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Sergio Ortega, laudero con debilidad visual, platica de técnicas, sonidos y resonancias

En mi oficio no hay teoría, sino mucho contacto con las maderas

En su taller, jaranas huastecas y veracruzanas, así como requintos y cajones peruanos se mezclan con el olor a bosque

Cuando me fui a certificar me pusieron muchas trabas, no me creían, dice

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Sergio Ortega afirma que primero llegó la música y con ella su interés por saber cómo se hacían esos instrumentos. Ahora, entre cuerdas, cedro, pino y caoba combina sus dos pasionesFoto José Rivera Guadarrama
 
Periódico La Jornada
Viernes 16 de octubre de 2015, p. 8

Nadie lo diría. A primera vista, los ojos del hombre parecen sanos, el iris se presenta nítido, luminoso, la esclerótica blanca, compacta como porcelana. Los párpados muy abiertos...

Espera de pie en el portón de su casa. Conversador y de voz fuerte. Soy músico desde niño. Aprendí a tocar la guitarra desde los siete años. Después se interesó en la jarana, comenta Sergio Ortega mientras da unos pasos hacia el interior de su hogar.

No va a tientas. En ningún momento trastabilla al caminar. Conoce bien las dimensiones de su casa. Por suerte no hay nada con que pueda tropezar en la terraza camino a la parte trasera, donde tiene un modesto taller.

Aparte de músico, Sergio es laudero. Hace jaranas huastecas y veracruzanas, además de requintos y cajones peruanos. Lleva ocho años dedicándose a este oficio. El olor de diferentes tipos de madera llega a los sentidos; remite a algún bosque o húmedos parajes.

La técnica que utiliza es el vaciado. Explica que de esta manera los instrumentos son más resistentes y generan mejor acústica, porque son de una sola pieza de madera, no tienen resquicios por donde se escape el sonido y no corren riesgo de desprenderse cuando se caen o golpean, a diferencia de los ensamblados que, como son hechos de varias piezas, algunas veces resultan más frágiles.

Trabajo especial

Lo de ser artesano o laudero, como él se define, llegó después. Primero tocaba la guitarra. Así pasaron varios años, hasta que en un café escuchó a un señor tocar la jarana: eran canciones de Veracruz y se me hizo bonito el sonido de ese instrumento y comencé a practicarlo. Pero su curiosidad no se quedaba en el acto de ejecutar piezas: él quería construirlos, saber la forma en que se generan esas resonancias.

Así empezó a hacer instrumentos tradicionales veracruzanos. Primero conocí a un amigo que hacía jaranas y le dije que yo quería aprender el oficio. En los primeros días no tenía mucha herramienta, la poca que pude conseguir fue por parte de mi abuelo, quien era carpintero y me prestó varias piezas. El primero que hice fue un requinto chiquito, que lo terminamos entre varios, pero que ya no conserva. “Sonaba muy bien y me dijo un amigo que se lo vendiera. Después hice una jarana tercera.

“Mi trabajo –insiste Sergio mientras recorre con las manos la mesa donde trabaja– es muy especial porque no son instrumentos ensamblados; mi técnica es más complicada, porque de un trozo grande de madera trazo primero la forma que quiero darle y después con mis herramientas hago el vaciado, lo pulo y al final lo barnizo. Son hechos de una sola pieza.”

Para ejemplificar y aclarar esto, de un estante saca dos jaranas de diferente tamaño y material. La más grande es la ensamblada. Tócala; si lo notas, las paredes son frágiles, por eso tienen esas costillas al fondo, para que no se quiebren. El mástil es de otra pieza y la cabeza también. Gira el instrumento y muestra la parte trasera: La tapa del fondo también está pegada, igual que los costados; son varias piezas unidas, y eso puede provocar que con el paso del tiempo, o con el uso, lleguen a despegarse y pierden sonoridad. Sus dedos recorren las superficies; son ágiles, de ellos se fía.

Ahora toca esta, dice mientras levanta la más pequeña: Es de una sola pieza, vaciada; son las que yo hago, no tienen todas esas partes pegadas como la otra, si acaso lo único que algunas veces le agrego es la cabeza, porque hay trozos de madera que no son del tamaño del que quiero que quede el instrumento y por eso las ensamblo, pero son pocos los casos.

Aún no está terminada, le faltan las cuerdas y no se puede hacer sonar, pero sí son resistentes y muy acústicas.

Donde vendo más y mejor es en las exposiciones, ahí son ventas directas. Asisto a festivales de la Huasteca cada año en diferentes sedes, algunas veces en Puebla, Querétaro, Hidalgo, Veracruz, Tamaulipas, etcétera; llevo jaranas huastecas y jarochas. Cuando hacen presentaciones de huapango también voy. Hay buenas compras ahí.

El trabajo del laudero no está bien valorado, dice mientras coloca en un lugar seguro la jarana pequeña, y así evitar que se caiga. Para que me compren un instrumento en el precio que a mí me gustaría, es difícil. De 10 que vendo, sólo uno me lo pagan al precio que les digo. Los Utrera, que son instrumentos veracruzanos, son caros, es como traer un Mercedes Benz. Ellos pueden vender una jarana en más de tres mil pesos, yo las doy en menos de la mitad de ese precio. Pero hacer un instrumento rústico o detallado te cuesta mucho trabajo.

Para obtener un buen sonido, utiliza diferentes tipos de madera como cedro, pino alemán o canadiense y caoba. La madera palo escrito es fina, pero muy dura, no vibra mucho, sólo puede usarse en el fondo y costillas, si la pongo en la tapa no va a sonar nada. Como le tengo mucho aprecio a mi trabajo, es importante que cumplan con sonoridad y comodidad para el músico que lo va a tocar.

Una jarana la termina en tres días; antes duraba un mes o más, pero las máquinas me ayudan, es más rápido con ellas, y obtengo mejores acabados. Se refiere a las que tiene colocadas en su taller, distribuidas a modo de que no estorben el paso. Pegadas a la pared están el pesado taladro de banco, las ligeras micas con las que traza la forma de jarana en la madera, la afilada y peligrosa sierra con la que delimita los instrumentos, taladros con brocas de distintas medidas, y las gubias con las que finaliza el tallado.

Precisión

Todo requiere de precisión; para la colocación de los trastes en los instrumentos se guía con una herramienta que no es para personas con discapacidad visual; es una especie de regla que utilizan todos los lauderos. Él lo hace con el tacto, a pura sensibilidad, porque para este oficio no se necesita tener una escuela teórica, hay muchas cosas que funcionan por el contacto con las maderas.

Hace memoria y no recuerda que haya otra persona con discapacidad visual que haga instrumentos musicales de cuerdas, acústicos. Cuando me fui a certificar en el Consejo de Pueblos y Barrios, en el Distrito Federal, me pusieron muchas trabas, me pidieron varias muestras de mis trabajos, vinieron a mi taller a comprobar que de verdad fuera laudero. Me costó mucho la certificación, no creían que alguna persona como yo tuviera ese oficio.

Sergio Ortega vive en el Distrito Federal, en la delegación Tlalpan. En los alrededores de su casa es imposible que haya inundaciones; las calles son inclinadas, con pronunciadas subidas y bajadas. Toda el agua que por aquí pasa desemboca en distantes latitudes.

A Sergio, la falta de visión no le ha debilitado la memoria como al personaje de José Saramago en el libro Ensayo sobre la ceguera, de donde fue sacado un extracto para colocarlo en el primer párrafo de esta entrevista. Al contrario, se la ha reforzado junto con otros sentidos.