Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 27 de septiembre de 2015 Num: 1073

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

¿Doble o triple
Caravaggio?

Vilma Fuentes

Pequeña guía idiomática
para ser cronista
de futbol

Marco Antonio Campos

Ciudad de México 1985:
lecciones y memoria

Miguel Ángel Adame Cerón

Ayotzinapa en la
caricatura política

Javier Galindo Ulloa

Ayotzinapa: olvido
forzado y justicia

Gustavo Ogarrio

Ayotzinapa

ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Ricardo Guzmán Wolfer
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Francisco Torres Córdova
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Donde no hay afuera

Acicalado con empeño gesticula en el aire su elocuencia. Se inclina un poco hacia adelante, se pone de perfil, hace pausas y modula la voz para dar hondura y trascendencia a su discurso. Si de traje, relumbra la seda en las solapas y los hombros. Si no, sin corbata la camisa tal vez arremangada no descuida el alcance de sus leves desaliños. Mueve los labios, abre el pecho, mira a su auditorio que lo escucha en silencio cómplice y solemne, todo de seda o todo en mangas de camisa según requiera el escenario, templete, sala magna, salón de actos o congreso. Se conocen bien. Tienen un viejo pacto inquebrantable que raya en lo sagrado. El evento siempre fluye resguardado: la tribuna con sus flores, las puertas cerradas con vigías, o alta y firme la tarima en la plaza, las calles con sus cintas de colores, sus vallas y el claro disimulo de sus púas; los rincones y azoteas circundantes con sus mantas, estandartes y consignas, y atento en los resquicios el ojo de las armas. Todo medido y armonioso, con el lujo, la elegancia y los afeites de revista que son imprescindibles al poder que representa el comercio de su imagen, ésa su razón de Estado si lo fuera. Habla, extiende los brazos, asiente con la mano derecha, niega con el índice izquierdo, recita sus amados estribillos… que si la responsabilidad plena y sin fisuras de sus actos, reformas y proyectos, o la transparencia sin mácula, la convicción firme y el imperio de la ley sin distinciones; que si la vocación irrenunciable de justicia y la incesante defensa del bien y la verdad, y el profundo arraigo en los gloriosos principios de la patria, el compromiso renovado y para siempre de las instituciones impolutas con el pueblo y su histórica nobleza; que si la sociedad entera por salud mental debe entonces avanzar, creer de nuevo, mirar al futuro, dar vuelta a la página, dejar atrás los deudos sobre todo su dolor tan suyo al fin y al cabo de origen tan dudoso, que si ya es momento de recobrar la confianza que bien nos merecemos, porque los buenos son tan buenos y tantos y los malos son tan malos y tan pocos… Le brilla la frente, transpira un poco, apenas para dar figura a sus esfuerzos, dignidad a su expresión de circunstancia. Al final, los aplausos por supuesto, las fotos, los abrazos y besos en las manos, la gozosa cercanía con su efigie pulcra y reluciente, tan bien peinada en cuerpo y alma, planchada con esmero y adherida sin resquicio alguno a su alta investidura. En ese cerco todo fluye y se acomoda. Adentro de esa asepsia palaciega no sopla la intemperie, no llega el tableteo de plomo que orquesta la violencia, no enfría la mirada el miedo y no hay insomnio o pesadilla que zumbe en los oídos o rompa de pronto en la vigilia los ojos y la boca. Ahí no punza la piel y el pensamiento el hedor de la miseria por millones, no hay polvo o grava o arena de algún desierto a pie de puerta en que se pierdan los pasos y el rostro de una hija, no retumba la tierra el extravío de un cuerpo arrancado a su persona, no llega a la conciencia el peso del vacío que deja la impotencia, el rencor que atiza la injusticia. Ahí adentro no hay afuera. Ahí los buenos que son tan buenos ellos, con sus relojes preciosos y precisos para dar su propia hora, con sus finas prendas para las cortes y sus casas de blancura inmaculada para dar el tono, la talla y la tendencia, y los malos que son tan malos y crueles, pero oportunos y buenos ingenieros de túneles y hogueras, lo saben. Y están conformes juntos. Y están contentos.