Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 6 de septiembre de 2015 Num: 1070

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

¿Qué hay por Europa?
Yordán Radíchkov*

Bangkok, puerta
de Indochina

Xabier F. Coronado

Mariano Flores Castro
y Máximo Simpson

Marco Antonio Campos

Ecológica
Guillermo Landa

La interioridad
(o la paradójica
edificación de un hueco)

Fabrizio Andreella

Israel y Palestina:
coincidir en la resistencia

Renzo D’Alessandro

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Juan Domingo Argüelles

Los ilamos de Altamirano

El poeta y estudioso de la poesía Felipe Vázquez me hace ver algunos errores de puntuación y sentido y, sobre todo, una gordísima errata en la versión del poema “Al Atoyac” del romántico Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), incluida en mi Antología general de la poesía mexicana. Y no le falta razón. Los versos de la séptima estrofa del poema, tal como se leen en la cuarta edición de las Rimas (México, 1885), de Ignacio M. Altamirano, publicada por la Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento (Calle de San Andrés núm. 15), cuyo ejemplar se resguarda en el Instituto Mora, deben decir lo siguiente: “Se dobla en tus orillas, cimbrándose, el papayo,/ el mango con sus pomas de oro y de carmín;/ y en los ilamos saltan, gozoso el papagayo,/ el ronco carpintero y el dulce colorín.”

Pero en la versión de la Antología general de la poesía mexicana, los “ilamos” se convierten en “álamos”. En los márgenes de las “aguas orgullosas” del río Atoyac, al que le canta Altamirano con tanto fervor, son abundantes (o eran abundantes, en tiempos del poeta), según él mismo nombra y describe, el mangle, las ceibas, las parotas, las palmeras, los mangos, los ahuejotes (o sauces), los carrizales y, por supuesto, los “ilamos” que nada tienen que ver con los “álamos”.

El primer editor o “corrector” que cambió “ilamos” por “álamos” en el poema de Altamirano sabía de álamos, aunque sea de oídas, pero no tenía ni la más remota idea de los “ilamos” y juzgó error o errata lo que no era tal, más aún si el Diccionario de la lengua española de la rae no recoge dicho término. Sin embargo, en su Diccionario general de americanismos, el sabio lexicógrafo Francisco J. Santamaría alumbra la oscuridad acerca del ilamo. Leemos lo siguiente en la respectiva entrada: “ilamo. (Del azt. ilamatl, vieja.) M. En México, árbol que es una especie de anona, el origen de cuyo nombre radica en la semejanza del fruto con una cabeza cana, por ser blanco (Annona excelsior o A. diversifolia.) –2. El fruto del árbol, y que también se denomina ilama.”

¿En qué momento el “ilamo” de Altamirano se convirtió en “álamo” en prácticamente todas las ediciones que tenemos al alcance? No lo sabemos con exactitud, pero digamos que este escritor ha corrido con mejor suerte en su prosa narrativa y crítica que en su poesía. Los editores se han ensañado con él. En la antología Poesía mexicana 1810-1914 (Promexa, 1979), con introducción, selección y notas de José Emilio Pacheco, en el poema “Al Atoyac”, los “ilamos” son “álamos”, lo mismo que en la antología Poesía romántica mexicana (UNAM, 1993/Planeta, 1999), con selección de Alí Chumacero y prólogo de José Luis Martínez.

Hay una antología que sí respeta los “ilamos” de Altamirano. Se trata de Las cien mejores poesías líricas mexicanas (1914), de Antonio Castro Leal. En todas las demás leemos “álamos”, incluida, como ya advertí, mi Antología general de la poesía mexicana (volumen 1), que prometo enmendar en su segunda edición. Aunque se trate de árboles, no es lo mismo “álamo” que “ilamo”, y si la gente no sabe lo que es un “ilamo”, la poesía le habrá dado la oportunidad de averiguarlo y añadir un humilde elemento más a su saber o a su ignorancia.

Uno no puede sino agradecer a los colegas, como Felipe Vázquez, que lean tan atentamente y que acudan en ayuda del errado que puede ser a la vez un herrado (por las cuatro patas que ha metido). Otro yerro no menor en “Al Atoyac”, porque afecta a la métrica, está en el último verso de la cuarteta número catorce: “En tanto los cocuyos en polvo refulgente/ salpican los umbrosos hierbajes del huamil/ y las oscuras malvas del algodón naciente/ que crece de las cañas de maíz entre el carril.”

Así aparece en las antologías de Pacheco y Chumacero (y en la Antología general de la poesía mexicana, que reproduce el poema de Altamirano de manera idéntica a aquéllas). No así en la antología de Castro Leal, donde el correcto término “maíz” carece del acento gráfico para que (por licencia poética) se lea “maiz”, pues en “Al Atoyac” todos los versos son alejandrinos (de catorce sílabas) y, por ello, si se acentúa “maíz”, el verso se vuelve de quince sílabas y rompe con el ritmo perfecto del poeta. En la edición original de las Rimas (que cuidó el propio Altamirano), y de la cual tengo una copia electrónica gracias a la gentileza de Felipe Vázquez, el poeta guerrerense escribió: “que crece de las cañas de máiz entre el carril”, invirtiendo el acento gráfico para que no quedara duda de que, en este verso, no se debía leer “maíz” sino maiz”. A algunos les podrá parecer poca cosa, pero para la poesía un acento de más o un acento de menos nunca es poca cosa.