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Nosotros ya no somos los mismos

Cuatro propuestas a la Junta de Gobierno para la sucesión en la UNAM

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Transmití en la UNAM mi extrema preocupación porque las reformas a la legislación universitaria, por ninguna razón, se gestionaran fuera de ese ámbito. En la imagen, el frontis del Museo Universitario de Arte ContemporáneoFoto Cristina Rodríguez
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o confieso sin el más mínimo recato: me emocionó como adolescente del pasado siglo ingresar al campus y transitar por el tercer circuito llamado Mario de la Cueva. El privilegio que tuve de su conocencia y trato me obliga a recordar, precisamente en estos momentos universitarios, alguno de los actos de pundonor que fueron costumbre de su vida. Estoy seguro que en ellos podemos encontrar la motivación y el aliento necesarios para compadecer nuestra conducta, afrontando los riegos que suelen provocar los votos de conciencia con los intereses superiores de nuestra casa. En próxima columneta relataré alguno que viene muy al caso.

Pues que el jueves 15, con exagerada anticipación, me apersoné en las oficinas de la Coordinación de Humanidades para la cita que me habían concedido los integrantes del grupo tres de la Junta de Gobierno (JG), con el fin de explorar, eso sí, prudentemente, las opiniones de un universitario obsesivamente preocupado por el desarrollo del inminente proceso de renovación de la autoridad de la UNAM.

Me tocó la mejor cara de la burocracia. Las jóvenes que recibían y registraban eran atentas y cálidas. Llene por favor esta cédula, me dijo una de ellas. Eran unas tres preguntas: de dónde viene, a quién representa, cuál es su dependencia. Contesto: de mi casa. A duras penas a mí mismo. Mi mayor lujo es no tener dependencia alguna, pero el nombre de lista sí es el mío. No se preocupe, me dijo, sin prestar mayor atención a mis tontos comentarios. Tome asiento en lo que llega su turno. Pegado a la recepción había un corredor colmado de veinteañeros. Estos siempre, hasta en las funerarias, están en el alborozo (lo anoto rebosante de envidia). Caí en la horrible necedad de los adultos muy mayores: querer entablar conversación con todo mundo. ¿Se puede saber por quién van a votar? les pregunté. Voltearon, me descubrieron y me contestaron a varias voces: una morena, que llenaba sus botas mejor que Nancy Sinatra ( these boots are made for walking, 1966): ¿Lo decimos al mismo tiempo? Un flaquito, prototipo de nerd, me reta: ¿encuestador o policía? Y uno más, con una frase hecha, me rechaza: el voto es secreto. Sólo a éste tuve tiempo de contestarle: Con ese criterio, no le exijas a la JG que emita su voto con transparencia. En 2030 seguramente serás miembro del Inai. Llegó otro grupo que olía y se oía como de un campus nada chilango: el grato olor y el tonito de alguna entidad del bajío eran tan evidentes, como su asombro y su entusiasmo. Pensé: seguramente su director/candidato está abajo esperándolos. Saliendo de aquí, emocionados, los va a invitar a comer por ahí, y se regresan. Ya cumplieron. Y otro más: predominaban los maestros sobrevivientes a la necesaria y merecida (hace muchos años), jubilación: el güerito, ventrudo, de escasa pelambre y lentes de botella. El de saco de tweed o cashmere con antigüedad de 50 años pero, como todo lo fino, aún da prestancia en ocasiones como ésta. Vienen a dar su opinión, como seguramente lo han hecho otras veces y lo harán mientras puedan. ¿En verdad tendrán esperanzas de que el candidato que apoyan pueda garantizarles un retiro que no los regrese a las penurias de sus días iniciales? Los jóvenes los rodean, les muestran su respeto y su esperanza de convertirse en adjuntos, en sucesores, aunque saben que el camino es angosto, el escalafón eterno y que ser académico, investigador, egresado de una universidad pública, dejó de ser el ábrete sésamo que, en automático, deja de par en par las puertas del mundo productivo y remunerador. Que el título profesional otorgado por una universidad pública ya no significa poner el pie en el primer peldaño de la escalera (eléctrica, por supuesto) que inevitablemente asegura el ascenso económico y la incrustación social. Trato de mezclarme entre los grupos y regresar a una costumbre de la infancia: adivinar a qué se dedicaban las personas desconocidas que tengo enfrente, qué relaciones las unen. ¿Serán alumnos, colegas, amigos de los hijos del candidato que vienen a apoyar? ¿La señora mayor que con dificultades como yo subió los dos pisos fue su maestra, o será su abuelita? ¿Qué van a decir del valido de su afecto? ¿En verdad piensan que su visita y dicho tienen peso en la decisión de los oidores de la audiencia?

