Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 13 de septiembre de 2015 Num: 1071

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El Haití preelectoral y
los derechos humanos

Fabrizio Lorusso y Romina Vinci
entrevista con Evel Fanfan

Dos Poetas

La colección Barnes
Anitzel Díaz

Animalia
Gustavo Ogarrio

Tres instantes
Adolfo Castañón

Adolfo Sánchez
Vázquez a cien años
de su nacimiento

Gabriel Vargas Lozano

El puma y su
presa celeste

Norma Ávila Jiménez

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Resurrección
Kriton Athanasoúlis
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

La historia judicial como referente

Ricardo Guzmán Wolffer


La justicia prometida. El Poder Judicial
de la Federación de 1900 a 1910 ,

José Ramón Cossío Díaz,
Conaculta,
México, 2015.

La historia cumple muchas funciones en la comprensión del presente, especialmente en áreas del quehacer humano en las que suele no contarse con toda la información para establecer el desarrollo de instituciones y modelos sociales. Uno de esos mundos paralelos en México es el Poder Judicial Federal: poco indagado en sus muchísimas resoluciones, a menos que se resuelva algún asunto publicitado (sea o no relevante para el desarrollo del país); con poca participación en la vida nacional por parte de sus integrantes (algunos ministros realizan actos académicos destacados pero, en general, ministros, jueces y magistrados apenas dan la cara laboral o académicamente); y menos aún son conocidos los funcionarios no titulares, salvo en las pequeñas poblaciones donde se asientan juzgados de distrito, como único contrapeso real a los poderes locales.

Si en la época actual, en que la Suprema Corte de Justicia de la Nación transmite en vivo sus sesiones, en que las jurisprudencias se publican en línea antes que en el Semanario Judicial (lo cual incide en el minuto de su aplicación por parte de los funcionarios judiciales) y en que  puede accederse a todas las resoluciones judiciales vía las oficinas de transparencia y acceso a la información del Consejo de la Judicatura Federal o de la propia Suprema Corte, apenas se llega más allá de tales aspectos, ya puede suponerse la dificultad que existe para tener una visión de ese Poder Judicial Federal hace un siglo.

Esa es la tarea fundamental de Cossío Díaz en este libro. La calidad académica de Cossío le valió la postulación a Ministro de la Corte, de modo que estamos ante un autor que contempla esta disciplina desde dos visiones privilegiadas: la del catedrático y la del funcionario judicial del máximo tribunal.

El libro se nutre de dos aspectos que permiten al lector tener su propia apreciación. Cossío resiste bien la tentación de calificar o descalificar el momento histórico y los factores que incidieron en la integración de la Suprema Corte porfirista y de los mecanismos que permitían su acceso a la población: presenta datos objetivos, numéricos, pero también habla de la percepción de los críticos del momento. Éstos están más calificados para apreciar lo entonces sucedido que quienes ahora miramos esos hechos, bajo el riesgo de hacer un juicio en referencia a lo actual. Por ejemplo, sería muy fácil criticar la facilidad con que muchos abogados o funcionarios aceptaron ser parte de tal poder judicial, pero difícilmente puede apreciarse la manera en que tales letrados formaban un mínimo porcentaje de la población y la necesidad social de sobrevivir a las políticas públicas de un presidente en nada acostumbrado a ser rebatido, menos aún por sectores desligados de la población iletrada.

El autor se pronuncia sobre aspectos que desde hace un siglo  formaban parte de la preocupación conceptual sobre el poder judicial: cómo escoger a los titulares y cuáles eran sus posibilidades de mantenerse en el cargo si actuaban libre y honestamente. Este hecho se vio reflejado, casi un siglo después, en la reforma con que el entonces presidente Zedillo entró a su sexenio: removió a casi todos los ministros y estableció nuevos mecanismos para nombrar a todos los titulares del Poder Judicial Federal. Lo mismo sucede con las remuneraciones de tales funcionarios. Cossío coloca varias tablas sobre las remuneraciones de 1899 a 1911. Así, es posible ver la mínima diferencia en salarios entre jueces y magistrados federales (de 4 mil “pesos corrientes”, ambos) con los ministros de la Suprema Corte (6 mil “pesos corrientes”), lo cual no sucede ahora, por haber un amplio margen entre los dos primeros y estos últimos, quienes nominalmente tienen mayores ingresos que el presidente de la República (claro, éste tiene otras prestaciones que lo llevan a tener mucho mayores ingresos). De ahí que sea dable la presunción de que el afán de subir de categoría escalafonaria se debiera sólo a la convicción de obtener el puesto, no a la búsqueda de mayores emolumentos: la carrera judicial como parte de la función pública.

