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La oposición reprocha que Francisco legitime al gobierno

Cuba y su historia, un imán para los pontífices romanos

Su papel en el deshielo con EU lo vuelve aliado para miles de cubanos

Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Sábado 19 de septiembre de 2015, p. 33

Las expectativas para recibir a Francisco en Cuba son grandes, pese a que en los pasados 20 años es la tercera visita de un Papa; el pueblo está más entusiasmado. Hay labores de limpieza y remodelación de casas y calles. Se quiere dar la bienvenida a un actor que no sólo ha mediado en el deshielo de la relación con Estados Unidos, sino que es un pontífice latinoamericano. Este Papa habla también de la Patria Grande y del sueño bolivariano de una Latinoamérica unida como región cultural.

Cualquier observador externo podrá constatar que en Cuba la práctica religiosa es diferente a otros países. Las formas religiosas en la isla, después de más de cinco décadas de un gobierno socialista y ateo no son sistemáticas ni disciplinarias. Sin embargo, en las pasadas dos décadas hay un ligero ascenso no sólo de la fe, sino de la presencia social de la Iglesia católica, que es la organización no gubernamental más grande en la Cuba contemporánea. Pero independientemente de las restricciones, en materia de cultos, impuestas por la revolución, Cuba es poco religiosa, o lo es a su manera: tan sólo 2 por ciento asiste a los servicios religiosos.

De los más de 11 millones de habitantes, 60 por ciento se declaran católicos. Sin embargo, hay un alto grado de secularización y en muchos casos el catolicismo está influido por los sincretismos religiosos.

Una creencia sincrética es la santería, que fue traída a Cuba por los esclavos procedentes de África y se extendió a las islas vecinas; muestra similitudes al umbanda brasileño y al camdombé. Esta expresión de la negritud y la africanidad en diáspora ha recibido respaldo y apoyo oficial. Tampoco debe despreciarse la presencia protestante y pentecostal, que suman cerca de 7 por ciento en conjunto; incluso algunas de las iglesias históricas mostraron simpatía por la revolución, mientras la Iglesia católica se mantuvo al margen e incluso jugó a la oposición.

La relación de Cuba con los papas es de larga data. Pareciera que la historia moderna de la isla atrae de manera particular a los pontífices romanos. Tal es el caso del cardenal Angelo Roncalli, quien se convirtió en pontífice en 1958 con el nombre de Juan XXIII. Debido a su avanzada edad, se le consideró como un papa de transición, sin embargo, por su experiencia reveló pronto su intención de repensar las relaciones con los países comunistas. Esta nueva actitud frente al mundo moderno se materializa en la convocatoria del Concilio Vaticano II.

El papa Roncalli, así lo muestran sus biógrafos, jugó un papel determinante en octubre de 1962, durante la crisis de los misiles, que estuvo a punto de desembocar en una guerra nuclear entre la URSS y Estado Unidos.

Fruto de esa dramática experiencia, Juan XXIII redacta su famosa encíclica Pacem in Terris, en 1963, sobre la paz mundial.

La llegada de Juan Pablo II a Cuba en enero de 1998 fue uno de los principales acontecimientos de finales de siglo. Había en aquella visita muchos símbolos en juego, ya que Fidel Castro y Karol Wojtyla se perfilaban como dos grandes figuras en la historia del siglo XX. Hubo un duelo de carismas. Cuba entonces atravesaba por una crisis económica severa a raíz de la caída de los países socialistas en Europa.

Los medios de comunicación presentes durante la visita, con más de 3 mil periodistas acreditados, además de los técnicos y observadores, parecían olfatear desenlaces espectaculares. Un Papa triunfador en la caída del Muro de Berlín, una especie de Napoleón de fe, frente a un estadista revolucionario, aventurero, que resistía la tormenta el fin del ciclo del socialismo real. El encuentro no pudo ser mejor, la gente se le entrega y el Papa polaco promete y ofrece intervenciones diplomáticas que se resumen en la multicitada frase: ¡Qué Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba! Benedicto XVI siguió ese paradigma condicionado, como puede deducirse por el cambio de actitud del régimen hacia la Iglesia católica cubana, la cual hoy cuenta con 300 sacerdotes, numerosas congregaciones religiosas, centros de asistencia, misión y más de 300 parroquias. A diferencia de otros momentos, hay una atmósfera de distensión entre la Iglesia y el Estado cubano.

El gobierno de Raúl Castro ha llevado a cabo la devolución de templos, inmuebles y terrenos que fueron propiedad de la Iglesia católica y que expropió la revolución y ha permitido la construcción de dos nuevas iglesias.

El controvertido cardenal cubano Jaime Ortega señala que la visita del Papa acentúa la política de diálogo entre la Iglesia y el gobierno, que además lamentó recientes críticas de opositores a su persona por rechazar que existen presos políticos en la isla.

La oposición reprocha que Francisco llegue a legitimar al gobierno. Antes del deshielo de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos debe haber el deshielo entre el régimen y su pueblo, sentencia la oposición.

Cuando el pontífice llegue al aeropuerto José Martí de La Habana sabrá que llega a casa, aunque sea la primera vez que visite la isla. Será recibido por el presidente Raúl Castro, quien ha jurado volver a misa. La mediación de Bergoglio con Estados Unidos ha sido determinante y es muy apreciado por los cubanos.

Ahora el Papa va por poner fin al embargo. Así lo sentenció en Roma Pietro Parolín, su secretario de Estado. Francisco pondrá todo su peso en Washington para concluir el nefasto ciclo del bloqueo. Por ello miles de cubanos creyentes, y no, lo ven como un aliado.