Opinión
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Puntos sobre las íes

Recuerdos XIV

S

e ha ido Manuel Rodríguez Manolete a España, dejando en México una huella perenne y, motivando, quiérase que no, a la torería mexicana a que se apretaran los machos, desde Fermín Espinosa Armillita, Silverio Pérez, Luis Procuna, Luis Castro El Soldado, Jesús Solórzano Dávalos, Alfonso Ramírez El Calesero y Ricardo Torres, entre otros.

¿Y los ganaderos?

Haciendo lo posible y hasta lo imposible para que El Monstruo se las viera con sus pupilos, pues el de Córdoba, con su peculiar estilo y su poderosa muleta se lucía a lo grande con casi todos los toros y tan cierto es lo que apuntamos que dos de las ganaderías que más le gustaban era La Punta y su hermana Matancillas, hierros bien criados, de imponente lámina, y encastados en serio.

¿Y las empresas?

Peleándose las fechas que tenían libre el gran torero y su apoderado, el imposible José Flores Camará, exigiendo cada vez más, por lo que los boletos costaban dos o tres veces más de lo acostumbrado.

Lo nunca antes soñado.

* * *

Don Neguib Simon Jalife.

Nacido en Mérida, hijo de padres libaneses, hombre polifacético, estudió la carera de abogacía en la UNAM y, según mi padre que llegó a conocerlo más o menos bien, era poseedor de una gran simpatía y llegó a ocupar diversos importantes puestos. Fue secretario particular de Felipe Carrillo Puerto –tal vez el primer gobernador socialista del país–. Posteriormente, fue tesorero y procurador de Justicia del estado, amén de diputado y senador y, poco después, fundó la fábrica de hojas de rasurar Pal, otra más de focos marca Lux y también incursionó en el área del henequén, que tanta demanda tuviera en los años de la Segunda Guerra Mundial.

Además, Don Neguib era muy aficionado a las faldas y tras de tener muchas novias, amigas y compañeras, se prendó de una bellísima mujer –creo recordar que se llamaba Rosita– que era la adoración de un político, quien nunca le perdonó aquella conquista, el cual, andando el tiempo le habría de pasar factura para el cobro de aquel robo.

Obvio, el yucateco había logrado amasar una gran fortuna y siendo, además de hombre de empresa, un visionario, se le metió entre ceja, oreja y más, la creación de una gran Ciudad de los Deportes, en el Distrito Federal, que sería algo sin igual en el mundo, ya que contaría con una gran plaza de toros, un estadio olímpico, varias albercas olímpicas, frontones, arenas de box y lucha libre, cines, teatros, restaurantes y boliches.

Cuando dio a conocer su colosal proyecto lo tildaron de loco, de soñador y mil epítetos más por el estilo, pero él, desoyendo consejos, opiniones, críticas, burlas y hasta epítetos, siguió adelante, en busca de los suficientes terrenos donde poder realizar su magno sueño.

Y lo encontró.

Fue en lo que hoy se conoce como colonias Nápoles, Del Valle y Nochebuena, siendo esta última el lugar elegido para construir la gran plaza de toros.

¡Tuvo razón!

Al recorrer el gran soñador todos esos terrenos baldíos, observó un gran hoyo en la colonia Nochebuena, nada más y nada menos que una ladrillera y no tuvo ya más sueño que la gran plaza de toros y de vecino el estadio olímpico.

El 12 de octubre de 1941, El Redondel publicó una entrevista con don Emilio Azcárraga Vidaurreta, el zar de la radio en México, en la que dio a conocer que se había entrevistado con el señor Neguib para que agregara a su proyecto la construcción de un parque de beisbol.

Vendió todos sus negocios, solicitó un cuantioso crédito dando en garantía los terrenos, lo cual le fue autorizado por una financiera oficial y, entonces, la interrogante sería, ¿quién podría ser el ingeniero?

Y pronto dio con él.

Preguntando por aquí y por allá, alguien le aconsejó que buscara al ingeniero Modesto C. Rolland, y siendo don Neguib hombre de gran carácter y de acción, dio con el ingeniero y fue así que dio comienzo una alianza.

Una gran alianza.

Y más maravilloso fue que una vez autorizados los planos y los permisos del entonces Departamento del Distrito Federal, la construcción de la plaza México se iniciaría el primero de diciembre de 1944 y, al darse cuenta los tantos envidiosos, críticos y enemigos de don Neguib, se dieron a la ingrata tarea de hacerlo pedazos.

Y lo consiguieron.

Continuará...

(AAB)