Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 27 de septiembre de 2015 Num: 1073

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

¿Doble o triple
Caravaggio?

Vilma Fuentes

Pequeña guía idiomática
para ser cronista
de futbol

Marco Antonio Campos

Ciudad de México 1985:
lecciones y memoria

Miguel Ángel Adame Cerón

Ayotzinapa en la
caricatura política

Javier Galindo Ulloa

Ayotzinapa: olvido
forzado y justicia

Gustavo Ogarrio

Ayotzinapa

ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Ricardo Guzmán Wolfer
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 
 
Miguel Ángel Adame Cerón
La ayuda superó la rapiña
Venus de Milo. Foto: Fabrizio León/ La Jornada

El terremoto del 19 de septiembre de 1985 y las réplicas del mismo 19 y la del día siguiente en Ciudad de México fueron devastadores: más de 10 mil muertos y centenares de miles de heridos, desaparecidos y damnificados. Cayeron y se destruyeron más de 30 mil construcciones, con daños parciales quedaron más de 68 mil. Durante diez días se rescataron cerca de 4 mil personas vivas. Sucumbieron hoteles, edificios habitacionales y hospitales, resultaron dañadas numerosas viviendas, escuelas públicas, estaciones del Metro, comercios, vías públicas, redes de agua potable, etcétera. Cayeron postes, árboles, antenas de transmisión, cables eléctricos y telefónicos. En muchas áreas de la urbe se suspendió la luz, el agua, el teléfono y el transporte. Las telecomunicaciones, como la televisión, dejaron de transmitir durante unas horas, algunas estaciones de radio lograron permanecer al aire y los radioaficionados destacaron en su actividad informadora. La ciudad fue considerada zona de desastre: en realidad una catástrofe económica, social y también política. El movimiento telúrico mayor –y sus réplicas– cimbró una parte del país, pero en Ciudad de México tuvo sus efectos más devastadores, especialmente en la zona céntrica: Tepito, Tlatelolco, colonias populares y de clase media como la Doctores, la Roma, la Buenos Aires, la San Rafael, San Antonio Abad y Chabacano. Ante todo esto se generó una activa participación ciudadana para ayudar a rescatar, a refugiar, a reconstruir y a organizar desde afuera (y a veces contra) de los dispositivos institucionales y del gobierno ya neoliberal de Miguel de la Madrid Hurtado, y así enfrentar las consecuencias destructivas materiales, sociales y subjetivas del temblor. Debido a las negligencias, descuidos, corrupciones y autoritarismos evidenciados, entre los damnificados se creó un fuerte sentimiento antigobiernista y antipriista. A partir de ello se gestaron múltiples organizaciones vecinales urbanas. Entre las más importantes están la Coordinadora Única de Damnificados, la Coordinadora de Luchas Urbanas, la Coordinadora Nacional del Movimiento Urbano Popular, la Unión de Vecinos y Damnificados y la Asamblea de Barrios.

Lecciones y acciones

He aquí algunas acciones, lecciones y experiencias políticas ciudadanas significativas a partir de aquellos dramáticos y estremecedores acontecimientos.

1. Los despliegues de solidaridad humanista, de protagonismo solidario, impetuoso, esforzado, valiente, de amplios sectores de la población de Ciudad de México, sectores básicamente populares y de las clases medias bajas que se volcaron a la ayuda incondicional: búsqueda, rescate, aprovisionamiento, improvisación, transportación, aliento. 2. Fueron muchísimas más las personas que mostraron su entrega, las que ayudaron que las que saquearon, robaron o se dedicaron a la rapiña. Entre estas últimas personas destacaron no sólo los “vándalos” y oportunistas civiles, sino los uniformados: principalmente soldados y policías a título personal y por órdenes de sus jefes (excepto los bomberos). 3. La organización vecinal y la organización profesional (sobre todo en el caso de los hospitales, cuyo personal fue a la vez “víctima” y “héroe” de la tragedia, al organizarse improvisadamente y con lo que tenían a mano, pues hubo escasez de materiales y espacios, para ayudar a salvar al personal médico y a los miles de pacientes propios y ajenos o venidos de otros nosocomios). Hubo organización y coordinación voluntaria, ejemplar, incansable, por turnos, vocaciones, habilidades y por profesiones. 4. Los protagonistas participantes y sobrevivientes han hecho críticas y denuncias constantes al oficialismo; desde el oficialismo anterior a los sismos por su corrupción constructiva y presupuestaria, al oficialismo de ese momento con las autoridades mayores, como el presidente de la República, hasta los funcionarios delegacionales, pasando por el Ejército, la policía y sus oficiales y las autoridades gubernamentales (secretarios de Estado, regente, delegados), por sus actuaciones burocráticas, arrogantes, deficientes, insuficientes y maquilladas. Fueron incapaces y quisieron mostrar autosuficiencia, control, autoridad moral, pero en realidad la gente movilizada y damnificada captó sus manipulaciones y su autoritarismo: cuestionaron en los hechos y en la práctica al régimen, que apareció en momentos clave muy rebasado y con comportamientos incluso criminales por impedir, dosificar, desatender y/o demorar las ayudas (locales, nacionales e internacionales). 5. La participación masiva, voluntaria y espontánea fue un ejercicio forzado, pero práctico y eficaz de movilización y reordenamiento ciudadano popular que se prolongó en muchos sentidos con formas de lucha y organización, primordialmente cobrando factura a los organismos gubernamentales con rechazos a sus estilos burocrático-corruptos y posteriormente con exigencias/demandas de viviendas y de espacios seguros, accesibles y dignos. 6. Se creó y existe una memoria presente y viva en los protagonistas de esos eventos (médicos, amas de casa, profesionistas, empleados, jóvenes estudiantes...); ellos y ellas escudriñan en sus recuerdos y se explayan en anécdotas, remembranzas, reflexiones, críticas y emociones (miedos-incertidumbres-tristezas-alegrías).

Memoria e historicidad

Llena de imaginarios existenciales y proyectivos, esta es una memoria histórica que, en su sedimentación reciente, se puede reconocer como uno de los últimos estratos de densidad que tiene su peculiaridad, pero que se entrecruza y se alinea junto con otras memorias e imaginarios colectivos más antiguos y más recientes del México del siglo XX y del XXI: los provenientes de la Revolución rural y popular mexicana (1910-1917), de las acciones del cardenismo de Lázaro (1934-1940), del movimiento estudiantil y popular de 1968, del movimiento masivo ciudadano contra los fraudes electorales de 1988 y de 2004, del levantamiento zapatista y la solidaridad de 1994, y más recientemente de la indignación develadora de la necropolítica en la masacre de Iguala-Ayotzinapa (2014). Estratos que no son monolíticos ni estáticos: como vasos comunicantes, fermentan y empujan el dinamismo experiencial de la historia actual y la de devenir del pueblo mexicano.