jornada
letraese

Número 230
Jueves 3 de Septiembre del 2015



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus



pruebate


 

La exótica
levedad del ser



Hace 82 años comenzó a practicarse la lucha libre en México, un deporte espectáculo comúnmente asociado a la fuerza y masculinidad. El ring, ese espacio donde se representa la lucha del bien contra el mal, da lugar a la diversidad sexual.

Leonardo Bastida Aguilar

“¡Beso, beso!” es el castigo solicitado por el respetable público asistente a las diferentes arenas de lucha libre en el país a aquellos luchadores que han transgredido los límites del cuerpo, la sexualidad, las identidades y la sociedad para presentarse como “exóticos”, un concepto en construcción que cada vez llama más la atención y ha ganado espacio en los carteles de “las luchas”.

Estos luchadores suben al encordado a fajarse como cualquier otro gladiador, con la peculiar característica de ser abiertamente homosexuales o performativos de una persona homosexual pero con el talento y técnica suficientes para superar a sus adversarios. Si bien en tono de sorna y para cumplir con las exigencias del pueblo, castigan con besos, pompazos, nalgadas y cachetadas. Su sutileza queda a un lado y aplican llaves, dan patadas voladoras, salen al vuelo y se la juegan en el ring como cualquier otro luchador.

Su llegada a cualquier arena es inconfundible: canciones como “Pelo suelto”, de Gloria Trevi, algunas melodías de Laura León o música dance de los años setenta anuncian que subirán al ring, sobre todo cuando el presentador de la arena, a todo pulmón, indica que han llegado “luchadores diferentes y distintos pero con gran calidad”. Recorren el pasillo del vestidor al ring con una sinfónica de silbidos, risas cómplices y choteo con las y los ocupantes de las butacas.

Diferentes y exóticos
Si eras mujer y estabas sentada en las primeras filas de la arena o cerca del pasillo que llevaba a legendarios luchadores al ring, seguramente recibías una olorosa gardenia por parte de Dizzy “Gardenia” Davis, un luchador texano que llegó a México para dejar más que un perfume floral.

Entre los años cuarenta y cincuenta, este rudo gladiador solía subir al entablado con una pulcrísima bata blanca, acompañado de un ayudante, quien antes de comenzar el combate le retiraba con sumo cuidado la bata, lo peinaba, lo perfumaba, desinfectaba el aire del recinto, al réferi y al rival en turno.

A la par, hizo su aparición El Bello Califa, un ex acróbata neoleonés cuya personalidad era “muy fina” para los bravos entornos donde se celebraban las funciones de lucha libre. Dicen las leyendas de los cuadriláteros que la inmortal hurracarrana, atribuida al Huracán Ramírez, fue presentada por él como “la califiña”, sin embargo, cosas del destino, fue vista por primera vez al Huracán. A pesar de eso, quedó inmortalizado como uno de los dos luchadores exóticos en aparecer a cuadro en un filme de la Época de Oro del cine mexicano, el otro fue Lalo El Exótico.

En los setenta, los hermanos Ruddy y Gori Casanova se negaban a la extinción de los peculiares luchadores. También aparecerían en escena otro par de exóticos, calificados por la prensa del momento como “muy buenos pero raros” o “la pareja unisex”. Eran Sergio El Hermoso y El Bello Greco. A diferencia de los anteriores, ellos se permitían algunos “descaros” como adornar sus trajes con algún corazón o estrellas y hacer algunos ademanes femeninos sobre el ring. Al dúo se sumó Adorable Rubí para conformar la Ola Lila, un trío que asolaría los escenarios de la lucha libre independiente debido a su gran calidad.

Hasta la década de los ochenta, todos los luchadores identificados como exóticos hacían la aclaración de que sólo eran personajes y en la vida real eran “totalmente hombres”, es decir, sólo actuaban en el ring.

