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a apertura de la economía mexicana se inició en la década de 1980 y, desde entonces, se ha ampliado de manera continua con multitud de acuerdos bilaterales y multilaterales de comercio e inversiones. Con ello no se consigue revertir el bajo crecimiento del producto que se registra desde hace tres décadas.

Las causas del crecimiento reducido y por debajo del potencial de la economía, según afirman los propios responsables de las políticas públicas son, por supuesto diversas.

El libre comercio, iniciado con la entrada de México en el difunto Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio en 1986 y, luego, sobre todo, con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1995, modificaron de modo significativo el funcionamiento de esta economía en materia productiva; en la estructura y dinámica del mercado laboral y en las condiciones generales del financiamiento, o sea, en la generación de ahorro y los flujos de inversión. Todo esto es historia. Ahora se quiere añadir al tinglado el Acuerdo de Asociación Transpacífico.

Este proceso no ha sido del todo inútil, sobre todo si se considera el cambio ocurrido en el aumento y la composición de las exportaciones. La industria automotriz se convirtió en el sector más dinámico, junto con el de aparatos electrónicos y material eléctrico. México alcanzó un lugar en la nueva división internacional del trabajo con una modalidad en gran medida de maquiladora. No ha sido suficiente para acelerar el crecimiento, para incorporar a la gente al mercado laboral, elevar los ingresos de las familias y la productividad.

Mientras el petróleo atraía muchas divisas –con las remesas de los trabajadores en Estados Unidos–, y rellenaba las arcas del gobierno con las transferencias de Pemex y las reservas internacionales la cosa estaba medio amarrada, aunque fuese con alfileres (la frase es prestada). Esto ya no es así, excepto por las benditas remesas. El modelo ya no es viable. Ahora se trata de paliar el efecto adverso con las reformas. Esto es lo de hoy.

Las exportaciones fueron por mucho tiempo las que jalaron a la economía, siempre en un entorno de crecimiento apocado, con grandes distorsiones productivas, por sectores, actividades y regiones. Otras se generaron en el sector financiero. El modelo está hoy en jaque y solo queda el enroque, aunque muy comprometido. Las políticas fiscal, financiera y energética son expresiones de tales intentos de enrocar para defender al rey.

Desde aquella época de mediados de 1980 con la apertura comercial primero y con su complemento en la apertura financiera (la cuenta de capital de la balanza de pagos) en 1995, el crecimiento de la economía estadunidense no fue suficiente para jalar a la economía mexicana más allá de 2.5 por ciento en promedio anual, con una creciente desigualdad social y sin abatir los niveles de pobreza y precariedad social.

Desde 2009 se redujo la capacidad de arrastre de la demanda de Estados Unidos y ahora, previsiblemente, será aún menor. Y esto ocurre en el marco de una nueva desaceleración de la actividad económica a escala mundial.

Esta situación se describe ahora usualmente a partir de algunas condiciones como las siguientes. Uno. El fin del gran ciclo de alza de los precios de los llamados commodities (metales, hidrocarburos, productos agrícolas y en general materias primas) entre 2000 y 2010. Este proceso se empezó a detener en 2011. El frenazo actual de China repercute globalmente en la reducción de la demanda global.

Dos. La repercusión negativa de la crisis de 2008 en la estructura general del endeudamiento de gobiernos, empresas y familias y que afecta a países como Estados Unidos, Japón y los que forman la Unión Europea. Esto se ha denominado como el fin del gran ciclo de la deuda. Según esto, hasta que no se ajuste de nuevo la magnitud y la estructura de la deuda no habrá una recuperación económica.

Tres. Se ha formulado la hipótesis de que existe un estancamiento de tipo secular en la economía capitalista, es decir, prácticamente todo el mundo. Se asocia con el hecho de que hay más ahorro que inversión. Este fenómeno no debe confundirse con la situación particular de México, donde el ahorro es poco y proviene en su mayoría de un esquema forzoso impuesto sobre los asalariados. Tiene que ver con una situación demográfica en que una creciente parte de la población se acerca a la edad de retiro; con las enormes diferencias de las condiciones laborales y los salarios en distintas partes del mundo y, sí, con la creciente desigualdad económica.

La demanda externa no va a jalar el crecimiento en México, las exportaciones encuentran un límite y habrá que rediseñar la manera en que se participa en los mercados. Lo que es ineludible es recomponer el mercado interno como fuente de expansión. El gobierno apuesta todo a las reformas, a la baja inflación y tasas de interés. Seis de cada diez personas ocupadas está en la informalidad, hay aun que ver cómo la nueva estrategia energética repercute en la actividad económica y en los ingresos fiscales. El consumo es la llave para una mayor inversión, la gente gana poco, la clase media paga los impuestos y la economía está atorada. Lo que no se aprecia es que las políticas estén alineadas para superar las condiciones del estancamiento.