Opinión
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Los linchados de Ajalpan, Puebla
S

e hizo uso de la tecnología para incitar a la barbarie. Por mensajes y redes sociales comenzó a difundirse en Ajalpan, Puebla, que en el poblado estaban retenidos unos secuestradores. De la cárcel fueron sacados por una turba iracunda los hermanos José Abraham y Rey David Copado Molina, para llevarlos a la plaza principal. En el camino los instantáneos justicieros los molieron a golpes, con palos y otros objetos contundentes.

Nadie quiso escuchar a Abraham y David, quienes se identificaron con sus credenciales de elector y del empleo, en la cual se les acreditaba como trabajadores de una empresa encargada de levantar todo tipo de encuestas. Estaban en Ajalpan para aplicar cuestionarios sobre el consumo de tortillas. Los primeros señalamientos contra ellos surgieron porque alguien difundió que había fuereños extraños haciendo muchas preguntas. Después otras personas esparcieron un rumor, consistente en que una niña estaba desaparecida. Los hermanos encuestadores fueron llevados a la cárcel municipal, donde las autoridades comprobaron su identidad. Apareció la niña supuestamente secuestrada y no hizo cargos contra Abraham y David Copado Molina.

La falsa acusación contra los hermanos Copado Molina siguió difundiéndose, y un buen número de pobladores de Ajalpan decidieron hacer justicia por propia mano. Sacaron de la cárcel a los dos y comenzó el juicio sumario. La golpiza, el linchamiento, solamente concluyó cuando los sanguinolentos cuerpos de Abraham y David fueron consumidos por la hoguera que prendieron los más iracundos de la muchedumbre.

Los linchamientos acontecen en determinado clima social, tienen un contexto que contribuye para tratar de comprender la conducta límite de quienes perpetran el horror. Tiene su parte en el fortalecimiento del salvajismo la desconfianza en las instituciones del Estado, las que con su inacción o complicidad fomentan la impunidad de quienes cometen innumerables delitos. Pero, con todo, hay responsabilidad personal ética y jurídica de quienes instigan a linchar. Lo mismo es válido para los que aceptan participar en la invitación a terminar con la vida de los señalados como culpables.

La tragedia de Ajalpan nos apremia, como sociedad, a no solamente reflexionar sobre lo allí sucedido, sino también a, desde todos los sectores, implementar programas y acciones pedagógicas que atajen la barbarie de los linchamientos. Es necesario internalizar en la ciudadanía principios que la hagan contenerse cuando se le convoca a ser parte de la turba que hace (in)justicia por propia mano. Desde la sociedad civil es muy importante reforzar la construcción de la personalidad democrática (ciudadanía consciente y practicante de sus derechos y responsabilidades), que fomenta mejores condiciones de convivencia en una sociedad cuyo horizonte es de mayor diversidad en todos los órdenes.

En los linchamientos hay ciertos mecanismos comunes. Hace unos años, en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), al diseñar un listado de temáticas que debían ser de interés del organismo, se incluyó el asunto de los crecientes casos en que turbamultas ultimaban violentamente a presuntos culpables de robo, abusos sexuales o secuestro.

La cuestión de los linchamientos fue incluida en su agenda por la CNDH a insistencia de Carlos Monsiváis, quien colaboró con un capítulo en el volumen Justicia por propia mano. En las primeras líneas de su contribución, el escritor dejó constancia de su preocupación: Si he insistido en el tema de la justicia por propia mano es porque lo considero de enorme importancia y porque creo que está disminuido y confinado a la nota roja, lo cual es un fenómeno que implica la construcción de una procuraduría general de la justicia a la fuerza, una parainstitución popular que por desgracia no lleva trazas de aminorar.

La CNDH convocó a un certamen para presentar ensayos e investigaciones sobre el aludido tópico. El resultado fue un libro que conjunta sólidas muestras del inmisericorde acto. La lectura de Linchamiento: justicia por propia mano (casos específicos) es una sacudida a la conciencia porque muestra cómo se conforma el llamado a inmolar al señalado como culpable.

En el ensayo ganador del certamen, La soga y la razón, José Antonio Aguilar Rivera hizo varias observaciones sobre las causas y motivaciones de los linchamientos. Señaló la debilidad del Estado, su incapacidad para garantizar la impartición de justicia, la crónica desconfianza que le tiene la ciudadanía y de allí la tentación de algunos de hacer justicia por propia mano. Pero también apuntó hacia lo que llama el lado oscuro del capital social, el cual no ha recibido la misma atención que sus efectos virtuosos. En ocasiones la sociedad civil puede obstaculizar la formación de un orden democrático.

En las condiciones actuales del país es imperativo continuar presionando desde distintos frentes por que la transición democrática de nuestro sistema político no quede trunca, escamoteada por los partidos políticos y sus intereses. Pero también es inaplazable desde la sociedad civil hacer luz sobre el lado oscuro del capital social capaz de, con sentido festivo, ultimar con saña como la mostrada en Ajalpan.