Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 30 de agosto de 2015 Num: 1069

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Hablar sobre
Pedro Páramo

Guillermo Samperio

Instantánea
Marcos García Caballero

Kati Horna, vanguardia
y teatralización

Adriana Cortés Koloffon entrevista
con José Antonio Rodríguez

Asbesto: un
asesino en casa

Fabrizio Lorusso

Uno más de
esos demonios

Edgar Aguilar

¡Gutiérrez Vega, a escena!
Francisco Hernández

Manuel Ahumada,
testimonio y transgresión

Hugo José Suárez

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Jaime Muñoz Vargas
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Manuel Ahumada,
testimonio y transgresión

Ilustración de Juan Gabriel Puga

Hugo José Suárez

2014 comenzó con una triste noticia: la muerte del cartonista Manuel Ahumada. Le había seguido la pista desde los noventa, cuando lo leía con avidez en La Jornada a través de sus distintos personajes. Meses antes había visto sus cuadros en un café de Coyoacán al que acudo regularmente, pero lento como soy con las compras, no atiné a adquirir una de sus piezas, sólo un calendario que ahora guardo con recelo. También en ese tiempo pude disfrutar de una exposición en la Casa de la Cultura Federico Reyes Heroles; ahí no sólo aprecié al caricaturista sino al artista plástico que mostraba una serie de objetos que hacían más compleja su obra. Todo este tiempo tuve la intención de contactarlo y hacerle una entrevista, pero el destino, que no da concesiones, no me lo permitió.

Ahumada fue seguramente el caricaturista mexicano más completo de la transición entre el siglo XX y el XXI. Su fuerza es la de un mediador, un constructor de puentes entre universos opuestos que sólo él, con su imaginación como batuta, logra conjugar. Desde muy joven, en el transcurso de los años setenta, se incorporó al mundo periodístico mostrando su trabajo en el diario unomasuno, el periódico quincenal Melodía, y luego transitó hacia La Jornada donde trabajó hasta su muerte. En un medio con personalidades fuertes y consagradas como Rius, Magú o Naranjo, Ahumada “no quería parecerse sino a sí mismo” –como bien diría Víctor Roura–, lo que lo condujo por un camino autónomo e innovador, retomando lo mejor de la tradición artística mexicana pero reinterpretándola a su antojo. 

Varias personas han coincidido en señalar que este caricaturista, a través de sus distintos personajes, conjugaba imaginación, crítica, descripción y crónica urbana; el también monero Rocha diría que fue “el inventor del realismo cósmico”.

Las historias de Ahumada son radicalmente urbanas, suceden en cuartos con pequeñas ventanas, azoteas llenas de ropa colgada, calles empedradas o callejones oscuros. Sus objetos son cotidianos: una plancha, una camisa, una cama, una escoba. Pero su trazo vincula la banalidad con el cosmos, lo micro con lo macro, lo ordinario con la trascendencia. Así, a una mujer fregando ropa en una terraza popular de Ciudad de México, la pone en un cesto y desde el borde de la azotea empieza a elevarse en dirección a la luna, que está en cuarto menguante, ideal para amarrar una cuerda en cada una de sus puntas y colgar los vestidos.

En Ahumada el universo deja de ser inalcanzable, lo imposible no existe. Un astronauta, con una bandera mexicana en el brazo, se dispone a comer un taco en algún lugar del universo. Un cliente hace la parada a un taxi en una calle defeña; con el pasajero adentro, el vehículo empieza a elevarse hasta llegar a la luna, destino donde desciende un astronauta y le paga al chofer por sus servicios. Pero no sólo el cosmos está al alcance de la vida cotidiana: el dibujante también penetra en los interiores del cuerpo o de los objetos, mostrando lo infinito que pueden ser. En una viñeta, un prisionero está en una celda que sólo tiene una ventana desde donde observa la ciudad; con una silla rompe el vidrio y empieza a salir de lo que en realidad es el ojo de una mujer. En otra tira, un astronauta está encima de un planeta, saca de su espalda una bandera y al enterrarla revienta lo que, sin saberlo, era el globo de un niño que se pasea por una desolada acera de la ciudad. 

Las referencias de Ahumada son evocaciones de su transitar urbano. Él mismo afirmaba que salía a la calle a observar, y a la vuelta retomaba todo lo asimilado para dibujarlo: “No creo que imagine lo que he visto, más bien tomo lo que veo y todo lo transformo, lo único que realmente me gusta es salir a caminar y regresar a mi casa a dibujar, porque así es la vida.” No es casual que el propio caricaturista evoque  a El Principito en varias ocasiones, pues en cierto sentido su propuesta es similar: vincular el día a día con el orden planetario; por eso mismo Elena Poniatowska lo calificaría como el “Saint-Exupéry de fin de siglo.” Su objetivo es mostrar que lo sencillo guarda una complejidad mayor, que en lo mínimo está lo máximo, que la imaginación permite unir todos los torrentes que parecerían inconexos. 

Pero el caricaturista también fue un agudo crítico de la política mexicana y de la situación internacional. En sus dibujos se podía encontrar crudas referencias a los estragos económicos y a los vergonzosos gobernantes. Por ejemplo, un hombre sin pierna, moviéndose con dificultad apoyado en un par de muletas, dice: “En la negociación de la deuda, dimos el paso”; el cartón se titula “Mantengamos el paso”. En otro, muestra la bandera de Israel pero con la cruz de David dibujada por huesos humanos.

En suma, Ahumada reinventó la tradición del compromiso del mundo del arte en México, con desbordante creatividad que va más allá de lo que hasta ese momento se había hecho. Fue, sin duda, un delicioso transgresor que no sabía de fronteras.