Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 23 de agosto de 2015 Num: 1068

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El regreso a España
de Max Aub

Yolanda Rinaldi

Hiroshima
Sylvia Tirado Bazán

Fidelidad al plural
Valerio Magrelli

Quimera o vida:
Nerval y Dumas

Vilma Fuentes

Flannery O’Connor: la
parábola y la escritura

Edgar Aguilar

El nacimiento del
melodrama y la
muerte de la tragedia

Gustavo Ogarrio

El viandante
y los escritores

Jorge Bustamante García

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 
 
Alejandro Dumas. Foto: Nadar, 1855. © Dominio público, fuente: wikipedia.org
Vilma Fuentes
El casamiento de dos firmas literarias disímiles.

De los cientos de títulos que forman la obra de Alejandro Dumas, diez de esos volúmenes son menos conocidos que Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo y tantos otros libros donde el autor sabe producir una alquimia, que algo tiene de magia, entre personajes históricos y criaturas ficticias, protagonistas reales y héroes imaginarios. Estos escritos menos conocidos son sus “Memorias”, relato de las peripecias de una vida excepcional: su traslado de su provincia a París alimentándose con los conejos que caza, sus primicias en esta ciudad, su amistad con Nodier, pontífice de la vida artística con su salón literario. Anécdotas de diversos órdenes: cómo salta de un balcón de teatro para castigar a un grupo que insulta a su maestro y amigo, Charles Nodier. Su primer empleo como secretario del duque de Orleans, futuro rey de Francia. Sus exitosos feuilletons, sus piezas de teatro (como una de ellas duraba tres días con sus noches, el público llevaba sus provisiones y sus almohadas), su amistad con Victor Hugo y Balzac, actores y actrices (algunas fueron sus amantes e incluso sus esposas), aventuras amorosas pero también guerreras como la ayuda que llevó a Garibaldi en una expedición marítima a bordo de un barco de su propiedad y dirigido por él mismo. Sus réplicas inolvidables en la vida diaria y no sólo en sus escritos.

El rostro de Alejandro Dumas tenía algunos rasgos negroides pues su padre, el general de Imperio Thomas Alexandre Davy de la Pailleterie, era un gigante mulato (modelo de Porthos), hijo él mismo del marqués que lleva ese nombre y de una esclava negra, Marie-Zezette Dumas. Así, su condición de mulato lo hizo sufrir a veces observaciones racistas. Por fortuna para su obra como para su vida, Dumas poseía un agudo sentido de la réplica. A un insolente que le había dicho: “Usted conoce bien a los negros”, el autor de Montecristo contestó: “Mi padre era mulato, mi abuelo era negro, mi bisabuelo era un chango. Usted puede ver que mi vida comienza donde termina la suya.”

Uno de los encuentros más significativos de su vida fue el que tuvo con Gérard de Nerval. Unidos por la amistad, colaboraron en la escritura de algunos libros firmados por ambos, aparte el trabajo de escritor fantasma que el poeta hizo para el novelista y dramaturgo.

Queda un testimonio asombroso donde, texto capital para la comprensión del sistema mental de un poeta, Nerval escribe a Dumas en un intento de explicarse el fenómeno particular de su imaginación creativa. Se sabe que Nerval sufría con frecuencia alucinaciones, y fue incluso tratado a causa de un diagnóstico de locura, antes de terminar por ahorcarse. Nerval escribe a Dumas:

“Hace algunos años, me creyeron muerto y Jules Janin escribió mi biografía. Hace algunos días, me creyeron loco, y usted consagró algunas de sus líneas más encantadoras al epitafio de mi espíritu… Usted escribió: De vez en cuando, a causa de un trabajo cualquiera que lo ha fuertemente preocupado, la imaginación, esa loca de la casa, expulsa de manera momentánea la razón que es la dueña del lugar… Voy a tratar de explicarle, mi querido Dumas, el fenómeno… Algunos narradores no pueden inventar sin identificarse con los personajes de su imaginación… Nuestro viejo amigo Nodier contaba cómo tuvo la desgracia de ser guillotinado durante la época de la Revolución. El realismo de su narración era tan persuasivo que no faltaba quien se preguntase cómo había logrado pegar de nuevo su cabeza al tronco… Usted comprende que el entrenamiento de un relato pueda producir un efecto parecido… Usted ha tenido la imprudencia de citar uno de los sonetos compuestos en ese estado de ensoñación supra-naturalista… La última locura que me quedará sin duda será la de creerme poeta: toca a la crítica curarme.”

La modestia de Nerval es igual a la clarividencia de su inteligencia. No sólo con la palabra “super-naturalista” anuncia lo que aparecerá más tarde bajo el nombre de surrealismo, sino que también se interroga, a partir de la experiencia vivida, y dolorosamente vivida por él, a propósito del fundamento de todo poema, de todo relato. ¿Cuál es la parte de lo verdadero, cuál la de lo falso? ¿En qué momento lo que es inventado es más verdadero que lo denominado real? ¿Qué riesgo corre quien se aventura en este juego? Viene a la memoria la frase de Hölderlin: “La poesía no es sino un juego. El más peligroso de todos los juegos.”

Aunque amigo de Nerval, Dumas poseía un temperamento muy diferente. Gran gastrónomo, algo glotón, gigante corpulento, a veces rico, a veces arruinado –al extremo de verse obligado a huir a Bruselas, donde Hugo residía con otros disidentes al régimen de “Napoleón le petit”, antes de partir a Jersey. Dumas responde, a quienes preguntan si huye de Francia a causa de sus opiniones políticas, que es perseguido por sus acreedores a causa de sus deudas. A diferencia de Nerval, Dumas prefería ver cumplirse sus sueños en el mundo real. Fue así como hizo construir cerca de París, en una etapa de su vida en que gozaba de una verdadera fortuna, una propiedad suntuosa: un castillo que llamó el Castillo de Montecristo. Acaso, también él, Alejandro Dumas, debía, como su héroe, encerrado en la fortaleza prisión de If, tomar su revancha.

Algunos amigos tuvimos la curiosidad de visitar ese castillo, ya que existe a pesar de los ultrajes del tiempo. Es un monumento nacido de la imaginación de Dumas. Balzac, menos adinerado, pues sus feuilletons se vendían menos y todo su dinero se iba en pagar deudas (costumbre que Dumas no tenía, considerándola poco aristocrática), relata sus paseos para admirar el “castillo” de Dumas no sin cierta envidia.

Construcción a la vez gótica, barroca, desproporcionada, fuera de cualquier regla de la arquitectura, corresponde más bien a la desmesura de un espíritu que no se inquieta por el “buen gusto” y obedece a las órdenes de sus deseos, incluso si éstos pueden parecer infantiles. Se encuentran ahí las audacias de este creador. Donde Nerval o Nodier soñaban quimeras, Dumas construyó sueños.