En Monterrey, un chico que luchaba bajo el nombre de Rudy Reina irrumpiría en la escena, transgrediendo lo que hasta esa época se consideraba exótico. A diferencia de todos ellos, él vivía una vida exótica dentro y fuera del ring, era abiertamente homosexual.

Su complemento lo halló en su antítesis, Rizado Ruíz, un luchador fortachón con bigote y musculatura, caracterizado por su extrema rudeza. A ellos se sumaría Baby Sharon, quien fue desenmascarado sin querer pues en su natal Guadalajara luchaba bajo el nombre de Guerrero Samurái. Aquella noche, al perder la máscara frente a El Impostor, salió a la luz un hombre con el cabello pintado de rubio. Tras la experiencia, cambió de nombre y se identificó como exótico, además de vivir abiertamente su homosexualidad.

A la par de las feroces luchas que sostenían en el Toreo, Rudy comenzó a entrenar a Pimpinela y a MayFlower, otros dos luchadores que no deseaban aparentar nada y que pretendían hacer una carrera en el pancracio nacional sin ocultar sus preferencias sexuales.

La reina del ring
Lejana parece aquella década de los setenta, cuando en su natal Ciudad Juárez, Cassandro observaba la lucha libre por televisión. Ya adolescente comenzó a entrenar en el gimnasio Josué Neri Santos. Allí, una amiga le preguntó si quería entrenar lucha libre. “¡No!, me van a poner una madriza”, contestó Cassandro.

Pero aceptó, y su entrenamiento no cesó hasta que pudo debutar en una lucha de mujeres, pues ya era conocida su preferencia sexual, sin embargo, optó por continuar con un personaje masculino.

“Decían que era una jotilla pero que luchaba bien y le echaba ganas”, recuerda y reconoce que el personaje no duró mucho porque estaban buscando a un exótico y esa podía ser su oportunidad. Volvió a debutar como Rosa Salvaje, nombre que modificó por el de Cassandro tras escuchar la historia mitológica de Cassandra. Tenía claro que iba a luchar sin ocultar su preferencia sexual. Por eso, sus primeros vestuarios eran trajes de baño de mujer con mallas.

Con el tiempo, pudo salir a luchar a Tijuana, donde conoció a otros luchadores exóticos como Pimpinela, con quien hizo leyenda en el Toreo de Cuatro Caminos.

Arriba del ring tenían que dejar a un lado la parafernalia exótica y ponerse a luchar  “para salir al quite en los encuentros”. Eso no le impedía dar algunos besos a los rivales o hacer algunos ademanes sexualmente sugerentes.

Sobre su manera de vestir, la cual era muy llamativa, al igual que la de sus compañeros, recuerda que alguna vez, en un vestidor, mientras se maquillaban, pasó por el lugar Mil Máscaras y dijo en voz alta que parecía más un show travesti que un evento de lucha libre. Ante el comentario, Mayflower, otro luchador exótico, no se quedó callado y le espetó que “se estaban preparando para enfrentarse a glorias como él”. La respuesta fue que eso esperaba pues ya conocía a algunos y sabía que eran buenos luchadores.

Tuvo la oportunidad de salir a luchar a Japón, Inglaterra, Estados Unidos, donde radica actualmente, al Museo de Louvre, en París, y otros escenarios de Europa. Aunque el retiro es seguro, no sabe cuándo será, lo que sí está claro es que continuará dando clases de lucha libre y habrá una película sobre su vida, lo demás, afirma “con Cassandro siempre deben esperar lo inesperado”.



El gladiador romano
De espaldas asemeja a aquellos gladiadores romanos de la antigüedad. Sin embargo, dos detalles lo delatan: un mechón o mohicano rosa y una falda de mujer que sustituye al auténtico traje de gladiador. Su mechón es inconfundible, a tal grado que se ha convertido en un artículo de recuerdo para los asistentes a la Arena México.

Integrante de una familia de dinastía luchística, la de los Alvarado, mejor conocidos como Los Brazos; hijo del carismático Brazo de plata o Súper Porky, Máximo es el único luchador exótico del Consejo Mundial de Lucha Libre.

