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Ver día anteriorSábado 26 de septiembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Pasiones por los migrantes
E

n un mundo donde casi todos los temas parecen provocar divisiones profundas dentro de los países y entre éstos, se argumenta que el tema que hoy tiene las más profundas resonancias, a nivel geográfico, es el asunto de los migrantes. En este momento, el más agudo locus de atención es Europa, donde ocurre un vociferante debate respecto a cómo deberían responder los países del continente al flujo de refugiados, en especial aquellos que provienen de Siria, pero también los que llegan de Irak y Eritrea.

El argumento básico en el debate público europeo ocurre entre quienes promueven la compasión, la moralidad y desean darle la bienvenida a migrantes adicionales, y aquellos que defienden la autoprotección, la preservación cultural y desean cerrar la puerta a la entrada de alguien más. Europa está bajo los reflectores, por el momento, pero existen debates paralelos por todo el mundo: Estados Unidos, Canadá, Sudáfrica, Australia, Indonesia y Japón.

El catalizador inmediato del debate en Europa es la salida masiva de Siria, donde el deterioro del conflicto ha creado un agudo estado de peligro para un gran porcentaje de la población. Siria se volvió un país a donde regresar migrantes se considera contrario a las leyes internacionales. Por tanto el debate gira entorno a lo que debería hacerse.

Hay tres modos diferentes de analizar los puntos subyacentes: según las consecuencias que ocasionan los migrantes a el economía-mundo y las economías nacionales; a las identidades culturales locales y regionales, y a los ámbitos políticos nacionales y mundiales. Una buena parte de la confusión surge de no poder distinguir entre estas tres perspectivas.

Si uno empieza con las consecuencias económicas, la cuestión principal es si recibir migrantes mejora o empeora la situación del país receptor. La respuesta es que eso depende del país del hablamos.

Ahora estamos familiarizados con la transición demográfica en la que mientras más rico es el país, más probable es que las familias con ingresos de nivel medio tengan menos hijos. Esto ocurre básicamente porque reproducir las mismas o mayores perspectivas de ingresos para nuestro hijo requiere una considerable inversión en educación formal e informal. Esto es cargoso a nivel financiero si uno lo hace para más de un hijo. Además, mejoras en las instalaciones de salud tienen por resultado poblaciones que viven más.

Una menor tasa de nacimientos y vidas más largas implican que el perfil demográfico de un país se sesga hacia un porcentaje mayor de personas viejas y a un incremento en el periodo en que un hijo es mantenido fuera del mercado laboral activo. De aquí se deriva que menos personas en el rango de trabajo activo están brindado respaldo a un número mayor de personas en los rangos de edad mayores y menores.

Una solución para esto es aceptar migrantes, que pueden expandir la proporción de la fuerza de trabajo activa y por tanto aligerar el problema del respaldo financiero hacia las poblaciones extremas de viejos y jóvenes en ese país. En contra de este argumento hay la afirmación de que los inmigrantes abrevan de los recursos destinados a la asistencia social y, por tanto, son costosos. Pero los egresos de la asistencia social parecen costar bastante menos que el ingreso procedente de esta fuerza de trabajo activa más los impuestos adicionales que brindan los inmigrantes que laboran.

La situación es por supuesto bastante diferente en los países menos acaudalados, donde el impacto principal de aceptar migrantes sería precisamente la amenaza hacia los empleos de la población que todavía está dispuesta a aceptar los trabajos onerosos debido al perfil demográfico general del país.

En cuanto a la economía-mundo como un todo, la migración sólo cambia la localización de los individuos y probablemente afecte muy poco. Sin embargo, los migrantes sí implican un costo global por la necesidad de limitar las consecuencias humanitarias negativas de enormes números de migrantes. Solamente piensen lo que implica el costo de rescatar a migrantes a punto de ahogarse que se cayeron de frágiles embarcaciones en el Mediterráneo.

Si uno mira la cuestión desde la perspectiva de la identidad cultural, los argumentos son muy diferentes. Todos los Estados promueven una identidad nacional como mecanismo necesario para garantizar la primacía de la lealtad. Pero de qué identidad nacional estamos hablando. ¿Es lo francés, lo chino? ¿La cristiandad o lo budista? Es ésta precisamente la cuestión que diferencia la posición de la canciller alemana Angela Merkel de la del presidente húngaro Viktor Orban. Merkel asegura que los nuevos migrantes, sean del origen étnico o religioso que sean, pueden ser integrados como ciudadanos alemanes. Orban considera a los migrantes musulmanes como invasores que amenazan la permanencia de la identidad cristiana de Hungría.

El debate se extiende más allá de las fronteras nacionales. Para Merkel, la integración de los migrantes no es sólo hacia Alemania, sino hacia Europa. Para Orban, la amenaza no es sólo para Hungría, el Estado, sino para toda la Europa cristiana. Pero miremos el debate en Francia acerca de la vestimenta musulmana para las mujeres. Para algunos, la cuestión es irrelevante si es que los migrantes otorgan su lealtad a Francia como ciudadanos. Pero para los defensores de una versión absoluta de la laicité, la vestimenta musulmana para las mujeres es totalmente inaceptable, y viola la identidad cultural de Francia.

No hay un camino intermedio en esta clase de debate cultural. Crea un impasse. Y precisamente porque crea un impasse, empuja la discusión a la arena política. La capacidad de prevalecer implementando una prioridad cultural depende de nuestra capacidad para controlar las estructuras políticas. Merkel y Orban, como cualquier otro político, deben obtener el respaldo político (incluidos, por supuesto, los votos) o serán retirados del proceso de toma de decisiones.

Para mantenerse en el cargo con frecuencia deben hacer concesiones a las fuertes corrientes de opinión que no les gustan. Esto puede implicar también ajustes en la política económica. Así que si un día emiten una línea clara de política, al siguiente día pueden parece un tanto menos firmes. Son actores que deben maniobrar en los escenarios políticos nacional, regional y mundial.

¿Dónde estará Europa en 10 años en términos de sus sentimientos acerca de los migrantes? ¿Dónde estará el mundo? Es una cuestión abierta.

Dadas las realidades caóticas de un mundo en transición hacia un nuevo sistema histórico, sólo podemos decir que depende de las cambiantes fuerzas, momento a momento, el poder responder a los programas para el futuro. Los migrantes son un locus del debate, pero el debate es mucho más amplio.

Traducción: Ramón Vera Herrera

© Immanuel Wallerstein