Cossío también explica y determina otra de las funciones más discutibles de la Suprema Corte: la formalmente legislativa. Con la facultad de emitir acuerdos, el tribunal terminal podía expedir normas de carácter general, como la jurisprudencia, entre otras, donde se interpretan leyes y se establecen directrices para todas las autoridades de la República.

Un acierto del libro es el largo tratamiento que da a los justiciables. La percepción ciudadana, generalmente no informada, del quehacer judicial suele ser errónea, precisamente por la dificultad de allegarse todas las razones jurídicas utilizadas para resolver un juicio y, sobre todo, por la mínima formación jurídica de quienes interpretan o informan sobre esas decisiones judiciales. De ahí que la disociación entre población y entidades judiciales parezca irreconciliable. Y esto es grave cuando alguien que nunca ha estado en un juicio debe entrar a esos laberintos judiciales pensados para verdaderos especialistas. Si ahora litigantes y tribunales se especializan por materia, tipo de juicio y hasta por instancia, puede uno imaginarse cómo eran las cosas hace un siglo, cuando la posibilidad de acceder a la educación universitaria (o su equivalente) era mínima. Bien establece Cossío que el llegar al inicio del litigio judicial (el autor precisa, entre muchas variantes, que no todos los conflictos sociales eran litigables) apenas formaba parte del final de una larga cadena de obstáculos sociales y conceptuales para las partes.

Si bien las conclusiones y el planteamiento inicial del libro se ocupan de la justicia porfirista, la amplia exposición de datos, mecanismos y documentadas impresiones de autores de la época llevará al lector necesariamente a preguntarse si esas condiciones de lo judicial han cambiado y si esos actores de lo jurídico no han sucumbido, como hace un siglo, a las condiciones sociales y de poder que los colocaron.


Thriller estilo Cuernavaca

Joaquín Guillén Márquez


El misterio de la Marca,
Amaury Colmenares,
Ediciones Simiente,
México, 2015.

Hace años leí "La Obesea", cuento de Amaury Colmenares que apareció en la revista Cuadrivio. Dividido en cantos a la manera de una épica, el autor relata con solemnidad irónica la desgracia de una chica con desorden alimenticio. Desde los famosos epítetos de la Ilíada, hasta solicitar a las musas su intervención para que comiencen la historia, o incluso los diálogos, algunos escritos a manera de diálogo dramático, "La Obesea" fue la carta de presentación de un escritor con conocimiento de la Tradición, así en mayúsculas, y con ganas de subvertir.

Celebro que Ediciones Simiente, que desde hace tres años se ha posicionado como escaparate independiente de jóvenes escritores, particularmente los que viven en Morelos, haya publicado El misterio de la Marca, la novela debut de Amaury Colmenares, que se debe al género policíaco y detectivesco, desde las historias de Arthur Conan Doyle hasta El complot mongol, de Rafael Bernal. Pero no sólo eso. Estamos ante una novela parecida, en idea, a Dublineses, de Joyce, y a De Zitilchén, de Hernán Lara Zavala, dos volúmenes de cuentos de diferentes latitudes que nos recuerdan que Colmenares es narrador antes que cuentista o novelista.

