Cultura
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Entre amigas
E

thel Krauze y yo salimos a la luz en forma de libro en el mismo año, 1982, ella con su Intermedio para mujeres, de modo que desde entonces la seguí como una compañera escritora. Aparte de la ocasión en que habremos sido presentadas y otras, en las que nos habremos reconocido, mi recuerdo de nuestro primer encuentro formal en tanto que colegas fue cuando coincidimos como jurados al menos en un par de concursos del premio que desde entonces organizaba la asociación DEMAC, Documentación y Estudios de Mujeres. La deliberación solía tener lugar en no sé qué restaurante de San Ángel, aquí en la ciudad de México, precisamente en la Avenida de la Paz, mientras desayunábamos las tres juezas junto con la fundadora de la organización, aparte de algunas de sus colaboradoras, que tenían voz pero no voto en el debate.

Conservo una memoria muy grata de esas reuniones, básicas en lo que fueron mis años de formación, para mí matizados desde entonces por mi doble naturaleza, el intenso anhelo de pertenecer, y la dolorosa conciencia de mis varias inadecuaciones para lograrlo. En cambio, del otro lado de la mesa Ethel me parecía no sólo integrada, sino a sus anchas, capaz de disfrutar tanto el café (pasaba discreta, placenteramente la lengua por la punta de los dedos la mermelada que había mal untado al trozo de pan que se llevaba a la boca) como la discusión sobre las finalistas, su confiada satisfacción cuando la ganadora hubiera sido su candidata. En ningún momento me dio la impresión de que se sintiera insegura; al contrario, daba el aspecto de dominar el papel que representaba.

Luego, debido a mis circunstancias matrimoniales se sucedieron para mí unas tres décadas de viajes determinados por la condición de escritor de mi esposo (lo invitaban a él y él me invitaba a mí), por lo que yo seguía sólo intermitentemente y a la distancia el quehacer de los escritores con los que yo me había empezado a formar en México. Así, a veces veía a Ethel como conductora de algún programa de televisión, o leía los cuentos que publicaba en tales revistas, o los artículos en este o aquel diario mexicano, o llegué a saber que se había incorporado como maestra a la Universidad Autónoma de la ciudad de México.

Después, de pronto tuve noticia de que Ethel se había mudado a Cuernavaca y ahí es donde la imaginaba hasta que hace unos días en mi teléfono celular oí el timbre de alguna de las vías de comunicación móvil que tanto me han ayudado a resolver mi anhelo de pertenecer, al darles la vuelta a mis inadecuaciones para lograrlo, pues, si bien recibo o entablo las comunicaciones no tengo que exponerme directamente a la posible agresión o el posible rechazo que la comunicación suele implicar para mí, que siempre temo que sea lo que suceda. Así, cuando en esta oportunidad vi que el timbrazo particular provenía de Ethel Krauze, confieso que me dispuse a leer el mensaje sujeta de una combinación de gusto y aprehensión. Sin embargo, el comunicado era tan entusiasta y positivo que de inmediato se disolvió el conflicto de mis emociones encontradas y en su lugar se creó una armonía de sensaciones tan agradables que con un pañuelo tuve que secarme la orilla de los ojos antes de poder contestar el recado de Ethel con la vista despejada.

Y debo advertir que la causa de mi gusto decidido no se debió tanto al contenido de las palabras de Ethel como al hecho de que Ethel hubiera atravesado quizá cuarenta años de silencio y distancia para restablecer el contacto conmigo. Lo cierto es que en cuanto nos fue posible nos citamos y nos vimos. Y lo cierto también es que esa cita y mi lectura de su Dulce cuchillo marcan para mí el momento en que empecé a conocer de veras a Ethel y a valorar muy, muy apreciativamente su amistad.

Aparte de narradora, ensayista y poeta; aparte de investigadora y doctora en literatura; aparte de profesora y conductora de talleres de creación literaria; aparte de dramaturga y guionista, Ethel es una gran persona, una gran mujer, toda una esposa, mamá y amiga; alguien de admirar. Porque después de haber vivido el drama íntimo y familiar tremendo que vivió no le fue suficiente escribirlo para salvarse, sino que fundó y dirige el programa Mujer: escribir cambia tu vida, que proporciona las armas fundamentales para que infinidad de mujeres aprendan a defenderse para salvarse a sí mismas.