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Número 230
Jueves 3 de Septiembre del 2015



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus


pruebate

CULTURA


Carlos Bonfil

Capitales queer
París/Barcelona

La diversidad sexual forma parte también de la historia en las grandes capitales mundiales. Esta es la primera entrega de una serie que hará un recorrido en tiempo y espacio por las sedes más cosmopolitas de la escena gay contemporánea.




Una leyenda sostiene que antes de 1968 los homosexuales habrían estado sumidos en la opresión y el miedo en las capitales europeas, y que sólo a partir de los años 70, con la eclosión de movimientos de liberación sexual, toda una comunidad habría conquistado al fin la visibilidad y frenado la persecución social. Sin negar el clima de opresión prevaleciente en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, antes bien estudiándolo exhaustivamente, el historiador Geoffrey Huard sostiene con cifras y documentos que la represión en ciudades como París o Barcelona no fue sistemática, y que incluso bajo la dictadura franquista en España habría existido un fuerte grado de permisividad.

Su libro más reciente, Los antisociales. Historia de la homosexualidad en Barcelona y París, 1945-1975, ofrece un examen fascinante de la manera en que muchos homosexuales lograron sortear las presiones sociales (reglamentos opresivos en la Francia de 1960, leyes de peligrosidad social en la España de 1954 y 1970), para vivir con desenfado sorprendente una vida sexual ligada a la simulación y a la clandestinidad.

Entre los hallazgos más interesantes que hace el historiador, consultando expedientes judiciales en Barcelona y archivos de la brigada mundana parisina, destaca el hecho de que bajo la dictadura franquista la penalización de la homosexualidad era muy relativa, pues a partir de criterios clasistas afectaba mucho más a las clases populares, al vincular heterodoxia sexual y delincuencia, que a los homosexuales burgueses que se sabían tolerados e incluso protegidos. No sucedía lo mismo en Francia, donde el estigma era generalizado, aun cuando una elite intelectual podía siempre, con su prestigio, evitar el rigor de las sanciones. En un clima de persecución continua, señala Huard, los homosexuales no dejaron de ser visibles. Sus espacios de encuentro eran numerosos y comprendían zonas que medio siglo después parecen ya desiertas: bares de barriada, baños de vapor, cines de ligue, parques con actividad sexual en el centro de las capitales, y las “tazas” o meaderos públicos (pissotières o vespasiennes) donde, apenas disimulado, el gay podía y solía alcanzar sus orgasmos a escasos pasos de los transeúntes. La actividad sexual era tan intensa y a tal punto diseminada en las grandes ciudades que la policía apenas lograba controlarla, por lo que sólo se limitaba a verificar los espacios públicos, ahuyentar de ellos a los menores, intimidar en lo posible a los transgresores, alejarlos por un tiempo breve, a sabiendas de que la faena erótica reanudaría muy pronto, de nuevo incontenible. Precisa el autor: “En conclusión, tanto en Francia como en España hubo una vida homosexual muy desarrollada, bastante tolerada y visible por las autoridades, que llevaron a cabo ciertas acciones contra el vicio y delincuencia con el fin de proteger la moralidad de la juventud, en particular, y de la sociedad, en general. Si hubo en Francia un movimiento de privatización de la sexualidad, en España, en cambio, la represión afectó sólo a los invertidos de las clases populares si su modo de vida estaba asociado a la delincuencia, la vagancia o la prostitución. Los homosexuales de las clases medias y de las clases acomodadas que podían demostrar un trabajo y unos ingresos honestos no eran condenados” (pp. 186-87).

Lo que importaba al final de la guerra y a lo largo de los años cincuenta y sesenta era, de modo especial, la política natalista, la necesidad de proscribir toda sexualidad ajena al propósito de volver a poblar una Europa diezmada por la hecatombe. Tanto la derecha política como la izquierda combinaron sus esfuerzos para denunciar en el homosexual al paria social, traidor en potencia, capaz de minar con su conducta recalcitrante el esfuerzo colectivo. La homosexualidad se percibía, tanto en la Francia gaullista como en la España de Franco, como el peligro social contra el cual había que proteger a los menores, la población más delicada y vulnerable, la mayormente expuesta a un inefable poder corruptor o al proselitismo más desvergonzado.

Los antisociales describen de modo prolijo la actividad sexual clandestina en algunos barrios parisinos, dedicando un examen relativamente menor al trajín sexual barcelonés en el barrio chino o en las Ramblas. Se evoca la literatura de la provocación (Genet, Proust, Cocteau, Gide, Duvert, Biedma o Goytisolo) y la de la simulación y la culpa (Montherlant, Green o Jouhandeau), para luego abordar las posturas de los militantes radicales de los años setenta (Hocquenghem, Guérin, Schérer). Después de mostrar la manera en que los movimientos de afirmación homosexual en Estados Unidos marcaron su influencia en los titubeantes impulsos emancipadores de los europeos homófilos (una denominación cautelosa que evitaba toda mención a la sexualidad), el autor desmonta el mito de que la liberación gay habría comenzado en Francia y en España en los años setenta con el surgimiento del FHAR (Frente Homosexual de Acción Revolucionaria). En realidad, desde los años cincuenta existía ya la militancia discreta, pero efectiva, de una asociación conservadora francesa, Arcadie, que con su popular revista homónima había logrado organizar a miles de seguidores en la defensa de los derechos básicos de la minoría sexual. En ella se preconizaba el culto a los valores humanistas, un erotismo heterodoxo decente y la integración del buen homófilo a la sociedad.

Debido a esas posturas tradicionalistas, a Arcadie se le consideró por largo tiempo una organización defensora del orden establecido, sin tomar en cuenta el valor de sus dirigentes quienes abiertamente proclamaban su derecho a ser diferentes. El autor señala los vasos comunicantes, establecidos desde la clandestinidad, entre las dirigencias del Arcadie francés animado por un infatigable André Baudry, y un incipiente MHEL (Movimiento Español de Liberación Homosexual) dirigido por el monárquico catalán Armand de Fluvià, quien curiosamente transitaría de posiciones ultra católicas a posicionamientos marxistas. Es fascinante el relato de las estratagemas utilizadas para hacer llegar desde una Francia democrática y represiva hasta la España oscurantista, los escritos y documentos gráficos con los que Arcadie sellaba una colaboración solidaria. Una red de clandestinidad uniría luego a militantes gay de Estados Unidos e Inglaterra con sus pares europeos, que incluían al grupo italiano Fuori y a otros movimientos de los países nórdicos.

Geoffrey Huard procede así a la doble tarea de romper con el mito de una supuesta invisibilidad e inacción de los homosexuales en la Europa de los años cincuenta y sesenta (describiendo de modo ameno la efervescencia cultural gay y los rituales de ligue clandestino en París y en Barcelona), y de rescatar el valor menospreciado de organizaciones de espíritu conservador que, paradójicamente, colocaron los cimientos de lo que luego sería una auténtica liberación homosexual.

Los antisociales. Historia de la homosexualidad en Barcelona y París, 1945-1975.
Geoffrey Huard
Marcial Pons Historia.
Madrid, 2014.

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