En esas estaba cuando una señorita me invitó a pasar a la sala del Consejo Técnico de la Coordinación de Humanidades, donde dispondría de unos minutos para ser voluntariamente explorado. Hacía medio siglo que por única vez había sido objeto de otra exploración semejante. Sucedió durante la elección del sucesor del rector Nabor Carrillo, y fue realizada por el eminente jurista don Antonio Martínez Báez. Creo que alguna vez algo platiqué de esta entrevista, en la que aclaré cómo, un rescoldo alemanista, Agustín García López, trató por medio de un cachorrito de la misma raza, Humberto Romero Cándano, aprovecharse de las firmas de algunos compañeros y la mía, que apoyábamos una demanda estudiantil, para presentarnos como sostenedores de su candidatura. Nosotros previmos la tonta artimaña y con anticipación preparamos una denuncia ante el tribunal universitario para nulificar su absurda pretensión y exigir su expulsión. Con sapiencia, el maestro Martínez Báez me aconsejó: no, no haga nada, se perjudica a la institución. Mire cómo andan sueltas las fieras contra la UNAM. Yo le garantizo que esta intentona hará el ridículo. No me engañó: el candidato de la derecha alemanista consiguió un solo voto.

René Millán Valenzuela, Alejandro Mohar y Javier Garciadiego, mis anfitriones, fueron conmigo no sólo atentos, sino cordiales, receptivos y pacientes. Hago una síntesis de la entrevista y, si como de costumbre no termino, tendré que contradecir la conseja popular y dejar para el lunes lo que no pueda escribir hoy.

1. Confesé haber tomado la Torre de Rectoría por considerar que la JG era la representación del despotismo ilustrado, y que no era posible que 15 personas decidieran por 67 mil estudiantes (población en 1960). Pero reconocí que esa junta había sido capaz de designar rector a Ignacio Chávez, al margen del superior gobierno (acontecimientos posteriores lo comprobaron) y, además, en contra del grupo en el poder dentro de la institución. Pero reiteré, igualmente que 70 años después de promulgada la ley orgánica, que su actualización era imprescindible. Que ésta junta, éste consejo y el nuevo rector tenían la obligación y la gran oportunidad de hacerlo. El propio texto de la ley vigente lo contempla (artículos 6 fracción Vl y 8 fracción l).

2. Alerté, transmití mi extrema preocupación porque las reformas a la legislación universitaria, por ninguna razón, se gestionaran fuera del ámbito universitario. En el Congreso se han enquistado una runfla de súcubos, íncubos y engendros cuyo objetivo de vida es el aniquilamiento de la universidad pública, autónoma, gratuita, laica y popular. Baste por hoy sus nombres: Federico Döring y Raúl Alejandro Padilla Orozco. Pronto, por salud pública, expondremos sus ideas y los conminaremos a ratificarlas o desdecirse.

3. En lo que los procedimientos formulados hace 70 años se perfeccionan y actualizan, las ciencias y técnicas de la comunicación masiva nos son de máxima utilidad: presentemos, analicemos, confrontemos personas y propuestas. Insistí: un panel con los candidatos inicialmente palomeados, aunque sólo expongan sus opiniones, sus proyectos, sin enfrentamiento directo alguno. Luego me arrepentí. Que debatan, se confronten, sin ofensas, pero sin reticencias ni falsos respetillos. Los acuerdos y complicidades los detectan desde los niños Montessori hasta, a veces, los expertos de los servicios de inteligencia.

4. Que los candidatos no se concreten a exponernos su rollo sobre el tema que dominan desde siempre, sus fenicios personales, sino que nos den a conocer su punto de vista sobre los problemas que a nosotros nos afectan a diario, y que seguramente algunos de ellos ni siquiera registran. La JG debe formular un cuestionario salido de las inquietudes, necesidades, demandas de alumnos, maestros y trabajadores, para que cada candidato las responda y se comprometa.

Hay una cuestión pendiente, y de la máxima importancia, para definir el voto de uno de los 15 electores. Dejémosla para el próximo lunes 26. Mientras tanto, que ellos piensen lo que deben o quieran hacer, y nosotros preparémonos para el aplauso o la inevitable lapidación, aunque sea virtual.

twitter: @ortiztejeda