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Ver día anteriorMiércoles 9 de septiembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Se necesita un socialismo del siglo XXI?
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e necesita un socialismo del siglo XXI?

La respuesta es sí, y urge construirlo. Pero el socialismo del siglo XXI no será aquella borrachera petrolera que se hizo llamar bolivariana y que está agonizando en una cruda de estridente nacionalismo en la frontera de Venezuela con Colombia. No. El socialismo del siglo XXI no se podrá parecer al caudillismo mágico de Hugo Chávez, aun cuando el chavismo haya desarrollado proyectos éticos socialistas importantes a escala barrial.

El socialismo que se requiere hoy no será bolivariano, simplemente porque lo que caracterizó siempre a ese movimiento fue la pobreza del imaginario económico. Había una inundación de plata. Era fácil confundir la munificencia de un caudillo con un verdadero pensamiento económico. Ahora que la nación comienza a dar de tumbos, y el modelo económico hace agua por todas partes, los antiguos amigos se retiran sigilosamente. La bacanal aquella no fue socialismo simplemente porque se apoyaba en el rentismo como su esquema de riqueza. Eso significa que la riqueza se estaba generando en otra parte, con otra forma de trabajo. El rentismo no puede ser la base del socialismo del siglo XXI.

Pero si no era eso, ¿entonces cómo será? ¿Y por qué hace especialmente falta ahora?

Hoy hace falta socialismo, hay necesidad de socialismo –y es realista comenzar a construirlo– por razones análogas a las que impulsaron a Roosevelt a adoptar el keynesianismo del new deal. Estamos entrando a una época de depresión mundial para el empleo.

Así.

La economía china ha comenzado ya su desaceleración. Eso está ya fuera de toda duda. Las importaciones que hace China decrecen mes con mes, mientras el país hace lo que puede por pasar de un modelo de desarrollo basado en el ahorro y la exportación a uno que se sostiene de manera importante en el mercado interno. Como sea, las exportaciones a China, que sostuvieron el crecimiento acelerado que experimentaron muchas economías de Latinoamérica, están en crisis, y los precios del petróleo, el cobre, la soya, etcétera, han ido a la baja.

Además de la recesión franca en países como Brasil, hay otro factor que está en el horizonte mundial y que preocupa enormemente, y es el futuro del trabajo frente a la revolución actual en la robótica. Existe actualmente un debate acerca de qué tan catastrófica será para el trabajo la revolución robótica, porque hay quien tiene fe en que habrá nuevos trabajos que se abrirán al ritmo en que otros se cierran, pero eso, hasta ahora, parece ser más bien un artículo de fe que un cálculo empírico sólido.

Lo que sabemos ya de seguro es que la automatización va a desplazar muchos trabajos. En pocos años se espera que los autos de Google –sin chofer– sean un producto ya comercial, por ejemplo. En su libro Humans need not apply, Jerry Kaplan alega que los robots desplazarán labores en muchas áreas, no únicamente las de los trabajos manuales. Hay ya en elaboración robots que recogen fresas y jitomates. Sabemos lo de la robotización de los choferes. Pero hay también robots que hacen otros servicios. Los japoneses –que tienen mucho interés por los robots– lanzaron este mes un robot que parece un personaje de la película de Woody Allen, Sleeper, que sirve para atender y acompañar a los ancianos de esa sociedad. El robot se llama Pepper, y parece que la primera edición se agotó en cuestión de semanas.

El libro de Kaplan describe una pareja de robots cuyo prototipo masculino se llama Rocky (la contraparte femenina se llama Roxxxie, con la tripe equis), que son robots interactivos para dar placer sexual. Podría haber automatización de sexoservidoras y servidores. Hay también partes importantes de trabajos de escritorio –de abogados, por ejemplo– que se están automatizando. El New York Times de esta semana tiene una reseña de una cadena de restaurantes en San Francisco que está casi 100 por ciento automatizado, no tiene ya meseros ni cobradores en las cajas, únicamente algunos cocineros en la cocina.

No sabemos aún cuál será el impacto de la robótica en el futuro del trabajo. Hay economistas que calculan que más de 40 por ciento de los trabajos de Estados Unidos podrían desaparecer en los próximos años debido a esta clase de desarrollo tecnológico, y no sabemos cuántos ni qué clase de trabajos nuevos vendrán a sustituirlos.

En un contexto así, el socialismo se vuelve un asunto de vida o muerte. No es quizá por nada que personajes que tienen poco de socialistas, como Carlos Slim, por ejemplo, han sugerido que importaría reducir la semana laboral por al menos uno o dos días, para distribuir mejor el empleo. Otros economistas –tampoco particularmente de izquierdas–, por ejemplo Santiago Levy, han desarrollado proyectos para universalizar el seguro médico, porque alegan que sin establecer un piso básico, la capacidad de trascender la baja productividad y la corrupción que conlleva la economía informal será imposible.

Hay, en otras palabras, una necesidad objetiva, colectiva, de pensar en el socialismo como un proyecto productivo. Es una necesidad que no tiene nada que ver ya con los nacionalismos, sino con algo que había visto Marx hace ya siglo y medio.