Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 23 de agosto de 2015 Num: 1068

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El regreso a España
de Max Aub

Yolanda Rinaldi

Hiroshima
Sylvia Tirado Bazán

Fidelidad al plural
Valerio Magrelli

Quimera o vida:
Nerval y Dumas

Vilma Fuentes

Flannery O’Connor: la
parábola y la escritura

Edgar Aguilar

El nacimiento del
melodrama y la
muerte de la tragedia

Gustavo Ogarrio

El viandante
y los escritores

Jorge Bustamante García

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 
 

Hugo Gutiérrez Vega

En la fosforescencia del insomnio y en su extensión desértica de repente aparece un trapecio hechizado. Ese milagro temblando bajo la luz de una luna pálida es una manera surrealista de describir a la poesía. Así lo hace Juan Manz en un volumen que contiene una amplia selección de su ya larga y meritoria tarea de escribir poesía que saldrá a la luz el año próximo. Les propongo que recorramos a grandes pasos esta trayectoria poética que se entrevera con la vida y sus trabajos. Paso por paso nos asomaremos a algunos de sus libros y, mientras lo hagamos, el trapecio seguirá meciéndose lentamente en el silencio nocturno, mientras la luna ilumina débil pero constantemente las meditaciones y las cavilaciones.

Los primeros pasos serán en los Poemas al margen, en los que aparece una voz que busca, a veces no encuentra, pero regresa y poco a poco va reconociendo su propio sonido y va afinando sus métodos y sus formas de expresión: “¿has oído cantar el trigo seco/ cuando el viento en sus manos lo estremece?”, así inicia su estrecha relación entre poesía y vida, pues su labor agrícola, que recuerda a Camilo, y el amor por la tierra del que nos habla don Jorge Manrique, están detrás de su búsqueda de palabras para expresar la grandeza del trabajo y la belleza de ver crecer lo que se planta. Así, Juan establece su código vegetal en el que brillan los frutos y las estaciones nos van entregando las distintas caras del mundo y de la vida. De repente Juan se detiene para reflexionar sobre las razones de su trabajo poético: “pero a cambio puedo dejarles crecer el pelo a sus metáforas/ e insistir en su calvicie y estar solo”. El homenaje a los frutos de la tierra encuentra su expresión mayor en la Balada de tierra adentro. Sus cantos buscan nombrar las cosas y las bellas criaturas de la naturaleza para actualizarlas o, tal vez, como decía Montale, para cumplir el delirio de nombrarlas y dejar en el paladar los distintos sabores de los frutos de la tierra. El trigo del Valle del Yaqui, los prodigiosos frutos del desierto, el duro mezquite a quien llama “Ave Fénix del desierto” y los bailes rituales de los Yaquis son para Juan la “luna de mi luz primera/ y mi primera canción”.

La sonata de tierra adentro lleva un epígrafe de Juan Ramón Jiménez en el que aparece con premura el deseo de andar. Esta voluntad caminera tiene su mejor momento en el canto tercero en donde se suceden los caminos que, como decía Machado, se van haciendo mientras caminamos, las misteriosas luces nocturnas que brotan de hogueras apagadas, y la voluntad de ir tierra adentro descubriendo y descubriéndonos a nosotros mismos. Por eso el oro de Juan es un oro verde. Un oro que crece en la noche cuando la tierra madura sus frutos y los entrega con generosidad que se ve a veces impedida por las catástrofes.

Este oro está dedicado al padre del poeta que fue un hombre pegado a la tierra, un agricultor consciente del alto nivel poético de su trato con las espigas. “La espiga seca ya está a punto /a mitad de la mañana.”

En Con un rumor de canción hay un interludio amoroso. El poeta regresa a la escritura y así lo confiesa: “estoy en marcha, de nuevo a la palabra”. En ese poemario se canta a la belleza del cuerpo y, sobre todo, a la necesidad imperiosa de aferrarse al trapecio de la poesía. El poeta vacila, busca y retoma su trato con las palabras ahora renovadas por el aliento amoroso: “esa memoria del cuerpo,/ este crecer demasiado”. Las canciones celebratorias son la sustancia de este retorno a la palabra que encuentra su posible meta en Para repasar el círculo, en donde el tono meditativo se profundiza, se multiplican las preguntas que no siempre obtienen respuesta. Nuevamente se reflexiona sobre poesía y cotidianidad y se apuesta por la música del poema. Hay una serie de pequeñas sublevaciones interiores: “intento un salto entre la maleza/ y no consigo lograr el claro./ Me reconozco en revolución”. Esta revolución lo lleva a descubrir que la poesía es, como el mezquite, un ave fénix, y que puede brotar de todos los momentos, de todas las angustias y todas las glorias de la existencia. Los intentos de fuga llegan afortunadamente a los terrenos de la plenitud: “a plenitud, sin resistencia, abandonados,/ mente y cuerpo nos transportan al delirio”. Hay ya en este libro nuevos motivos para reflexionar sobre la tarea poética y su relación con el amor, el olvido, el desencuentro y el encuentro. En esta sección el personaje central es la esperanza vista como un sol rojo que estalla innumerable: “A cambio de mi ocaso/ habrá una veta en flor.”

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