Un día en el gimnasio fue castigado y mientras desfilaba frente a sus compañeros iba haciendo ademanes sugerentes. Alguien lo vio y le dijo que podía ser un exótico.

La idea no lo convenció en un principio. Era homofóbico, criticaba mucho lo referente a la diversidad sexual y no se sentía cómodo. Tras darle varias vueltas al asunto, aceptó el reto, y tomó el nombre de Máximo, pues pensó en causar controversia ya que la gente imaginaría a un gladiador y en cambio se encontrarían con un luchador exótico.

Sus primeras incursiones en el encordado no fueron fáciles. El público lo insultaba y le decía “puto”, “pinche gay”, y sus compañeros murmuraban que “iba a acorrientar al Consejo de Lucha Libre”. Además, su familia le cuestionaba el personaje, incluso pensaron que de verdad estaba saliendo del clóset. Su papá le decía que lo conocía bien y que no podía creer que fuera gay.

El tiempo disipó las dudas tanto en su entorno familiar como en el ring. Gustoso de la sorna, ha aprovechado a su alter ego para mofarse de muchas situaciones y ser auténtico. Con el pretexto de que en la guerra y en el amor todo se vale, aprovechando que algunos rivales mostraban cierta reticencia a su presencia, comenzó a aprovechar sus descuidos para darles “un besito”. El personaje no sólo le ha servido para hacerse de un lugar en la lucha libre, también le ha dejado ver las cosas de diferente modo. Lamenta que la homofobia persista y que la gente se le quede viendo para saber si es o no gay, o que en los vestidores, algunos colegas no sepan si cambiarse de ropa y bañarse enfrente de él o no, y peor aún, que la gente tenga que seguir ocultando su orientación o sus preferencias “por el qué dirán”.

Como hombres
“Tú y yo vamos a luchar como hombres, cabrón” le dice la Diva Salvaje a su contrincante que hace mofa de la manera de ser del luchador exótico, oriundo de Saltillo, quien además de hacer llaves y dar patadas por los aires es un cuidadoso enfermero.

Admirador de Pimpinela, Cassandro y Mayflower, la Diva se enamoró de la lucha libre desde niño cuando hacia dueto con una compañera para jugar “luchitas” contra sus compañeros. Ese dúo volvería a conformarse años después, cuando su amiga lo invitó al gimnasio donde daba clases su papá, un luchador con cierta fama local.

Seguro de que deseaba subir al ring como sus ídolos de infancia, sin ocultar “su manera de ser”, su familia no compartía la idea y debutó en secreto, sólo lo acompañaron su hermana y su cuñada, pues en la capital coahuilense se había hecho mucho ruido por el debut de un exótico local.

La situación ha cambiado. Su talento provocó que pudiera llegar a la ciudad de México y ha decidido probar suerte hasta conseguir un lugar en las arenas capitalinas. También ha podido compartir escenario con los ídolos de su infancia, y felizmente, ir a Saltillo de gira y luchar frente a toda su familia.

En la arena suena aquella canción de Laura León, cuyo coro dice “suavecito, suavecito”. La Diva se enfila hacia el ring. En el camino le chiflan a la “rubia ficticia”, le dicen “bizcocho”, “mamacita” y que es “su vieja”. Lo disfruta porque prefiere mostrar cómo es a esconderse en el clóset como otros compañeros de ring. “Son peores que los exóticos, pero se mantienen en su personaje de machines aunque sean más putos que una”. La risa se traza en su rostro.


S U B I R

 

 

El Bello Califa apareció en la cinta Huracán Ramírez, de 1952, estelarizada por David Silva y dirigida por Joselito Rodríguez. En ella, protagoniza un combate contra el legendario luchador.

“Ya estamos en otra época, no se nieguen y no se oculten, ya no podemos decir que (la homosexualidad) está mal. Hay que luchar por lo que se quiere y vivir la vida al máximo”: Máximo.

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