Opinión
Ver día anteriorLunes 14 de septiembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Ya quiero que se muera

A

nte la pérdida de clientela, la Iglesia católica se flexibiliza y el Vaticano anuncia el perdón del aborto y agilizar las anulaciones matrimoniales. Lo primero porque los meros signos vitales no son sinónimo de vida, y lo segundo porque ya no rige la falaz consigna de que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre. Más complicado será que deje de condenar la eutanasia y el suicidio asistido, pues aún no conviene a las religiones ni al Estado, pero la economía los convencerá.

A esta columna escribe Gabriel Corona: “Hace algunas semanas mi madre, platicando sobre mi abuela, dijo: ‘ya quiero que se muera’. Lo expresó sin el menor atisbo de remordimiento. Mi abuela no está tan mal, todavía es independiente, pero debido a sus malestares se ha vuelto una persona chingaquedito y ninguno de sus hijos sabe cómo afrontar la situación. Todos ellos, de una forma u otra, participan en sus cuidados, pero sólo procuran cumplir e irse inmediatamente.

“El resultado es que la mayoría del tiempo está sola y la ayuda que le proporcionan es de escaso impacto en una vida que se ha vuelto un infierno para mi abuela. Yo he tenido que alejarme. Como médico me harté y dije a mi madre que ya no me pasara sus llamadas, pues terminaba irritado ante las mismas preguntas y respuestas de siempre: ‘¿puedo comer esto?, me mandaron estas pastillas, ¿crees que me hagan daño?’ Cualquier consejo resultaba en vano, pues no lo seguía. Si mis respuestas no la satisfacían buscaba a mi primo –también es médico–, y así con todos. Hubo un tiempo en que decidí visitarla una vez a la semana en plan de terapeuta. Platicábamos, dibujaba, leíamos, pero es muy desgastante tenerle toda la paciencia, así que dejé de hacerlo.

“El día del comentario de mi madre le respondí que yo tendré el privilegio de no vivir una situación así. ‘Yo decidiré el momento de mi muerte cuando ya no valga la pena respirar’, y también se lo ofrecí como regalo para ella, si me lo pide.

“No puedo imaginarme aceptando vivir una situación de esclavitud ante una enfermedad terminal, no importa en cuál lado esté: como cuidador o como enfermo.

Si está en mis manos hacer algo por alguien que está agonizando y existe la seguridad de que los familiares acepten, yo me apunto. Otros médicos ya lo hacen, aunque no lo dicen abiertamente, pero ofrecen a los familiares dar a la persona medicinas para que esté dormida y no sufra tanto, concluye.