Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 13 de septiembre de 2015 Num: 1071

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El Haití preelectoral y
los derechos humanos

Fabrizio Lorusso y Romina Vinci
entrevista con Evel Fanfan

Dos Poetas

La colección Barnes
Anitzel Díaz

Animalia
Gustavo Ogarrio

Tres instantes
Adolfo Castañón

Adolfo Sánchez
Vázquez a cien años
de su nacimiento

Gabriel Vargas Lozano

El puma y su
presa celeste

Norma Ávila Jiménez

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Resurrección
Kriton Athanasoúlis
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 
 

Gustavo Ogarrio

ANFIBIO

Estoy listo para volver al agua azulosa como fina lámina de acero, para que mi cuerpo lo levante la marea del olvido, para alojarme en algún hueco de mar hecho de un puro transcurrir ahogado y recomenzar la herida desde el silencio. Estoy a tiempo para que en mi memoria se dejen de filtrar mi nacimiento sin estrellas, la duda metódica de los que están ciegos de contar la misma historia, el misterio de los besos contra la muerte. Tengo mi espalda metafísica llena de promesas que esperan el crimen perfecto. Tengo mis brazos anfibios paralizados en un abrazo que no deja de ocurrir en cierta madrugada en la que escapé de una vida por los tejados y fui testigo del éxtasis solar de un amanecer en precipicio.

Estoy listo para que en mí se vuelvan a derrumbar todos los seres y las cosas. Para hacerme de los peores oficios y limpiar con cuidado lámparas de hojalata y salir en la noche a matar cocodrilos; para levantar anclas y partir en medio de la tormenta matutina y desafiar los puertos en los que se trafica con el alma de los hombres; para mirar la foto de ella y no volver a sentir su rostro como un graznido de niña asustada que sonríe ante el ataque de su propio laberinto, para dejarla morir en la mañana tibia bajo la destreza vil del destino y de los árboles.

¡Ay, si yo tuviera un piano para hacer vibrar de nuevo a la Humanidad! ¡Si lo de hoy no fuera la repetición de tantos adioses, de tantas pasiones descompuestas, arrodilladas ante los ojos de agosto! ¡Ay, si yo no fuera este ritual de agonía disfrazado de canciones recién aprendidas que nunca borran los caminos! Estoy harto de los prodigios que se necesitan para llegar a la secreción de la ternura y de estos cuervos que me vigilan para que mis palabras finalicen, incurables ya en el filo de la vida y de la muerte.

ZAPPA

para Camila

Quizá simplemente nos enseñaste que un perro melancólico como tú era también ese hueco de belleza que como herida de manicomio llevan los seres humanos en su triste palpitar de sombras. Un hueco, Zappa, un hueco de hermosos belfos húmedos, el hueco de tu pelambre color miel y de esa danza de murciélagos amables y magníficos en tu pecho. Un hueco como aquella tarde en que el rottwailer rompió su cadena de taller mecánico para perseguirte y buscar con el hocico siniestro los testículos de tu edad de cachorro. Herido y sitiado en la extensión de tu miedo de perro solar y veloz, temblando en el hueco de la noche, te recogimos extraviado para llevarte a la cama de la veterinaria; te cosieron las partes blandas mientras nos mirabas, asustado y vivo, desesperadamente vivo. Yo estoy seguro que desde tu silencio celeste nos decías: “Todos estamos vivos, tremendamente vivos y heridos, y ahora somos uno mismo en esta certidumbre atroz de vida que deja el aviso de la muerte.” ¡Ay, Zappa, yo también decidí en ese momento, con toda la devoción de este hueco de animal incompleto que todavía soy, que serás tú el que me ayudará a cruzar hacia el país cárdeno de la muerte!

Francesco Zappa: sin religión, de colmillos casi de marfil, alabado por las masas de amigos que venían a verte y que olfateabas para averiguar los presagios de la vida; perro de luz enfebrecido por la calle inhabitable, domesticado por el jagüey que atravesabas a nado libre al pie de los cerros; me hubiera gustado que me gruñeras al oído: “soy un perro triste que dura mucho menos que ustedes y son infinitas las montañas que hay que conquistar”. Te vimos sucumbir ante la espantosa vida, anciano, digno y ya sin fuerzas; te fuiste como un animal sagrado que nos esperará por siempre al borde del camino para enseñarnos a cruzar el abismo.