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El espíritu de Goya en los toros
F

rancisco de Goya está presente en la imaginación del que escribe ante el inicio de la temporada invernal de corrida de toros en la Plaza México, el próximo domingo. Coinciden las imágenes con encontrarme un escrito de José María Salaverría (Un retrato de Goya).

Goya es el pintor del toreo que nos dejó la serie Tauromaquia, una visión de su mundo que reflejaba la realidad… la realidad que no existe fuera de uno. La llevamos dentro del ser. Si la naturaleza brinda diversas facetas escogemos la que más se acopla a nuestra sensibilidad.

A la gran figura del Arte Goya le podría imaginar cual pedazos sensibles de la Naturaleza. Un libro, un cuadro, una sinfonía, una corrida de toros, son especies de paisajes que contempló relajado o angustiado. Existen paisajes trágicos o placenteros e igual obras de arte (¿las faenas?) que producen sensaciones tranquilas o turbulentas. En algunas el espíritu descansa confiado; pero en otras una ráfaga dramática me recorre al contemplarla.

De este género de artistas dramáticos era Goya. No se puede decir que sea peor o mejor que otros suaves y sedantes. ¡Venga todo lo que respira genialidad debajo del sol!, ¿pero, en días de desgana y melancolía Goya reportará la dulce serenidad que se necesita? ¿Él hará descender de peligrosas alturas la idea de conformidad y eterna ilusión que se busca?…

Como una selva enmarañada y crujiente es Goya, el pintor exasperado el hombre íntimamente pesimista y amargo (¿el torero madrileño José Tomás?) Hombre del pueblo que se encumbra por generosidad de las altas cumbres de la Corte, más a medida que se encumbra aparece siempre en postura de plebeyo rebelde y arisco. Si retrata a la familia real toda completa y en grupo, no se sabe qué aire de protesta vaga por entre aquellos rostros ignaros, aquellas miradas estúpidas, aquellos gestos de concupiscencia o de torpe brutalidad. Es el plebeyo, sin duda, que pone un algo de indeterminado y hasta inconsciente en la atmósfera que envuelve a los monarcas y los príncipes (Salaverría).

El hombre del pueblo que hay en Goya, le hace buscar con predilección los motivos populares y groseros. ¿Acaso esto es así porque en su época, en aquel periodo de triste decadencia española (como la actual mexicana), la vida nacional estaba saturada de grosería, de superstición, de vulgaridad? Es el caso que Goya presta a sus personajes continuamente un ademán grosero o mediocre. Los reyes, en sus manos, se convierten en pobres diablos; las reinas en chulas. Si trata de componer cuadros místicos, la devoción se halla tan ausente de allí que el espectador se siente culpígeno. Pero cuando acomete la reproducción de asuntos populares, Goya se encuentra desembarazado y en su propio ambiente; Toros y toreros, corridas, majos, chulas, palafreneros, embozados, brujas, ahorcados, todo ese tumulto bajo y turbio sale de su pincel nervioso henchido de una vida y una fuerza prodigiosas.

¿Estará presente el espíritu de Goya en la temporada de corrida de toros?