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México, Chile y Colombia, en el Cervantino con la obra Diez mil cosas

Escenifican la confluencia de tres países con dolores de patria muy fuertes
Enviada
Periódico La Jornada
Domingo 11 de octubre de 2015, p. 3

Guanajuato, Gto.

La obra de teatro Diez mil cosas fue escrita originalmente por el chileno Andrés Kalawski sobre el movimiento estudiantil de su país en 2011. Ahora se ha retomado por el 43 Festival Internacional Cervantino (FIC), como actividad de los países que forman la Alianza del Pacífico, con el propósito de encontrar elementos que confluyan tanto en México, como en Chile y Colombia.

Así se expresó Fabio Rubiano Orjuela, director de la puesta en escena que se estrenó el viernes pasado en las catacumbas del Mesón de San Antonio. Del 16 al 31 de octubre tendrá una temporada en el Foro de las Artes, del Centro Nacional de las Artes, en el Distrito Federal.

Diez mil cosas es una coproducción del FIC, con los festivales Internacional Santiago A Mil, de Chile, e Iberoamericano de Teatro, de Bogotá. Mientras el texto es chileno, el director es colombiano, y la producción y elenco son mexicanos, a cargo de la Compañía Nacional de Teatro.

Jorge Volpi, director del FIC, explicó en rueda de prensa que el Festival Santiago A Mil hizo una primera selección de cinco textos de igual número de dramaturgos chilenos contemporáneos; el FIC seleccionó éste por sus resonancias comunes. Sin embargo, la obra se volvió otra cosa a fin de acercarla más a México y Colombia.

¿Cuáles son esos elementos comunes? Las marchas, obviamente, afirma Rubiano Orjuela. Creo que todos hemos marchado o, bueno, sabemos de qué se tratan las marchas; es decir, tienen que ver con ciertos estados alterados, la injusticia, la barbarie, todos estos elementos que han surcado nuestros países.

La obra habla de los cambios producidos a partir de las crisis políticas y económicas que han afectado nuestros países, así como las manifestaciones en contra de distintos actos de autoridad. Además, plantea si el compromiso político todavía es posible en nuestras sociedades, acotó Volpi.

Pero, más allá de ese universo exterior de un contexto que conocemos perfectamente bien, quisimos concentrarnos en un mundo interior en el que nuestros personajes (interpretados por los actores David Calderón y Renata Ramos Maza) empiezan a verse y comprometerse. De todos modos, ¿qué tiene que ver un burgués con una tendencia a la rebelión, con una empleada que gana un sueldo muy básico, a la que no le interesa ningún tipo de protesta, preguntó Rubiano Orjuela.

Este casi ejercicio de alta ficción toma lugar en un restaurante chino, donde ambos se han refugiado ante la violencia que se desata tras la represión. Sin embargo, ya no es el discurso de los años 60 y 70 del siglo pasado, donde al salir del teatro se pensaba hacer la revolución. Salvador, personaje que lleva la bandera de la rebeldía, “en ningún momento dice: ‘vamos a cambiar las cosas’, sino: ‘las cosas deben cambiar’, ‘lo estamos intentando’. Aquí hay más experiencia dentro del personaje que sí quiere un cambio, pero está consciente de todo el proceso que falta”, apuntó Rubiano Orjuela.

Los tres países involucrados tenemos dolores de patria muy fuertes. Lo que pasa es que aquí el dolor de patria es representado por “una figura antipática, un mirrey, un muchacho fresa, que siente un compromiso profundo con su país. Es una ambigüedad que choca. Pero, allí está lo interesante, cómo abordar este personaje”.