Opinión
Ver día anteriorSábado 29 de agosto de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Regreso literario en Francia
U

na buena parte de la literatura francesa actual, como lo muestran muchas de las 393 novelas escritas en francés que llenarán las librerías esta rentrée (regreso de vacaciones, regreso a las labores), tiene como protagonistas a seres grisáceos, para no decir mediocres, alejado a millares de kilómetros de la idea de un héroe.

Los personajes que pueblan la mayoría de estas novelas son lo que se llama antihéroes: perdedores, mujeres malqueridas, hombres sin deseos, desempleados, enfermos, oficinistas en espera de su jubilación. Los personajes de Houellebecq, por ejemplo. En Soumission, el protagonista es un profesorcillo que vegeta entre sus cursos, los amoríos con estudiantes, la cotidianidad en el más amplio sentido del aburrimiento.

Elena Garro me decía: para que exista una gran literatura es necesario un gran dirigente, un monarca poderoso, un conquistador, un Napoleón, o, incluso, un dictador. Ahí tienes a Stalin, sin él, no hay Bulgákov.

En vano le alegué que Franco había despoblado, hecho un desierto, la literatura y cualquier arte en España. Elena me respondió con su lógica implacable: Era un dictador pequeñito, un tiranuelo, yo te hablo de grandes dictadores.

Con el paso de los años, he llegado a pensar que Elena no se equivocaba, al menos no por completo, en este asunto. La mediocridad de los actuales dirigentes no puede sino producir creaturas anodinas en novelas insípidas.

El colmo: el sistema mediático publicitario se basa en el parecido entre el antihéroe y el presunto lector. Se reclama la atención de la posible víctima diciéndole que se trata de ella, de sus problemas banales como, por ejemplo, la andropausia o la menopausia, un adulterio, una gripe, una hija rebelde, un accidente automovilístico, un publicista en busca de lemas.

El heroísmo parece haber desaparecido de buena parte de la producción literaria francesa. Digo producción porque buena parte de las novelas que aparecen en esta rentrée son más el producto de una fabricación que una búsqueda creativa. Obedecen a moldes, acaso bajo la influencia de los llamados talleres literarios. Así, siguen estereotipos y recetas de escritura de la misma manera en que se sigue una receta culinaria para preparar un plato. Y como el guiso, las novelas son dosificadas: tanto de sexo, tanto de violencia, tanto de lágrimas, casi nada de risa. La risa es más difícil de provocar que el llanto.

Los temas son recurrentes, a la moda muchos de ellos: desempleo, divorcios, familias recompuestas, miedo al terrorismo, conversiones religiosas, matrimonios homosexuales, enfermedades como alzheimer o el parkinson, en suma, bastante lejos de Shakespeare.

El encuentro y la ruptura amorosa tienen sus adeptos entre las 607 novelas publicadas, de las cuales 196 son extranjeras –la mayoría de éstas traducidas del inglés. Cabría interrogarse acerca de esta predominancia de la literatura anglosajona sobre la de América Latina si la repuesta no surgiera de ella misma: los países dominantes ejercen su dominio en todos los terrenos.

Las aventuras son raras pero, por fortuna, son aún un tema buscado por algunos autores y muchos lectores. De ahí, el éxito de la novela policiaca y de sagas como Milenium, de la cual sale un nuevo volumen en Actes-Sud.

Dos franceses sobresalen entre la marejada, para no decir tsunami, de publicaciones que inundan las librerías. Ambos son ya conocidos y tienen su público. La prolija Amélie Nothomb con Le crime du comte Neville, para nada autobiográfica, pues se sabe que no le falta imaginación. Yasmina Kadra con La dernière nuit du Rais, donde pone en escena a un tirano sanguinario y megalómano con la lucidez observadora que caracteriza su obra.

También esperado, el libro de Mathieu Lamaudie, Notre désir est sans remède, biografía de Frances Fermer, ídolo de Hollywood con un final trágico.

Y una curiosidad: la publicación de una ficción numérica de Delaume y Dion.

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