Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 20 de septiembre de 2015 Num: 1072

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Papeles Privados
José María Espinasa

Habitar la noche
Renzo D’Alessandro

Un día en Ciudad
de México

Héctor Ceballos Garibay

La imagen contra
el olvido: a treinta
años del terremoto

El terremoto de 1985:
“absurda es la materia
que se desploma”

Gustavo Ogarrio

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Neocastas

Hilda (México, 2014), ópera prima en largometraje de ficción del regiomontano Andrés Clariond Rangel, no esconde nunca el juego: su intención es retratar tan fielmente como sea posible los estamentos que componen la sociedad mexicana contemporánea. Para conseguirlo, el también guionista tomó algunos riesgos en la confección de la trama, comenzando por el binomio de personajes elegidos para llevar a cabo las funciones de eje dramático y anecdótico: Susana (una Verónica Langer que ha dado muy bien el estirón para desempeñar un papel protagónico o, en este caso, coprotagónico) es una mujer cercana a los setenta años de edad, casada con un hombre de su misma edad y condición, del cual recibe satisfactores materiales e indicaciones a partes iguales y diríase que exclusivamente; con un hijo postadolescente biológico pero adolescente psicológico; que vive de manera más opulenta que “acomodada”, lo cual se refleja tanto en su entorno físico como, sobre todo, en sus maneras y su modo de relacionarse con los demás –no se dice aquí “con sus semejantes” deliberadamente, pues en esa imposibilidad consiste mucho del meollo de la historia–; de la que es fácil deducir que ha tenido estudios y cuya vida anterior siempre ha transcurrido sin grandes sobresaltos, idéntica a sí misma, a excepción de algunas diferencias poco sustanciales y obvias, pero no en lo relativo a condiciones económico-materiales sino en función de la edad cambiante o, más específicamente, del nivel de tedio que inevitablemente se acumula en virtud de una total ausencia de riesgos, dificultades y aun de sorpresas o acontecimientos verdaderamente novedosos que tengan la capacidad de quebrar la rutina de lo cotidiano doméstico. Comunicativa hasta lo parlanchín e insustancial, el modo de hablar de Susana refleja con claridad sus carencias afectivas y, por lo tanto, de comunicación. La homónima Hilda (Adriana Paz, contenida y eficiente), por su parte, es una mujer no mayor de treinta años, madre de dos hijos pequeños, casada con el exjardinero de Susana, y que a su vez tiene una deuda económica con ésta. Se deduce de Hilda que sus estudios son pocos o nulos y que su situación material es muchísimo menos que boyante. A diferencia de Susana, Hilda no habla sino para decir lo estrictamente indispensable. Añádase, por la importancia que el dato tiene para la historia que se cuenta, que Susana es blanca de piel, de ojos y cabellos claros, y que Hilda es morena, de ojos y cabellos oscuros.

El riesgo para la construcción de la trama es, evidentemente, el recurso al lugar común del vínculo entre Hilda y Susana: la primera es la sirvienta y la segunda es la patrona y, en términos carecterológicos, ambas son lo que son de manera enfática, como para que al espectador no le quede duda del valor arquetípico de ambos personajes. Empero, y no sin cierta dosis de paradoja, los aciertos de Hilda comienzan precisamente con dicho énfasis, casi de tintas cargadas y brocha demasiado gruesa: como en “la vida real”, los miembros de la sociedad que tienen poder, dinero, muchas posesiones materiales, etcétera, tienen algo de lo que el resto de las clases sociales carece: visibilidad, notoriedad, atributos que en un tipo de organización social como la presente, son considerados sinónimos de “importancia”. En el filme como en la vida misma, de Susana se sabe mucho pero de Hilda casi nada; ergo, cualquier cosa que a Susana le ocurra tiene una relevancia que jamás tendrán las vicisitudes de Hilda.

Similar estructura de visibilidad-importancia/invisibilidad-irrelevancia se reproduce en la construcción de la trama entera: para su esposo, Susana es virtualmente invisible salvo cuando requiere de su presencia en términos sociodecorativos; para ella, la numerosa servidumbre sólo cuenta a la hora de transmitirle una orden, por más que en su irrealizable intención de igualdad –surgida de necesidades psicológicas y no de genuina sensibilidad social– consista el fondo del conflicto. Para el hijo, un inútil con veleidades literarias, no importan los lectores sino la fama que él pueda obtener escribiendo. Y de vuelta lo mismo: a la servidumbre y al batallón de guardaespaldas de aquellos pudientes no le importan los patrones, salvo como fuente de ingresos.

Hoy como ayer, pareciera decir Clariond Rangel, Susanas e Hildas y quienes las rodean se relacionan a la manera de las antiguas castas, renovadas en función de un contexto cuya contemporaneidad no alcanza a modificar la esencia de una profunda incomunicación social.