Juan Botas
Entre la leyenda y la realidad de los mayo

Luis Espinoza Sauceda


Hijos de los huelguistas en Burlington, Washington, instalan su propio bloqueo. Foto: David Bacon

Sucede que a menudo hablas de personas que ni conociste pero parece que conviviste gran parte de tu vida con ellas. Te reúnes para platicar con tus amigos y, en cualquier momento aparecen, dependiendo el tema. Aunque los lugares y las personas a las que te refieras no las conozcan tus amigos o amigas de otras ciudades, eso no le resta veracidad a lo que tú cuentas e importa porque tú lo viviste y, seguramente muchos de los lugares que refieres también existen. Eso a veces, hace que duden de la veracidad de tus pláticas y si las personas o lugares existen o existieron en realidad o son mera ficción.

Algo al caso. Juan Bacasegua o Bacasehua aseguran que se llamaba o, en el peor de los casos se desconocen sus apellidos, lo que si se queda claro es que le nombraban “Juan Botas”. Su vida es un caso muy particular, la primera vez que escuché hablar de él, fue porque a las personas malhabladas en Baca luego les decían: ya te parces a Juan Botas; después en las pláticas con los amigos, contaban su anécdotas, unas referían su gran talento en la música de las ceremonias religiosas del pueblo y, en escasas ocasiones, también de su afición por las hechicerías.

Una de las anécdotas más increíbles que se cuentan: estaban tomando aguardiente un grupo de gentes en el pueblo, entre ellos Juan Botas, eran los tiempos de la cuaresma, algunos judíos habían dejado su ajuar y estaban bebiendo, andaban con la música en los pies, tenían ganas de bailar pero no tenían músicos (estamos hablado de tiempos en que las grabadoras de videocasete en el pueblo no se conocían) e insistían a cada rato hay pascolas pero no tenemos músicos y Juan Botas no decía nada, callado, y seguían refiriendo las mismas palabras cuando no era uno el otro, hasta que ya entrada la noche, se enfada Juan Botas de que digan que no hay músicos en el pueblo y les dice: -deverás quieren bailar- y los demás de momento se pusieron contentos, pensaron que traería el violín o alguna guitarra para tocar algunos sones, pero no, se alejó unos metros a una cerca de alambre de acero de púas de un solar y ahí empezó a tocar en los alambres y a sacar un son, los que estaban tomando pasaron de la sorpresa al miedo, ninguno de los que allí estaban quedó, todos salieron corriendo.

Entre sus vivencias, está cuando era niño su papá lo levantaba muy de madrugada a desayunar porque salían a Baca a la fiesta, Juan Botas feliz porque iba a ver los pascolas, ahí fue que descubrió su pasión por la música de violín. Apenas creció compró un violín para aprender a tocar. Pasó largo tiempo practicando, aunque no era malo para tocarlo, no alcanzaba el reconocimiento de la gente para que le dieran una silla en las fiestas ceremoniales del ramadón del Pueblo de Baca. Dicen que, creyendo en la vieja leyenda de que entrando a un camanteopo podía alcanzar un buen nivel para ir a tocar las fiestas entró una tardeada casi noche. Se llevó cuatro veladoras y el violín en un costal de jarcia y entró en unos de los camanteopos que están por la orilla del río cerca de Colmoa. Se adentró en la parte más amplia del camanteopo. Allí prendió las cuatro veladoras en forma de cruz, más que en forma de cruz lo que invocaba eran los cuatro puntos cardinales, de esa forma porque en su concepción se supone que es el cruce de dos caminos distintos y se situó en el centro. Para empezar a invocar la aparición del diablo tocó el violín. A las doce de la noche se le presentó el diablo vestido de charro, con un traje muy elegante y un violín nuevecito, lustroso, con cuerdas brillantes. Enseguida Juan Botas se presentó con el diablo y le cuenta sus deseos. Posteriormente empieza a tocar sus mejores sones para el diablo y para una muchedumbre de gente que se acercaba a oírlo. Después de un largo rato, quizás horas, el diablo empieza a tocar algunos sones y Juan Botas también acompañándolo. En algún momento, Juan Botas se descubre tocando solo y con las veladoras apagadas; guarda su violín y se sale del camanteopo. Ya estaba amaneciendo. Después de eso ya nada volvió a ser igual, empezó a tomar fama de buen músico y pascola, luego lo llamaron para tocar en las fiestas del pueblo.

En las fiestas cuando se cansaban los pascolas o la gente estaba aburrida o con sueño dejaba su violín y se ponía a bailar. Antes ponían una botella transparente de aguardiente en el centro de donde bailaban, y en algún momento bailando se veía un pascola que andaba bailando dentro de la botella.

Pasa el tiempo y sigue tan vivo en la gente del pueblo. Parece que nunca murió aunque las fiestas en el ramadón siguen sintiendo que les falta un pascola, no porque no haya sino porque los buenos llegan para quedarse y alimentar el espíritu de las fiestas ceremoniales y la memoria colectiva del pueblo.