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Ver día anteriorLunes 31 de agosto de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cuatro siglos de relaciones entre China y México
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e ser un país atrasado, con la inmensa mayoría de sus habitantes en la miseria, hoy China es la segunda economía del mundo. Antes de viajar en 1978 a Vietnam, Camboya y China, el ahora embajador Cassio Luiselli me regaló el texto de las cuatro grandes modernizaciones propuestas por el líder Deng Xiaoping para transformar su país: la agrícola, la industrial, la militar y la de ciencia y tecnología. Un año después, el padre de esa modernización, nos explicó con sencillez en Pekín que la tarea más urgente era que cientos de millones abandonaran la miseria y se convirtieran en pobres. Luego, agregó, vendría la formación de la clase media, pero que los problemas sociales se resolverían a largo plazo.

Tuvo razón. Las pasadas cuatro décadas el salto ha sido enorme, acompañado todavía de millones de pobres y una migración incesante del campo a las ciudades y los nuevos centros industriales y manufactureros. Especialmente durante este siglo su tasa de crecimiento económico ha sido superior a 10 por ciento. Este año sufre un parón: crecerá apenas 7 por ciento. Pero tres veces más que México.

Como parte de su estrategia para enfrentar la desaceleración económica, China recién devaluó 5 por ciento su moneda (la cuarta parte de la que lleva la nuestra este año) con lo cual influyó en la baja de las principales bolsas de valores. Y es que China es la gran fábrica del planeta, la que más aporta al crecimiento del producto interno bruto mundial. Buscó en paralelo alentar el crecimiento de su mercado interno. Pero la revaluación del dólar y su efecto en las monedas de otros países le trajo problemas. Entre ellos, menos exportaciones y ritmo de crecimiento interno, lo que se reflejó en baja en la importación de materias primas. No dudó en tomar medidas correctivas, como devaluar el yuan.

Pero no es el frenón de la locomotora china el tema de hoy, sino la forma en que México trató a los chinos durante centurias. Contaba Carlos Monsiváis la discriminación y las burlas de que fue víctima en la escuela por no profesar la religión católica. En su tesis para obtener el doctorado en historia, un descendiente de padre cantonés, José Luis Chong, describe la persecución y discriminación sufrida por la comunidad china. También la relación económica que existe desde 1575 entre ambas naciones. Publicada por la editorial Turner, detalla lo que comenzó con la Nao de China, que partía de Manila hacia Acapulco con mercancía de oriente. Ese intercambio de productos de Asia por plata y oro trajo también esclavos, aunque en menor cantidad que los de África que llegaron a los puertos del Golfo de México.

José Luis Chong estudia el arribo de los chinos especialmente a Sonora, Baja California y Sinaloa. Provenían de Filipinas y Estados Unidos. Muy laboriosos y ahorrativos, algunos prosperaron en la horticultura y ciertos servicios. La mayoría, explotados en las minas, el trazo de las vías ferroviarias y otras pesadas tareas. El que progresaran en el comercio causó alarma entre varios grupos nacionalistas y funcionarios. Destacadamente Plutarco Elías Calles. Casarse con un chino traía la degeneración de la raza mexicana. Llegó a penarse con la pérdida de la nacionalidad a la mujer que lo hiciera. Como hoy con los migrantes hacia Estados Unidos, hubo bandas dedicadas al contrabando de mongoles. José Luis Chong nos recuerda la expulsión masiva que padecieron junto con sus familias mexicanas y destaca la gran masacre y despojo de sus bienes que sufrieron en 1911 los que vivían en Torreón a manos de las fuerzas maderistas. Así como los enfrentamientos entre grupos de chinos por intereses económico-políticos. Y para defender sus derechos.

El autor remata su libro con los pasos que dio México para reconocer oficialmente a la China de Mao. Pese a la presión estadunidense, lo hizo en 1972 el presidente Luis Echeverría. El mismo personaje que en 1967 ordenó cerrar la agencia de noticias Xinhua por ser, a juicio de Washington, nido de espías. En tiempos en que mexicanos, africanos y centroamericanos sufren persecución y trabas al migrar para mejorar su vida, la historia que narra José Luis Chong es un llamado a la tolerancia y a luchar siempre contra la discriminación racial, religiosa o cultural.