Directora General: Carmen Lira Saade
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Director: Iván Restrepo
Editora: Laura Angulo
Número Especial octubre noviembre 2015 No 201

Campesinas ambientalistas
de Petatlán, Guerrero


Cauce de agua en Petatlán, Guerrero

Lorena Paz Paredes
Correo-e: [email protected]

¿Hay un ambientalismo de mujeres rurales diferente al de ecologistas varones? La experiencia de las campesinas de la sierra de Petatlán dice que sí. Desde el 2002, un ciento de mujeres de trece comunidades trabajaron durante casi una década por remontar el deterioro ambiental y mejorar la vida de las comunidades serranas. La defensa del bosque fue su motivo central, pues esta región ha sido botín histórico de talamontes, caciques y empresas madereras. De 1992 a 1998 se perdió el 40 por ciento del área forestal de la zona y de la parte alta del municipio vecino, lo que derivó en un silencioso cataclismo: reducción de lluvias, erosión, agotamiento de fuentes de agua. Así lo cuenta la dirigente de la Organización de Mujeres Ecologistas de la Sierra de Petatlán (OMESP):

“Hace más de 20 años, la montaña estaba cerrada y siempre llena de nubes, donde quiera levantaba una el hervidero de agua y sembrábamos de todo… pero luego nos despertó la sed allá arriba… el agua se fue junto con los troncos que bajaban por las terracerías y nos dimos cuenta que con los árboles que sacaban los talamontes, llegaba la sequía y nos quedábamos entre puros zanjones de polvo… Por eso decidimos cuidar el bosque para que regrese la humedad a la tierra y podamos sembrar.”

Defender el bosque fue una herencia de la Organización de Campesinos Ecologistas de la Sierra de Petatlán y Coyuca de Catalán (OCESP) que en 1998 expulsó a la trasnacional maderera Boise Cascade, aunque sus líderes acabaron encarcelados, perseguidos y asesinados. La OMESP floreció en las grietas de esta violencia. Las ecologistas, amparadas por la invisibilidad de “ser mujer”, trajinaron juntas sin hacer ruido, sin parecer amenazantes o peligrosas. Cuando ganaron cierto prestigio, su condición de género siguió protegiéndolas. Ya no eran invisibles sino “locas, inofensivas mujeres”.


Depredación de talamontes

Así, reforestaron (sembraron 170 mil árboles), hicieron viveros familiares, limpiaron calles, cañadas, arroyos y lagunas, reciclaron basura, usaron abonos orgánicos, rescataron y sembraron semillas nativas –como el arroz barbón que se había perdido–, se capacitaron y enseñaron a los campesinos a hacer retenciones de suelo y agua. Esto último benefició a comunidades serranas y costeras de la Costa Grande durante el estiaje del año 2010; vedaron la cacería de ciertas especies animales, lograron acabar con los incendios forestales, consiguieron el pago de servicios ambientales para su ejido, promovieron actividades de traspatio en bien del autoabasto; conformaron fondos de ahorro y préstamo, atrajeron recursos y programas públicos a su región, fueron educadoras ambientales y cambiaron con el ejemplo malas prácticas campesinas, y lograron pequeños pero notables cambios en el deteriorado ecosistema serrano.

En el camino de organizarse ganaron cierta autonomía y autoestima, y en algo modificaron las costumbres sexistas hacia ellas. La novedad fue que lo hicieron desde su identidad femenina y no como parte de una agrupación mixta, y que pudieron concitar acciones ambientales en sus comunidades.

Empezaron por mejorar la nutrición familiar intercambiando semillas y consejos. Esta fue la nuez de su ambientalismo. Cuando ellas trabajaron sus traspatios, cuando la preocupación de alimentar se compartió, se rompió la angustia solitaria. Una mudanza que no las liberó de la pobreza ni de la responsabilidad cotidiana de conseguir comida. Pero saltaron del yo al nosotras. Se miraron como las eternas trabajadoras fantasmas de la familia y la sociedad, y soñaron otro mundo para sus hijas.

Su ecologismo estuvo ligado siempre a la comida y al cuidado: importaba la seguridad, la calidad y cantidad de alimentos para la familia, la facilidad en la recolección de hierbas medicinales y buena leña, el intercambio de semillas y bienes. Un ambientalismo nacido en la cocina y en la mesa, cargado del valor simbólico del cuidado que adquiere un carácter ético cuando se potencia en colectivo. Tal esfuerzo del mujerío dejó una lección vital feminizando la vida serrana por un rato. La buena práctica ambiental tuvo entonces rostro y alma de mujer.

El ambientalismo de la OMESP tiene un sello femenino por su profundo vínculo con el bienestar y cuidado de los otros y del mundo no humano. Y sin duda enriquece la ecología y los movimientos en defensa del territorio y los recursos naturales, pues aporta otra mirada. Y hace de la ética del cuidado la relación privilegiada entre los seres humanos y de éstos con la naturaleza.

Aunque la sierra guerrerense siempre fue violenta, en los últimos años la disputa por este territorio entre cárteles del narco entreverados con familias locales y viejos cacicazgos terminó por desbaratar al colectivo, desterrar a sus líderes y despoblar comunidades. ¿Qué quedará de este ambientalismo tan necesario, tan positivo? ¿Se perderá como lágrimas en la lluvia?


Mujeres activistas de la Sierra de Petatlán Fotos: Lorena Paz Paredes

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