecinos. Lo real y lo posible está en obtener del Congreso el punto final al estúpido y criminal bloqueo, así como avanzar rápidamente hacia la recuperación de Guantánamo. No todo es negocio de mercaderes en la política, en las relaciones entre individuos como entre la naciones. Ochenta y nueve años cumplió Fidel Castro, el que se embarcó en costas mexicanas para volver a Cuba y combatir la dictadura de Batista y los molinos que se aparecieron en el transcurso de su andar por la Historia. Del joven luchador al viejo dictador. Y no hay injuria alguna en ambos casos. En la vida ha habido tres grandes majaderos: Jesucristo, Don Quijote y yo, dijo Simón Bolívar, el gran libertador.

Momento histórico que coincidió con la presencia en México de Michelle Bachelet, presidenta de la República de Chile, sobreviviente de la persecución y crímenes del golpista Pinochet, del traidor que bombardeó La Moneda y esperaba la rendición del presidente Salvador Allende, mientras daba órdenes de que fuera lanzado al vacío desde el avión que lo conduciría al supuesto destierro. La gran señora Bachelet tuvo el elegante gesto de rendir homenaje al gran mexicano Gonzalo Martínez Corbalá, embajador de México en Chile en las horas del golpe, defensor de los hermanos chilenos y de todos los que buscaban asilo y protección. Martínez Corbalá salió de la embajada y acudió personalmente en busca de la esposa e hijas del Presidente Allende; de Pablo Neruda, de tantos hermanos chilenos que volaron con él rumbo a México.

En pleno vuelo entonaron el Himno Nacional Mexicano. Y los que llegaron a nuestra tierra la supieron suya, y mucho le dieron con su talento, su trabajo; con la firmeza de los trasterrados que los precedieron cuando las fuerzas fascistas de Franco derrotaron a la República Española; junto a tantos refugiados que huían de los nazis, de los campos de concentración, de Auschwitz. De la deshumanización del Homo Sacer, narrada y descubierta en toda su angustia por el filósofo italiano Giorgio Agamben; del horror fríamente organizado por la banalidad del Mal que Hannah Arendt descubriera en su narración del juicio de Eichmann en Israel. La suerte me permitió el rencuentro con Pablo Neruda en el epígrafe del artículo de José M. Murià, publicado ayer sábado 15 de agosto en La Jornada: “‘México has abierto tus puertas/ y tus /manos al errante, al herido, al desterrado y al héroe’ (Pablo Neruda) A Gonzalo Martínez Corbalá, embajador heroico en 1973”.

Gonzalo el potosino, con la elegancia propia de un embajador, pero ante todo, con la firme convicción cardenista y la conciencia del valor que hay en ser mexicano, hijo del Estado Nación que ha abierto las puertas y tendido la mano a los perseguidos; que ha recibido a cambio la invaluable aportación laboral, cultural y educativa a generaciones de mexicanos; de tantos que tuvieron acceso a la permeabilidad social gracias al nacionalismo revolucionario, al cardenismo. No está solo Gonzalo Martínez Corbalá en el accionar noble de la tarea diplomática que años después lo llevara a ser nuestro hombre en La Habana, embajador de México y amigo de Fidel Castro Ruz, con quien navegaría en lancha rápida de Cuba a Cancún, al encuentro de jefes de Estado y de gobierno convocados por José López Portillo.

Esa y tantas noches de arribo inesperado del Comandante Castro a la embajada de México en Cuba. Imposible sumarse al homenaje que rindiera la presidenta de Chile a Martínez Corbalá sin añadir aquí el nombre y el valor de Gilberto del Bosque, diplomático mexicano que desafió al nazifascismo y logró el salvoconducto que permitió a cientos, miles de judíos y otros perseguidos escapar del Holocausto. Gilberto Bosques fue prisionero de los nazis, de quienes había ayudado a escapar a tantos. Imposible olvidar el valor sereno y la dignidad de Luis I. Rodríguez, el nativo de Guanajuato designado por Lázaro Cárdenas (General de América lo llamó Pablo Neruda), enviado personal del Presidente de México a Vichy.

Ahí lo recibiría el viejo mariscal Pétain, el viejo héroe de la Primera Guerra Mundial, al servicio de Adolfo Hitler tras la derrota y ocupación de Francia. Sentado en la cama de la habitación, el petulante mariscal preguntó a Luis I. Rodríguez para qué quería el Presidente de México a esa gentuza, anarcosindicalistas, comunistas, populacho sin oficio ni beneficio. Y el embajador mexicano respondió serenamente, con formidable dignidad y conciencia de lo que representaba: El Presidente Lázaro Cárdenas me ha dado instrucciones precisas de ofrecer asilo a los españoles perseguidos por los falangistas, a los detenidos por el gobierno de Vichy en campos de prisioneros, con absoluta conciencia de lo que pueden aportar al progreso de nuestra patria. Ahí mismo, obtuvo Luis I. Rodríguez la desdeñosa aquiescencia del mariscal Pétain.

En México estalló una revolución constitucionalista tras la traición de el chacal Victoriano Huerta y el asesinato de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez. Un millón de muertos. Pero la Revolución Mexicana construyó el moderno Estado mexicano. La nación liberal y laica fruto de la generación de la Reforma es fuente y origen del Estado mexicano, del poder constituido que rescató el orgullo del mestizaje, de las culturas indígenas y creó las instituciones que han resistido la demolición oligárquica del capitalismo sinónimo de democracia.

Hay muchas noticias políticas en estos días de agitación y agonía del sistema plural de partidos. Y de la violencia criminal que ha sembrado el desaliento entre los mexicanos, pero las de Cuba y Estados Unidos, así como el reconocimiento de Michelle Bachelet a Gonzalo Martínez Corbalá, prueban el valor de la memoria, de la firmeza ideológica, de la importancia de avanzar con la vista fija en el horizonte.