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De la pobreza a la opulencia
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oy se conmemora a San Francisco de Asís, religioso y místico italiano, fundador de la orden franciscana. Predicaba la pobreza como un valor y proponía un modo de vida sencillo, basado en los ideales de los Evangelios. De manera prácticamente involuntaria lideró un movimiento de renovación cristiana, que tuvo un inmenso eco entre las clases populares y lo convirtió en un personaje muy venerado en la Edad Media.

Al crecer el número de sus adeptos, formó la orden religiosa que conocemos como franciscana o de los franciscanos.

Fue la primera orden religiosa en llegar al Nuevo Mundo; levantaron un pequeño convento cerca de la Plaza Mayor, que pronto resultó insuficiente. Consiguieron la donación de un vasto predio en las orillas de la ciudad, que entonces terminaba en lo que ahora es Eje Central, antes San Juan de Letrán.

Ahí levantaron el nuevo convento, cuyas primeras construcciones fueron muy modestas, obedeciendo al espíritu austero que caracterizó a los primeros frailes que arribaron recién realizada la Conquista. Estas padecieron severos hundimientos, que los llevaron a reconstruirlas en dos ocasiones. En el siglo XVIII la orden gozaba de gran bonanza económica y se había perdido el espíritu de pobreza, por lo que ampliaron y reconstruyeron las instalaciones con gran opulencia.

De los muros colgaban pinturas de los mejores artistas, el templo y las capillas, que eran pequeñas iglesias, se tapizaron con retablos recubiertos de hoja de oro y magníficas esculturas estofadas. La biblioteca era de las mejores de la Nueva España. El convento llegó a abarcar 32 mil 224 metros cuadrados, el equivalente a cuatro manzanas actuales.

Esta maravilla contaba con jardín, huerta, cementerio, comedor para 500 personas, templo, siete grandes capillas, enfermería y 300 celdas; tras las leyes de exclaustración prácticamente desapareció. Fue mutilado con la apertura de las calles de Gante y 16 de Septiembre, fraccionado y vendido a particulares, quienes en su mayoría destruyeron las edificaciones. Sólo cuatro de ellas se salvaron, algunas fragmentadas, como los restos de la Sala de Profundis, que se encuentran adentro de la panadería La Ideal.

En uno de sus extremos se edificó en los años 50 del siglo XX el primer rascacielos moderno de la ciudad: la Torre Latinoamericana, uno de los símbolos de la capital. Sin embargo, el tiempo no pasa en balde y el que fuese innovador y espectacular edificio, ahora está deslucido y deteriorado. Conserva su mirador y un restaurante, que brindan una vista excepcional de la urbe y un par de pequeños museos. Uno de ellos habla de la historia del predio, el edificio y los alrededores.

Algunos cronistas hablan de que en ese lugar se encontraba una de los casas de animales del emperador Moctezuma. Bernal Díaz del Castillo cuenta: “...tenía todo género de alimañas, de tigres y leones… y muchas víboras y culebras... Cuando bramaban los tigres y leones y aullaban los adives y zorros, y silbaban las sierpes, era grima oírlo y parecía infierno”.

En la actualidad, hay momentos en que, con los embotellamientos de tránsito en los alrededores, las bocinas de los automóviles y el rugido de los motores, se vive esa grima infernal que padeció el notable cronista del siglo XVI.

Y llegó el grato momento de la comida. En la esquina de Gante y Venustiano Carranza se encuentra el Salón Luz, que fundó hace cerca de 80 años un alemán. Le puso ese nombre porque enfrente se encontraba la Compañía de Luz, en un hermoso edificio que todavía existe. Ambos inmuebles ocupan parte de lo que fue el predio del convento de San Francisco, lo que nos permite apreciar sus enormes dimensiones. Acompañados de música de salterio, sea en la terraza sobre Gante o en el interior, hay que degustar sus clásicos: la sopa de la casa, con pollo, queso, huevo duro y verduras, presume de curar la cruda más feroz; también ayudan los emparedados en pan negro con carne cruda y anchoas, y una cerveza en tarro.

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