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Soportó en un campo de refugiados hasta que el EI quemó su piano

Músico emigrante sirio cuenta en Facebook su dramático periplo

Ahmad consolaba a los niños de Yarmuk, golpeados por cuatro años de guerra civil

Ahora sueña con su familia y con tocar en calles de Berlín

 
Periódico La Jornada
Lunes 21 de septiembre de 2015, p. 9

Beirut.

El pianista Aeham Ahmad soportó tres años de asedio, hambre y bombardeos, pero cuando el grupo Estado Islámico (EI) quemó su piano, este célebre músico de un campo de refugiados de Damasco se sumó al exilio masivo a Europa.

Lo quemaron en abril, el día de mi cumpleaños. Era el objeto que más quería, confía este artista de 27 años, que sigue su periplo a través de Internet.

Fue como la muerte de un amigo; mi piano era más que un simple instrumento, agrega.

Tocando el piano en medio de las ruinas del campo de Yarmuk, Ahmad aportaba consuelo e incluso un atisbo de alegría a sus habitantes, golpeados por cuatro años de guerra civil.

Sus canciones de esperanza, especialmente dirigidas a los niños, se convirtieron incluso en un fenómeno en redes sociales.

El campo de Yarmuk, inmenso barrio del sur de Damasco donde viven principalmente refugiados palestinos, fue parcialmente asediado por el ejército sirio. Más de 120 personas murieron de hambre, según una organización no gubernamental, y la situación empeoró desde el asalto en abril del EI.

“¿No sabes que la música es haram (prohibida por la religión)?”, le espetaron los yihadistas en un control, mientras trataba de subir su piano a un camión con destino a Yalda, localidad cercana donde se hallaban ya su mujer y sus dos hijos pequeños.

Los momentos en que me sentía más impotente era cuando tenía dinero, pero no había dónde comprar leche para mi hijo Kinane, de un año, o cuando mi hijo mayor Ahmad me pedía una galleta. Es lo peor que se puede sentir.

Sin embargo, Ahmad permaneció en Yarmuk hasta el día en que le incendiaron su querido piano. Entonces, decidí irme. Solo.

Traficantes de carne humana

Empieza entonces un peligroso viaje, con partida a finales de agosto de Damasco, bajo una lluvia de cohetes. Luego sigue por Homs, Hama e Idleb hasta la frontera turca. En cada ocasión, conocía a un nuevo traficante de carne humana, recuerda.

Los pasadores lo llevaron hasta territorio turco a través de la alambrada instalada por Ankara en la frontera. Durante tres noches se escondió en un bosque con un grupo de hombres, mujeres y niños. Hacia el 20 de septiembre empezó a publicar en Internet fotos de él, con el rostro demacrado.

Para evitar los controles, tomó una difícil ruta montañosa. A veces nos quedábamos sin apenas comida durante 24 horas. Los niños lloraban de hambre. Era horrible, explica.

Cuando finalmente llegó a Izmir, segundo puerto de Turquía en el oeste, lo que vio le dejó perplejo: Los refugiados dormían en las aceras, puesto que no podían pagarse una habitación de hotel.

Un traficante lo alojó en un lugar plagado de ratas e insectos y luego lo llevó con otras 70 personas apretujadas en un minibús cerca de donde debían embarcar hacia la isla griega de Lesbos.

Pagó mil 250 dólares para llegar a Grecia a bordo de una lancha neumática, siguiendo el periplo de decenas de miles de compatriotas.

Presa del pánico, en su diario del viajero en Facebook publicó una foto suya con un chaleco salvavidas y escribió: Querido Mediterráneo, me llamo Aeham y me gustaría que tus olas me transportaran con seguridad.

El 17 de septiembre al alba, varado en una playa griega, cantó una endecha sobre la muerte que acecha su país: La tragedia atravesó los mares./ Siria implora a sus hijos desplazados que vuelvan.

Sigue su viaje hasta Atenas, luego Macedonia; aspira a llegar a Alemania, tierra de acogida para centenares de miles de migrantes.

Ahmad llegó el sábado a las puertas de Croacia. Hace tres días que no duermo, estoy exhausto. Espero lograr pronto mi objetivo, explica.

Voy de camión en camión; camino una decena de kilómetros, luego hago una pausa en un campo de refugiados antes de subir a otro autobús. Quiero tocar en las calles de Berlín como lo hacía en las de Yarmuk, afirma. Espera que su familia que se quedó en Damasco pueda unirse a él.

Su sueño no acaba aquí. Me gustaría toca en las orquestas famosas, dar la vuelta al mundo y transmitir el sufrimiento de quienes están asediados en el campo de (Yarmuk) y de todos los civiles que se quedaron en Siria.