Opinión
Ver día anteriorMiércoles 23 de septiembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Carmen Balcells: despedida
C

armen Balcells tenía 85 años, una edad en la que la muerte está detrás de la puerta, es una inquietud permanente para propios y ajenos y no debe sorprender, pero no conocía que tuviera problemas de salud más allá de los de siempre, que la mortificaban pero no la rendían, y el anuncio cayó de pronto, como un apagón muy grande.

Para mí no ha muerto la representante literaria sino la amiga entrañable y cálida, divertida y provocadora, amorosa. Nuestra relación fue fundamentalmente una amistad. Nunca he sido un cliente importante de su Agencia, y eso tal vez eso nos permitió querernos porque nos daba la gana en un triángulo que incluía a mi esposa porque para ella nadie terminaba en sí mismo sino en su compañero o compañera.

De todas sus cualidades yo prefiero el humor, me parece que este ponía un acento en todo lo demás y la hacía eficaz, casi infalible. Como la mesa era su lugar preferido para homenajear, querer o negociar, tuve bastante cenas, desayunos o picoteos con ella. Aquellos que transcurrieron entre los tres, o solo entre ella y yo, son mis preferidos aunque en los otros tuve oportunidad de conocer y compartir no digamos con grandes autores, sino con personas extraordinarias que simplemente eran sus amigos y nos hacía el honor de compartirlos con nosotros.

Por su confianza en mi discreción, y por no sentir yo demasiada curiosidad por el mundo literario y editorial, me hizo objeto de muchas confesiones. Confesiones profesionales pero también personales, grandes, pequeñas, y chismes. Como revelármelas a mí era igual a no decírselas a nadie-nadie, no se ponía contención y esto la ayudaba a sacarse rabias y tristezas del alma y a ahorrarse el salario del sicoanalista, decía. También hablábamos de Cuba, lo nuestro le despertaba gran curiosidad, y hacía preguntas para las que yo apenas tenía respuesta.

Sus consejos eran tan prácticos y sabios que aplastaban, válidos para una persona o para todo el planeta. Carmen pudo haber sido papa. Ya vestía de blanco o amarillo. De si haberlo sido, seguramente habría dejado el mundo bastante arreglado, los pobres viviéramos mejor y nos habría dejado tres o cuatro frases afiladas como cuchillos y útiles para todo.

Le encantaba hacer y recibir regalos. Es otro de sus momentos antológicos. Nosotros le regalamos un montón de tonterías, siempre muy empaquetadas para que le costara trabajo llegar a ella y se divirtiera por más rato. Lo que fuera, siempre la dejaba exultante y su gratitud se expresaba haciéndote saber tiempo después que lo recordaba o convirtiéndolo en un punto de referencia: Aquello que pasó el día que me regalaste tal cosa. A mí me gustaba decirle: ¿Cómo estás, aparte de bien, forrada en plata, dando órdenes y preparando un almuerzo?

Nos conocimos de modo mágico, presentados por Luisa Valenzuela. En el momento en que nos dimos la mano, el largo collar de perlas de Luisa se rompió y las perlas saltando contra el piso de madera se convirtió en la inolvidable banda sonora de nuestro primer abrazo.

Querida Carmen, con tu partida, la palabra ausencia vuelve a hacerse desgarradora y tremenda. Ya no importa que nos toque morirnos a nosotros: cuando lleguemos allá todo estará arreglado y en orden.