Opinión
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¿Y las policías de mando único?
L

as ideas de este texto no son nuevas; no lo son porque sus protagonistas: la delincuencia común, cotidiana y la fantasía del mando único policial, siguen en el limbo. Hace ya nueve años el entonces secretario García Luna vendió al presidente Calderón la idea de despojar a los municipios de facultades y deberes en cuanto a la prestación del servicio de seguridad pública, artículo 115 fracción III Índice h de la Constitución federal. Nada ha pasado.

En aquellos tiempos hubo voces que siguen vivas que se oponían a la idea, incluida la mía, pues significa ir contra el sentido federalista y municipalista de la Constitución y porque políticamente es una declaración de derrota que hay que enfatizar: no se supo fortalecer a los municipios. Yendo así, mañana desapareceremos a las policías estatales y cargaremos todo al gobierno llamado federal.

Pero las cosas fueron y van a peor, a mucho peor. Al grado de que el tiempo se acabó para nuevas quimeras y ahora habría que aceptar, pese a sus claros defectos y aun a contrapelo, a la policía de mando único, ya que las otras ocurrencias que el Presidente nos quiso vender, como su mágica Gendarmería, sencillamente fracasaron.

Las crisis de las policías municipales siguen siendo un tema abrumador, fastidioso de atender para el gobierno central; por eso recurre al mando único como última jugada. Lamentablemente se gastaron tres años en indecisiones que nos han llevado a la actual situación: ¡se acabaron las fichas!

Aquella idea de García Luna nunca fue un proyecto si se entiende por ello la formalización de para qué y cómo habrían de interactuar los insumos políticos, legales, organizativos, funcionales, financieros y de control del supuesto plan. Nunca existió ni una aproximación a un método elemental de planeación, como no existe hoy más que en el discurso oficial.

Se discurre sobre las policías estatales de mando único, que no están concebidas en el Programa Nacional de Seguridad Pública, pero nadie ha presentado un proyecto a sus comunidades. De haberse llevado a cabo debería haber cumplido ciertas formalidades que ni siquiera fueron planteadas. Hoy, que todavía se sigue impulsando la ocurrencia, sus promotores, para ser tomados en serio, deberían poder contestar mínimamente:

1. Con qué metodología y recursos consecuentes se irían a valuar los recursos existentes de toda índole que son distintos en cada municipio. 2. Cuál sería el método y los recursos legales y financieros, así como el método para despedir a los policías no aceptables. 3. Qué equipo capacitado llevaría a cabo una auditoróa administrativa para detectar anomalías presupuestales, de armamento, equipos cibernéticos y demás. 4. Inevitable una auditoría de recursos humanos para conocer tabuladores de salarios y prestaciones y su resultado comparativo en el total del estado. 5. El proceso de selección de los policías a mantener, que parece simple, debería basarse en un estudio de los recursos humanos y de todo orden que serían necesarios, incluidos profesiogramas para las diferentes tareas. 6. Para más complejidad, de nada serviría un buen reclutamiento si no hay una buena formación profesional. Sin una fábrica de policías como los deseados, todo será, una vez más, otra simulación, y nadie ha mencionado esa fábrica como un proyecto confiable.

No hay vestigio de que estos índices y muchos más, delicados todos, desde entonces y hasta hoy tengan una consideración seria, creativa, razonablemente confiable. Ni la SSP en aquel lejano momento ni hoy el gobierno de Peña Nieto emitieron alguna mínima orientación para enfrentar un muy serio reto.

De esta manera, por el momento, las tales policías estatales de mando unificado son simplemente otra endeble aspiración política. No existe ni a escala de lo que fue SSP, y ni en lo que ahora es deber de Gobernación, ningún proyecto que amerite ser llamado así. Saliva y nada más. Entonces, ¿para dónde vamos?

A este preocupante panorama habría que agregar un toque surrealista: 1. Diversos gobernadores no quieren aceptar el proceso por ser una responsabilidad muy comprometedora. 2. Los gobernantes que dicen promoverla no pueden explicar con seriedad cómo lo harían. 3. Los más de los presidentes municipales se resisten a perder ese privilegiado recurso político, administrativo y mucho $$$$$. Véase al estado de Morelos.

Aunque, al contrario de lo que decimos ser, una federación, la policía de mando unificado no debería fallar. Hemos fracasado en numerosos intentos. Es una última carta. De tomarse en serio el empeño, debe aceptarse que es un proyecto mayor con graves implicaciones políticas y administrativas; entonces, ¡hágase bien!

Seamos serios. Ya pasamos por la Agencia FederaI de Investigación (AFI) y la policía nacional de Fox; por la SSP de Calderón y su policía acreditable; por el Programa Nacional de Seguridad Pública de Peña Nieto y por su ocurrente gendarmería. Nada ha funcionado y ahora estamos en que la municipal no puede y el mando único tampoco. ¡Hasta las ocurrencias tienen un límite!