El misterio de la Marca es una novela compuesta por varios misterios que podrían leerse como cuentos, cuyo vínculo descansa en su ambientación, en Cuernavaca, con una técnica que recuerda invariablemente Bajo el volcán por el conocimiento histórico de la ciudad, y en su relación con la incógnita que da pie al libro: la muerte del agente viajero en la Posada Marca Real, caso que tiene de cabeza a la policía municipal y a las personas involucradas. Al final todos los misterios que envuelven la novela son sólo un recordatorio de la historia inmediata de los personajes, que intentan comprender su presente a la vez que evitan cometer los mismos errores. Así, Colmenares narra una suerte de historia fundacional de Cuernavaca.  O, como él dice: un misterio. Uno particular, que desencadenó muchos más y que fue engendrado por otros tantos. Uno que, como todos, produjo el horror de lo fortuito. Porque si una desgracia no tiene explicación, quiere decir que no hay mecanismo conocido para evitarla. Así que la gente busca la respuesta no para resolver la desgracia ajena, sino para evitar la propia. Un misterio sencillo y puro.

Más allá del género policíaco y del final de la novela, que deja muchas más preguntas que respuestas, el estilo de Amaury es de lo más disfrutable y gracioso que he leído recientemente. A mediados de la novela se nos dice que la información que corresponde a uno de los misterios se publicó en forma de libro, cuya ubicación siempre fue una incógnita para los lectores, quienes creían que Cuernavaca era el nombre de un hotel feo. Y aquí continúa Amaury: "Incluso los pocos lectores de Cuernavaca se confundieron y se maravillaron de que La Marca fuera tan parecida a su ciudad pero habitada por gente tan pretenciosa, envidiosa e ignorante."

Pero acaso lo que más disfrutará el lector es el humor genuino que sale de estas páginas, para muestra un botón:

Intrigado, acudió al lugar de los hechos el comandante Heriberto Mezquita escoltado por dos de sus subalternos. En la habitación 4B de la Posada Marca Real halló el cadáver de un hombre de aproximadamente cuarenta años, ataviado con un traje negro hecho de seda italiana. Los únicos enseres personales hallados fueron un portafolio, las prendas que vestía el occiso, un cuaderno en blanco guardado en el bolsillo interior del saco y una pluma estilográfica negra, marcha Sheaffer. Una inspección más detallada reveló que no tenía tinta.


Asir lo inasible

Miguel Grinberg


Alba y abla,
Víctor Toledo,
Leviatán,
Argentina, 2015.

Como un guerrero aplicado a la reconquista de una ancestral canción olvidada, en un mundo saturado de quimeras, Víctor Toledo navega pacientemente a través del mar de la imaginación, en pos de jardines mentales donde la tentación primera es el delirio.

Como alquimista de la palabra, sus malabares son más veloces que el ojo del lector, y para poder capturar sus misteriosos ritos es preciso releerlo una y otra vez, verificando que entre los pliegues de su poesía hay mundos ocultos que se fecundan en extraños subsuelos de la introspección una vez que se han girado las páginas. Como astuto cazador de paradojas, no vacila en deshojarse sin cesar, hasta quedar más que desnudo en el páramo del canto visionario, sin aferrarse a la compañía de sus ángeles proféticos.

Lo inasible es la esencia de la eternidad y por ahí navega Toledo como pescador solitario de dioses que arden en el horizonte como soles irradiantes. Porque “Dentro de cada cosa hay un reloj de arena” y al mismo tiempo, implacablemente, “somos los habitantes del polvo”. No hay modo de reposar entre los fantasmas de un siglo que agoniza. No es posible eludir el desfile de misterios cuando el alma se despoja de todos los pretextos que ha coleccionado por pereza o desesperación.

Todo consiste en asumir la necesidad de convivir con lo sagrado como si se tratara de un desafío cósmico. ¿Su horizonte?: Reinventar la libertad. Porque “Dicen que el universo es un puñado de arena/ que arrojó Dios a los ojos de los hombres/ cuando se bañaba en las playas del infinito/ que no se sabe si se expandirá eternamente o si se contraerá”. Pero lo que sí se sabe es que cuando uno logra situarse cara a cara con la divinidad, la poesía arde con irresistible frenesí.



