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El aluvión canadiense
Q

uizá la primera cuestión que convenga tener en mente respecto del Partido Liberal de Canadá –que alcanzó este lunes una victoria electoral de amplitud inesperada– es que nada tiene en común con la familia liberal-popular en Europa, sean los llamados demócratas liberales de Alemania o el aciago Partido Popular de España. El Partido Liberal, que ejerció el poder por casi siete decenios el siglo pasado, es una formación de amplio espectro, más cercana a la socialdemocracia que a otro de los grandes grupos políticos contemporáneos. Regresará a formar gobierno como protagonista de un cambio que no es excesivo calificar de civilizatorio –ejemplos más adelante–. Es probable, por otra parte, que la primera cuestión que deba recordarse de su joven y dinámico líder, Justin Trudeau, de 43 años, es que su primer gran discurso político fue el laudatio que pronunció, hace 15 años, en las honras fúnebres de su padre, Pierre Elliott Trudeau, la figura política canadiense sobresaliente de la segunda mitad del siglo XX. Ahora, en su primer discurso como candidato victorioso, no hizo alusión explícita al nombre y la memoria de su padre. Es probable que estime llegado el tiempo de empezar a construir una personalidad política independiente de antepasados políticos o familiares. Fueron su juventud y relativa inexperiencia –con un currículo concentrado en la docencia y el activismo juvenil– lo que trataron de explotar en su contra sus oponentes: ¿Entregaría usted las llaves de su Ferrari al que apenas obtuvo su licencia de manejar?, preguntaba un oponente, cuyos amigos deben poseer vehículos de esa marca. Las cifras del lunes: Partido Liberal, 39.5 por ciento de los votos, 184 distritos ( ridings) de 338, frente a 34 en la elección de 2011; Partido Conservador, 31.9 por ciento, 99 frente a 166; Partido Nuevo Democrático, 19.7 por ciento, 44 frente a 103; otros partidos, 7 por ciento, 11 frente a 6. Un ejemplo de libro de texto de lo que en México llamamos voto útil: hastiados de Harper, parvadas de nuevos demócratas, algunos Québécois y verdes, y hasta conservadores incapaces de comulgar con las cada vez más pesadas ruedas de molino que ofrecía su líder, decidieron votar liberal.

El líder conservador, Stephen Harper, tras casi 10 años en el poder y tres triunfos electorales, juzgó que tenía a la mano el cuarto, hazaña sin precedente en más de un siglo. Procedió a adelantar la elección al que estimó un momento propicio; impuso una campaña electoral de 11 semanas, inusitadamente larga para las prácticas canadienses; consideró que sólo su partido tenía apoyos financieros suficientes para sostener una campaña larga y costosa; montó una campaña plagada de descalificaciones personales, casi siempre injustificadas; en una sociedad abierta, que se distingue por su ánimo generoso, sembró el prejuicio étnico y la discriminación religiosa (inventó una campaña contra el uso del velo por las emigradas musulmanes en su ceremonia de ciudadanía, asunto que no despertaba emoción alguna en la sociedad); sufrió una derrota clamorosa. Esta última fue, de las anteriores, la única opción que él no escogió.

Es claro que Trudeau fue favorecido por el sistema de elección distrital de mayoría simple, que rinde curules al partido de mayor votación en claro exceso de su parte en el voto. Como señalan los números antes mencionados, una ventaja de 7.6 puntos porcentuales en la votación produjo para el Partido Liberal una ventaja de 85 puntos en el número de asientos conseguidos en el Parlamento. Uno de los compromisos de campaña del líder electo es reformar un sistema de gobierno parlamentario, que añade a la elección no proporcional de los 338 miembros de la cámara baja un Senado de 105 miembros designados por el gobernador general a sugerencia del primer ministro. Cuando llegue la ocasión, quizá sean mayoría los ciudadanos que consideren un flagrante anacronismo, a estas alturas del siglo XXI, que el jefe de Estado de Canadá sea la o el monarca británico, representado sur place por el(la) gobernador(a) general.

En su decenio, Harper alteró los puntos de referencia políticos, moviéndolos a la derecha en política exterior, en justicia criminal, en tributación, en ambiente, en libertades civiles y en otros terrenos. Ningún otro primer ministro conservador había presionado tanto. Nadie había tenido el deseo profundo de Harper de rediseñar la cultura política –escribió Lawrence Martin en el Globe and Mail–. Tras 10 años de thatcherismo canadiense, Trudeau tendrá que encabezar un aluvión transformador.

Se ha dicho que la economía de Canadá, que atravesó en forma relativamente airosa la gran recesión, ha sido una de las mayores víctimas del desplome de los precios del petróleo. En la primavera pasada, el gobernador del Banco de Canadá admitió: “Hemos tenido un primer trimestre atroz, el shock petrolero nos ha afectado grandemente”. La economía canadiense está técnicamente en recesión, con dos trimestres sucesivos de crecimiento negativo, y enfrenta una perspectiva de lenta recuperación. Trudeau ha ofrecido remediarla. Su principal instrumento de reactivación serán el gasto y la inversión públicos, para estimular la demanda de consumidores y empresas y rescatar servicios sociales deteriorados o abandonados. Se incurrirá en déficit presupuestal en tres años consecutivos para financiar un ambicioso programa de reconstrucción y ampliación de infraestructura, con impacto directo en el crecimiento. Trudeau ha señalado que las bajas tasas de interés prevalecientes han abierto el espacio para el financiamiento deficitario. Del mismo modo, concesiones o reducciones impositivas para perceptores de ingresos medios y bajos –que se compensarán con mayores cargas fiscales para los rangos más altos de la escala de ingreso– estimularán el consumo, incluida la renovación de los bienes domésticos duraderos. Déficit presupuestal y reforma fiscal progresiva: ideas de un populista peligroso, dirían algunas voces de este rumbo.

Trudeau también corregirá algunos desvíos de la política exterior de Harper. Ha ofrecido retirarse de la campaña de bombardeo aéreo contra el Estado Islámico y concentrar los recursos en adiestramiento de personal militar y de policía y en asistencia humanitaria. En lo inmediato, se elevará a 25 mil el número de refugiados provenientes de Siria que serán admitidos en Canadá. Quedan cuestiones por mencionar, pero habrá oportunidad sin duda de volver al tema.

Trudeau padre solía decir que México y Canadá tienen un problema enmedio. Un problema mexicano es ignorar a Canadá. Casi ningún periódico importante editado en la capital (revisé siete) consideró el triunfo de Trudeau hijo noticia de primera plana. Quizá la noticia llegó después del cierre y ya nadie ordena ¡paren las prensas!