Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 13 de septiembre de 2015 Num: 1071

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El Haití preelectoral y
los derechos humanos

Fabrizio Lorusso y Romina Vinci
entrevista con Evel Fanfan

Dos Poetas

La colección Barnes
Anitzel Díaz

Animalia
Gustavo Ogarrio

Tres instantes
Adolfo Castañón

Adolfo Sánchez
Vázquez a cien años
de su nacimiento

Gabriel Vargas Lozano

El puma y su
presa celeste

Norma Ávila Jiménez

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Resurrección
Kriton Athanasoúlis
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Miguel Ángel Quemain
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Twitter: @mquemain

Representación de la representación
en El Colegio Nacional

Conferencia sobre la lluvia, de Juan Villoro, bajo la dirección de Sandra Félix, interpretada por Arturo Beristáin y con la producción de la Compañía Nacional de Teatro, se presentó en El Colegio Nacional con una gran concurrencia de público (un promedio de 600 personas en cada función) y abre con ello la posibilidad de un espacio para la actividad teatral que sea susceptible de trabajar en un escenario convencional (¿hay algo más ordinario y difícil para el teatro que un auditorio para conferencias?) con imaginación y creatividad.

Este fenómeno de cuatro semanas obliga a hablar de las posibilidades virales de un trabajo creativo que ha convocado espectadores de todas partes y que en esas cuatro funciones, planeadas con una presentación/debate sobre las ideas de la obra, han rebasado las expectativas de asistencia y han tenido que colocarse pantallas para transmitir la obra en un circuito cerrado de televisión. Con todo y que el teatro presenta una exigencia de estar frente al actor, el público que asistió aceptó las condiciones y no dejó de entregarse plenamente, a pesar de la distancia que implica un circuito que transmite una toma abierta del escenario.

Esta nueva oportunidad de ver la obra contó ahora con un intérprete que se enfrenta a un pasado de éxito, reconocimiento y una condición actoral de la que pocos gozan: que la obra pareciera escrita ex profeso para Diego Jáuregui, cuyas características personales coinciden en algunos puntos con el personaje de Villoro, creando de entrada una gran empatía e identificación.


Juan Villoro Foto: archivo La Jornada

Arturo Beristáin enfrenta ese pasado inmediato, ese estilo de actuación y un número muy limitado de funciones y de ensayos para apropiarse de una obra, en condiciones que cuesta mucho trabajo para que un actor la haga suya, memorice y sienta el conjunto de situaciones que enfrenta en un monólogo interior muy difícil,  que en materia de estilo opta por una diversidad de tonos y exploraciones al interior mismo del género, lo que debe descontrolar a un actor, pues no todo el texto es en clave realista, ni ocurre en el aquí y ahora pero, sobre todo, en las dimensiones de interioridad del personaje.

Villoro explora intensamente en un sentido de la interpretación, se lanza en profundidad a indagar en las distintas posibilidades de contar una historia, interpretarla, colocar al propio narrador como objeto de su propia mirada, como en un espejo, y también frente al juicio del lector, que es capaz de ver al dueño del enunciado desde la orilla del personaje que habla y refiere lo que hace, lo que cree que hace y esa versión del “nosotros” que carga todo monólogo, incluso cuando la enunciación se hace desde la segunda persona.

Hay que decir que la energía de Villoro tomó un nuevo cauce como miembro de El Colegio Nacional. Si en un principio sorprendió gratamente, a muchos otros no les vino muy bien la noticia. Siempre hay consideraciones mezquinas sobre quién lo merece más, y en realidad nunca hay análisis de fondo que no tengan como paisaje la envidia (claro, todos dicen, “de la buena”).

Ahora sorprende cómo es capaz de construir una convocatoria eficaz, festiva y llena de entusiasmo por visitar una institución que era una especie de mausoleo, bello sin duda, aun en aquellos tiempos en los que Fausto Vega, con enorme entrega y vitalidad, se sobreponía al polvo, al olvido e inventaba publicaciones, programas de radio y televisión y una estupenda página de internet que no son capaces de construir tantos que se la pasan pegados a su computadora, su tablet, su teléfono y su ipod, todo al mismo tiempo.

El año pasado nos ocupamos de esta obra y ahora veo que su relectura, el contexto de su reposición y la luz que le da Arturo Beristáin, hacen de estos cuatro lunes una obra distinta, polifónica y vital. El personaje que interpreta este gran actor está vivo, pero también está hecho de lenguaje y no se atemoriza, lo muestra, lo escucha y nuevamente fluye hacia su interioridad en el paso justo.

Beristáin es pausado, se distancia y se apropia del texto, escucha las coordenadas de una literatura que se apasiona en la dramaturgia pero que posee el corazón interpretativo de la novela, esa sustancia que en Villoro es una forma de lengua materna que le da acceso a una sabiduría sobre las intencionalidades, sobre el punto de mayor peso del iceberg que Beristáin presenta sin concesiones, con gran experiencia y firmeza.

Esperemos que efectivamente esta vitalidad que da el teatro sea duradera.