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Ver día anteriorLunes 7 de septiembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Todo es posible
S

iempre llegaba tarde. Sí, cada vez más tarde. Él, que era tan cortés y considerado con las personas, siempre llegaba tarde. Nunca entendí por qué. Quizá quienes lo conocieron mejor puedan explicarlo. Siempre hizo sentir a quienes se acercaban a él que les pertenecía a todos. Varias generaciones de mexicanos hemos recordado en las últimas semanas, al cumplirse cinco años de su muerte, todo lo que nos hizo compartir, todo lo que nos regaló con su ya legendaria generosidad.

Carlos Monsiváis le dio a México la calidad de su escritura, la calidad de su crítica fina, mordaz y plena de humor. Heredero de Artemio del Valle Arizpe y Salvador Novo, elevó la crónica hacia un género literario mayor. Todos los que crecimos con él hemos recibido el premio de la sabiduría de todos los géneros que visitó, y de haber sido testigos de la consolidación de un personaje de época. Su estatura intelectual y su calidad estilística lo convirtieron en una de las voces con sello propio en el orbe iberoamericano del último medio siglo.

Sí, al leerlo por vez primera la imagen que de Carlos Monsiváis nos formamos es la de un espíritu crítico a toda prueba, inmune a atadura de cualquier índole. De ahí su exigencia para estar atento, de estar al día, de renovarse. De ahí que siempre pensemos en Monsiváis como en el poseedor de un pensamiento que se expresa en todo momento con juventud. Quizá por tal razón los jóvenes aún se identifican con él; se miran en los temas que abordó, en el tratamiento que les otorgó y en la visión que enriquece las vidas de las legiones que lo leen. Y es que Monsiváis fue siempre, desde el alba a la medianoche, un crítico, un crítico del país por cuya suerte se preocupó y en cuyo mejoramiento se empeñó.

Nos ilustró también, claro, sobre los temas que nos pertenecen cada vez más y con los que nos vemos cada vez más involucrados en el mundo. Nos contó sobre las literaturas que se expresan en todas las geografías. O de la música que se estaba creando. O del cine, al que, con su agudeza, contribuyó tanto al formar espectadores exigentes, ajenos a todo tipo de censura y a toda forma de complacencia con lo ingenuo y con lo vulgar. O de la prensa escrita o televisiva, sobre las que nos regaló una lección permanente de inteligencia y de buen estilo.

Pocos recuerdan que Carlos Monsiváis tuvo la generosidad de participar en los libros de texto gratuitos de Formación ciudadana en los que, hasta donde sé, desde 2008 se forman los niños de México. En él escribió el capítulo La tolerancia. Y lo hizo convencido de que nuestros niños y jóvenes han de ser ciudadanos críticos, solidarios y comprometidos con su comunidad.

Allí, en ese libro de texto que han leído millones de niñas y niños de México, Carlos Monsiváis escribió: El cúmulo de injusticias y tragedias provocadas por no admitir las diferencias, obligó a redefinir la tolerancia. Ya no es tan sólo aceptar la convivencia con los que son distintos, sino darle espacio al juicio racional. La tolerancia no es la aceptación fastidiosa de lo distinto, sino el intercambio de formas de entendimiento. No hay tal cosa como las comunidades homogéneas, no viene al caso que el clon crea que todos son de su condición. Comprender a los demás y practicar la tolerancia es bastante más que dejar hacer lo que la persona o la colectividad no podrían interrumpir, es la certidumbre de que en el siglo XXI no se puede tolerar a la intolerancia activa y que la convivencia es el gran método de acercamiento a los otros. Tolerar es entender y el respeto al derecho ajeno es también el proceso donde las mentalidades, las costumbres, las orientaciones ajenas, enriquecen nuestra visión del mundo. Tolerar no es compartir otros credos o comportamientos, es verlos como parte de la diversidad que decretan las leyes y que aceptan, porque así debe ser, el sentido común y el proceso civilizatorios.

Con su ejemplo y con su obra, Carlos Monsiváis sentó las bases para construir una sociedad más abierta, más libre. Una sociedad más justa y humana que incluya a todas las personas, y donde ser discapacitado, indígena, o simplemente diferente, implique ser aceptado y valorado como parte de la riqueza de nuestro país. Estoy convencido de que Monsiváis supo que la educación es el espacio privilegiado de equidad y pluralidad, de inclusión y formación de valores, sin distingo de origen étnico, sexo, creencia religiosa, política o lugar de residencia.

Esa es una pequeñita porción de lo que Carlos Monsiváis aportó a la educación en la civilidad como una herramienta fundamental que orienta a los futuros ciudadanos a respetar y apreciar la diversidad y la pluralidad de nuestras maneras de ser y pensar, de las expresiones culturales que forman nuestro país, y el mundo; a entender, a respetarse mujeres y hombres por el sólo hecho de ser personas; a comprender y apreciar la democracia como forma de vida para la tolerancia y la concordia, para la justicia y la libertad; a manejar y resolver los conflictos mediante el diálogo y la razón, y a entender por qué es tan importante la participación social y política. Valores que son fundamentales para el fortalecimiento de nuestra vida cotidiana y para enriquecer la vida de nuestra comunidad.

En alguna ocasión, en una llamada en la que con pasión libertaria y mucha ingenuidad buscaba, sin retraso, con oportunidad temprana, que con mi intervención se impidiera una injusticia, era tan inusitado el nombre de su defendido que me dijo: sí, todo es posible, hasta llamarse Carlos.

Twitter: @cesar_moheno