Opinión
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Isocronías

Oíres y decires

E

l silencio también es bonito, dijo mientras apagaba la radio (pero es Vivaldi, me resistí, sabiendo cuánto le gusta). No hubo más remedio (porque remedio fue) que el de ponerme acorde con su decisión, que el de contento entrar a esa inesperada –y abrisada– sensación de otra armonía.

¿No es esto lo que yo quería decir, o que me dijeran?, dirá el lector de tu poema alguna vez, no necesariamente de inmediato, si tu poema es bueno.

Es un cantar que canto no es, es un hablar que no es del todo habla, el decir del poema, que más –a autores, a lectores– nos dice, que decimos.

Sin quedarse ni pasarse/ medio a medio de la raya, canta Violeta Parra, y es uno de sus encantos el que cuando ella canta difícilmente (quisiera decir nunca, me contengo) está más adelante o atrás de su canción. De allí que, por poner un ejemplo, quienes distintos de ella cantan Gracias a la vida, exceptuada quizá Mercedes Sosa, no dan con el secreto de su (de la autora, mas no sólo: de la canción, de ellos mismos) canto, de su letra, de su sentir, de su expresión.

Qué difícil leer poesía de viva voz –y escucharla. De pronto quien lee impone su propia intención o su presencia o –suele ser mi caso– su emoción, y deja a un lado la poesía (hablo tanto de autores como de intérpretes, sin olvidar que un autor leyendo ante un auditorio deviene su propio intérprete). De pronto, autor o intérprete, uno se ausenta o se presenta en exceso respecto de lo leído. Y esos de pronto no son muletillas: el fenómeno ocurre de pronto, uno mismo no lo espera; la línea a seguir –o mejor dicho, a respetar– se mueve: adelante, atrás… Y ahí, el escucha se escapa (la imagen es lugar común, mas eso ocurre: oye, ya no escucha, o por momentos no escucha, el hilo se le pierde –no se trata de algo voluntario, sucede y nada más). Pero detengámonos en un fenómeno extraordinario, que su parecido tiene con lo anterior mas corre en sentido opuesto: el escucha se va, se evade, por el poema, del poema, y se embarca en su propia imaginación… para, como caído del cielo, retomar el hilo de la escucha sin perder pie, sin perder poesía; de alguna muy vaga, imprecisable manera enriqueciendo dentro de sí mismo el texto y de alguna bastante precisa manera (curioso: tampoco precisable), enriquecido él mismo: a la vez atrapado por el poema y suelto, liberado, por la poesía.