Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 13 de septiembre de 2015 Num: 1071

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El Haití preelectoral y
los derechos humanos

Fabrizio Lorusso y Romina Vinci
entrevista con Evel Fanfan

Dos Poetas

La colección Barnes
Anitzel Díaz

Animalia
Gustavo Ogarrio

Tres instantes
Adolfo Castañón

Adolfo Sánchez
Vázquez a cien años
de su nacimiento

Gabriel Vargas Lozano

El puma y su
presa celeste

Norma Ávila Jiménez

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Resurrección
Kriton Athanasoúlis
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Dos filmes dos

Como es habitual, después de que los blockbusters de las majors ocuparon hegemónicamente las pantallas cinematográficas a lo largo de la temporada vacacional de verano, éstas por fin dejan algún espacio para que el cine nacional sea exhibido. Por esa razón, no es de extrañar que en este momento sean cinco los largometrajes mexicanos de ficción disponibles en salas comerciales, a los que se suma otro par, en Cineteca Nacional y cineclubes: los dos últimos son La tirisia, de Jorge Pérez Solano, y Manto acuífero, de Michael Rowe, mientras los primeros cinco son Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando, de Manolo Caro; Eddie Reynolds y los Ángeles de Acero, de Gustavo Moheno; Alicia en el país de María, de Jesús Magaña; Un gallo con muchos huevos, de Gabriel Riva Palacio y, finalmente, Hilda, de Andrés Clariond. Las primeras cuatro han sido abordadas en este espacio con anterioridad; aquí se dirá algo, así sea breve, respecto de las restantes.

Obsesión y ocaso

Jesús Magaña debutó como largometrajista de ficción en 2003 con Sobreviviente, a la que siguió Eros una vez María, en 2007, luego de la cual adaptó a cine Abolición de la propiedad (2012), obra homónima de José Agustín. Más que consistir en los dos tercios iniciales de una trilogía, las dos primeras son algo así como la progresión formal de una misma historia, que a su vez funcionan a manera de ejecuciones preparatorias para el último tercio, que eso y no otra cosa es Alicia en el país de María. Dicha historia es la de un tal Tonatiuh, superlativamente obsesionado con una mujer llamada María, con quien alguna vez ha estado y ha compartido la vida, entregándole a cambio la totalidad de su atención y hasta de su memoria, lo cual se traduce de manera primordial en el terreno icónico; en otras palabras, la obsesión de Tonatiuh con la imagen de María hace de ésta un ser ubicuo al que puede encontrársele por todas partes, con independencia del entendimiento o la coincidencia con el mundo real que conlleve la capacidad de Tonatiuh para vivir literalmente rodeado de Marías.

De este principio conceptual, el del objeto del deseo erigido en única posible razón de vida, ha partido Magaña tres veces ya, variando solamente, y de manera más bien leve, las circunstancias anecdóticas en las que ha puesto a interactuar a sus protagonistas. La de este director ha sido una apuesta temático-formal personalísima –incluida la adaptación agustinesca, que no por azar es igualmente la historia de una pareja emproblemada hasta la médula– y, por consiguiente, la suya es una propuesta fílmica que no a pocos les resulta difícil de digerir. En el caso concreto de Alicia en el país de María, más bien desconcierta ver a una Bárbara Mori reconocidamente farandulera, telenovelera y poco fiable histriónicamente hablando, en un papel exigente y difícil como el de la trashumante María de Jesús Magaña. Empero, no sale tan mal librada quizá debido a que su papel es más bien el de símbolo, de icono inmarcesible-inaccesible-inenarrable, para lo cual poca falta hace actuar y en lo que se debe ser muy hábil es en el arte de la pose, mismo para el que Mori se pinta sola. (Entre paréntesis, anótese que tres actrices menos reconocidas por su talento que por su estampa podrán decir –y si no lo dicen ellas no faltará quien lo aprecie– que algún día hicieron una película no complaciente, y el artífice habrá sido Jesús Magaña.)

Unos güevos de güeva

Hasta el título de la cinta es un autogol: si algo le falta al largometraje de animación Un gallo con muchos huevos son precisamente güevos, con lo cual no solamente quiere decirse albureramente que le falta osadía en el argumento e incluso valentía léxica, lo cual tratándose de los personajes que se trata es un enorme contrasentido, si no una verdadera traición a sí mismos; quiere decirse también que literalmente a la película le faltan güevos, es decir personajes que respondan a la caracterización afortunada que se diera a conocer hace ya varios años, vía internet, en formato de cápsulas. De la primera película –Una película de huevos– a la segunda –Una película de huevos y un pollo–, se instauró una distancia notable al respecto, pero esta vez la lejanía es insalvable y, para peor, Un gallo... no es, por cuanto hace al guión, sino un pastiche desafortunado de cuanta película animada reciente pueda recordarse: hay pedazos mal disfrazados –si fueran “homenajes” o citas tendrían un aire más discreto– de Cars, Pollitos en fuga, Kung Fu Panda y varias más. Hasta para copiar bien le faltaron güevos a este gallo.