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En series de tres, desfilan los artistas legendarios
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Periódico La Jornada
Sábado 3 de octubre de 2015, p. a16

Océanos de música. Pleamares, bajamares. En los estantes de novedades discográficas navegan grandes buques: 14 cajas triples que forman la serie Legendary Artist, nueva audacia triunfadora de la disquera Warner Classics, que ha desplazado a otras marcas que ofrecen contenidos interesantes a bajo costo, por la sencilla razón de que, a diferencia del sello Brilliant por ejemplo, la calidad de producción, nitidez de sonido e intérpretes inigualables convierten sus discos en joyas muy accesibles (un promedio de 65 pesos por disco) a todo público, ya conocedor, ora aficionado.

Los 14 álbumes son imperdibles, de manera que resulta sencillo separarlos para su apreciación. Deténgamonos por lo pronto en tres títulos de esa colección: The Sound of Martha Argerich; Samson Francois/ Ravel y Vladimir Horowitz: Recordings 1930-1951.

En el primer caso, The Sound of Martha Argerich, el título no puede ser más adecuado, pues cada músico posee, produce, alcanza un sonido que lo distingue del resto de sus pares. Si se trata de un piano, como sucederá en los tres álbumes triples que revisaremos hoy, cada pianista que se siente y teclee producirá un sonido diferente.

Es de tal forma que podemos sintonizar una estación de radio y saber que la obra que está sonando fue grabada por Glenn Gould, por ejemplo, o Mitsuko Uchida, o Daniel Barenboim, sin que hayamos escuchado el anuncio del locutor identificando al intérprete.

La gran pianista argentina Mar-tha Argerich (Buenos Aires, 1941) emite un sonido enardecedor, acariciante, velocísimo, furioso, tranquilo, poético, imaginativo, misterioso. Así han descrito varios críticos de música, pero sobre todo otros pianistas, la emisión pluvial, fluvial, labial de esta artista extraordinaria que deja boquiabiertos a los escuchas dispuestos a seguirla en sus más fascinantes aventuras.

Las aventuras de Martha Argerich en este álbum triple la muestran en plenitud y en sus más importantes especialidades: su brillantez como solista con orquestas sinfónicas, en el disco uno (Concertos); sus raras incursiones a piano solo (en algún momento decidió no dar, salvo en ocasiones muy especiales, recitales en solitario) y a cuatro manos, en el disco dos (Solos and Duos) y la especialidad que más disfruta, su preferida: el trabajo en equipo con otros músicos, en este caso los jóvenes hermanos Capucon, el chelista Mischa Maisky, la violinista Alissa Margulis, entre otras luminarias, en el disco tres (Chamber Music).

En las notas al programa, el experto Jean-Charles Hoffelé encuentra la piedra filosofal, el origen y explicación del misterio que envuelve El sonido de Martha Argerich (título de esta caja triple): las enseñanzas de su primer maestro, el argentino Vincenzo Scaramuzza, quien también fue maestro de Enrique Barenboim, padre de Daniel Barenboim.

El secreto del profesor Scaramuzza consistió en rescatar la parte humana del pianista. Esto tiene sentido si tomamos en cuenta la profesión de pianistas-marionetas, malabaristas, técnicos, virtuosos. Y el método fue muy sencillo: mantener los músculos relajados, para no producir un sonido muerto y atender a la morfología de mano, antebrazo y hombro.

Defendía así su tesis el maestro Scaramuzza: no es una técnica contra la naturaleza humana, sino con ella. Y esta técnica, como suele suceder con los grandes hallazgos personales, desapareció con la muerte del maestro, a quien acudían en pos de consejos los más grandes pianistas de la época, Arthur Rubinstein entre ellos.

El gentil Scaramuzza ayudó así a detonar el talento fuera de serie de la jovencita Martha Argerich, quien voló a Europa para triunfar. Se naturalizó suiza, en la región italiana de ese país y se convirtió en leyenda. El sonido legendario de Martha Argerich lo tenemos ahora condensado en esta caja de tres discos.

El siguiente título de la serie lleva el nombre de otro pianista legendario: Samson François (1924-1970), francés nacido en Alemania, donde su padre era cónsul. Su madre lo bautizó Samson Pascal; Sansón por la fortaleza física; Pascal por la inteligencia. Su parte emocional fue la que finalmente pasó a la historia: supremacía en descifrar los vericuetos pasionales de la música de Chopin y una capacidad descriptiva fuera de serie para narrar los paisajes sonoros de Maurice Ravel, autor a quien están dedicados estos tres discos con interpretaciones de Samson François que resultan francamente alucinantes. Una maravilla.

El tercer título de la serie Grandes Leyendas describe a otro pianista descomunal: Vladimir Horowitz (1903-1989), quien al piano solo, solito y su alma, nos despliega el universo en obras de vario linaje, desde un preludio de Bach retrabajado por Busoni, hasta una Toccata salvaje de Prokofiev; por igual brutalmente efectivo en el Concierto número 3 de Rachmaninov, que lleno de brujería en un Arabesco de Schumann; divertidísimo en Poulenc como poético en Debussy. Autorretratado en una Danza rusa de Stravinsky. Después de escuchar estos tres discos de Vladimir Horowitz al piano solo, uno se reconcilia con las frases hechas: uno de los gigantes de la historia. Alguien fue más allá, un connotado crítico de música, contemporáneo del legendario ruso, soltó, sin más: Horowitz es el dios del piano.

Océanos de música. Privilegios al alcance del bolsillo. Buques trasatlánticos surcan océanos de solfas calcinantes.

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