Los 43,
Varios autores,
Los Bastardos de la Uva,
México, 2015.

Eusebio Ruvalcaba es el compilador de esta antología literaria, y para entender la naturaleza del volumen lo mejor será citarlo en extenso: “el cometido del libro no fue otro que mostrar la ira, el coraje. Por supuesto, al margen del panfleto y el lucro. Sin duda, la desaparición de los 43 normalistas generó un clima de indignación como hacía mucho no se había incubado [...] me decidí por tomar la pluma y redactar. No sin llevarme a varios escritores entre las patas. El primero, el maestro Jorge Arturo Borja [...], primero también en entusiasmarse y poner manos a la obra. Sin él, este libro jamás habría visto la luz.” Como informa el propio Eusebio, y pese a que “salvo contadas y honorables excepciones, todo mundo dijo ‘yo le entro’, su convocatoria rebasó la cifra de cuarenta y tres autores hasta alcanzar la de cincuenta y dos. Así pues, además del prólogo, a cargo de Luis Fernando Borja, hay aquí cincuenta y dos textos, entre poesía y prosa, en los que ha tomado cuerpo la indignación colectiva por la masacre pésimamente disfrazada de “verdad histórica” –por cierto recién quemada, ésa sí, en un basurero y no precisamente en el de Cocula–, que dentro de trece días cumplirá su primer año de opaca impunidad. El libro, de edición impecable, cuenta en su portada con la imagen de una obra generosamente donada por el maestro Francisco Toledo, y literalmente no tiene precio: su venta está prohibida y es de cooperación voluntaria para quien quiera hacerse con un ejemplar.



Filosofía y marxismo,
Louis Althusser,
Siglo XXI Editores,
México, 2015.

Este es un libro seguramente leído con mucha atención por Adolfo Sánchez Vázquez, de cuyo centenario dan cuenta las páginas centrales del suplemento este domingo, véase entre otras razones por qué: “Es muy difícil hablar de una filosofía marxista... si consideramos que lo esencial de la aportación de Marx es el haber realizado descubrimientos de carácter científico sobre el capitalismo... de la misma manera que sería difícil hablar de una filosofía física, biológica o matemática”: así habló, en una de las entrevistas que integran este libro, el reconocido filósofo francés Louis Althusser, quien añadía lo que, a su entender, era la verdadera tarea respecto del pensamiento y la obra de Carlos Marx: “saber qué tipo de filosofía es la que puede dar cuenta de los descubrimientos y los conceptos que Marx utiliza en El capital, pero en todo caso, no será una filosofía marxista, será una filosofía para el marxismo”. Originalmente publicado en 1988, el volumen recoge la entrevista que Fernanda Navarro le hiciera a Althusser, y esta nueva edición incorpora la correspondencia entre ambos, así como una conferencia dada por el filósofo en la ciudad de Granada.



Lo peor de la buena suerte,
Jonathan Minila,
Fondo Editorial Tierra Adentro,
México, 2015.

A sus treinta y cinco años y con solamente dos libros publicados hasta donde se sabe, el capitalino Minila demuestra estar en posesión absoluta de las únicas herramientas escriturales que separan, sin lugar a dudas, a un escritor interesado/preocupado/atareado en la literatura, de aquellos otros a los que más bien les atañe todo lo que puede rodearla –comenzando y terminando por la fama, de cualquier modo e inevitablemente escueta, fugaz y escurridiza–, y escriben para agenciárselo. Siete relatos sólidamente estructurados, el quinto de los cuales da título al volumen, ponen de manifiesto lo antedicho: Minila sabe que la mejor escritura es la más honesta, o en otras palabras la menos encorsetada y menos interesada en apantallar a nadie; la menos pendiente de modas y tendencias, la más cercana al lenguaje de todos los días y todas las personas, y que algo similar sucede con eso que se cuenta: la cotidianidad, el hecho posible y verificable, sacudido por la irrupción de otro hecho igual, aunque inesperado, lógico y consecuente.