Opinión
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Festejos y lutos: adiós a Eraclio Zepeda
E

l 15 de septiembre, en la recepción de la embajada de México en Francia, y al día siguiente, en la de la delegación mexicana ante la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), las ceremonias comenzaron de la misma manera: los respectivos embajadores, Agustín García López Loaeza y Porfirio Thierry Muñoz Ledo, pidieron guardar un minuto de silencio en memoria de las víctimas mexicanas asesinadas en Egipto por los tiros de la aviación egipcia.

Después de congratularse sobre la reanudación de excelentes relaciones entre México y Francia y de aludir a los contratos e intercambios económicos y culturales, y los tradicionales ¡Vivas! a los héroes de la Independencia y el Himno Nacional de México, García López Loaeza tuvo el gesto elegante de hacer tocar la Marsellesa.

Es difícil hacer la fiesta cuando las noticias son aterradoras. Ver el cadáver de un niño sobre una playa turca, mirar las fotografías de millares de migrantes que erran a través de Europa para huir de la guerra en Siria, enterarse de los crímenes colectivos cometidos en el mundo, no despiertan las ganas de festejar. Los periodistas y los fotógrafos llevan a cabo su trabajo. Labor hecha a menudo arriesgando la vida: no se cuenta el número de corresponsales de guerra muertos durante su misión.

El caleidoscopio de la historia provoca disonancias y ecos: recibimos en el mismo y esquizofrénico boletín informativo la mejor y la peor noticia, la fiesta y el crimen. La apertura del campeonato de rugby es seguido por la noticia de la ejecución de centenas de personas a manos de bárbaros exaltados por el fanatismo. El hombre está necesariamente loco, y es por otro giro de locura que piensa no estar loco, escribe Blaise Pascal con una triste lucidez. Y Einstein reconocía haber encontrado las pruebas del infinito, no en el universo, sino en la estupidez humana.

Un hombre que a lo largo de toda su vida habrá soñado en un mundo mejor acaba de morir. Acaso, Eraclio Zepeda se preguntó alguna vez si no soñó más bien en una utopía, ese lugar sin lugar.

Al enterarme de su fallecimiento, no pude menos que recordar su presencia avasalladora, calurosa y envolvente, semejante a sus palabras, orales o escritas.

Busqué en los libreros Poesía en movimiento, ejemplar que cargo desde que salí de México en 1975. Libro usado a fuerza de leerlo. Puedo abrirlo en cualquiera de sus páginas para recuperar todo el espíritu del español en México. Torri, Huerta, López Velarde, Gorostiza o Villaurrutia, ahí están mi territorio y mi lengua. En su lúcido prefacio a esta muestra de poesía mexicana que se niega a ser clasificada por sus autores como antología, Octavio Paz confiesa haber utilizado el I King para ayudarse a percibir el movimiento poético de los entonces jóvenes poetas.

La montaña fue el hexagrama que tocó a Eraclio. Así, escribe Paz: La primera y única vez que vi a Eraclio Zepeda me pareció, en efecto, una montaña. Si se reía, la casa temblaba; si se quedaba quieto, veía nubes sobre su cabeza. Es la quietud, no la inmovilidad. Un signo fuerte: la tierra áspera que esconde tesoros y dragones. El lugar donde viven los muertos y los vivos guerrean.

Zepeda, para mí más un volcán que una montaña, escribiría ahora narrativa. Alguna vez me dijo: la poesía es el territorio de Elva, y dejó a su mujer la tierra baldía que engendra las lilas, cosecha memorias y anhelos.

Eraclio no puede comprenderse sin admirar el asombro que lo hacía descubrir cada mañana el mundo:

Me entusiasma tu presencia en mis lugares,/ tus descubrimientos de mi ropa vieja,/ el retrato de mi perro que murió/ a los ocho años de mi edad,/ una piedra que recogí no podría explicar por qué/ Y mi asombro de niño por los más leves/ movimientos del fuego.

Pensé, desde luego, también en la excelente poeta, Elva Macías, su esposa y mi muy querida amiga. El destino de los poetas es compartir con todos lo más secreto de su vida: cuando mueren, el luto deviene la tristeza compartida por todos y cada uno.