Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 1 de noviembre de 2015 Num: 1078

Portada

Presentación

Ángel Pahuamba, testigo
de nuestro tiempo

Gaspar Aguilera Díaz

Roa Bárcena y los
cuentos de aparecidos

Edgar Aguilar

La hermosa
monstruosidad
de los insectos

Armando Alanís Pulido

Santa Muerte,
blanca Niña Bonita

Fabrizio Lorusso

Un viajante llamado
Arthur Miller

Ricardo Bada

La reserva ecológica del
Pedregal de la UNAM

Norma Ávila Jiménez

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Morelia 13 (I DE II)

Como ha sido desde sus inicios, la decimotercera edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM13) –que al momento de ser escritas estas líneas va a la mitad, y que habrá concluido cuando sean leídas– es de nueva cuenta el escaparate más buscado por los cineastas mexicanos de cualquier género –es decir, largometrajes y cortometrajes tanto de ficción como documental–, así como la oportunidad más amplia para el público de tomarle el pulso a la cinematografía no sólo nacional sino, en este caso, también la proveniente de Europa sobre todo, vía Cannes, pero también de un Estados Unidos diríase off Hollywood, y en esta ocasión con la presencia abundante de cine del Reino Unido.

Como dice el dicho: con estos bueyes...

No es que en ediciones anteriores haya faltado este componente, dada la constante inclusión de retrospectivas de autor o de alguna otra naturaleza, pero esta vez ha adquirido relevancia notable la programación de hitos fílmicos que sí ameritan ese nombre y que el cinéfilo de-a-deveras agradece. Entre otras auténticas joyas, han podido ser vistos en pantalla grande, entre varias más de otros géneros, 2001: una odisea del espacio y Blade Runner, es decir, los dos filmes cumbre de ciencia ficción de todos los tiempos. Se han exhibido también obras fundamentales del género de terror, mexicanas y extranjeras, como el Drácula, de Melford, de 1931; los Dos monjes, de Bustillo Oro y El fantasma del convento, de Fernando de Fuentes, ambas de 1934, así como la extraordinariamente lozana El esqueleto de la señora Morales, lo mismo que cintas insoslayables para una cultura cinematográfica que se respete, verbigracia el Dr. Zhivago, de Lean, la jipi-yonqui non plus ultra sesentera More, ópera prima de Barbet Schroeder, o el Espantapájaros de Schatzberg, película poco recordada para mal no de ella, sino de quien la desconozca –entre muchas otras virtudes, contiene un duelo actoral de máxima altura entre un par de jóvenes llamados Al Pacino y Gene Hackman.

El resultado de este diseño programático, en el que un cine que muchos quieren hacer caber completo en el demasiado pequeño adjetivo “clásico” tiene un espacio preponderante, es la convivencia en el festival de varias generaciones cinematográficas, desde los fundacionales años treinta del siglo pasado hasta el momento actual. El aspecto más importante de que sea así es que la decisión de los programadores del FICM abona muchísimo a favor de algo siempre necesario, pero quizá hoy más que en cualquier otro tiempo: la formación –y una disculpa por el término academizante– de cierto cinéfilo contemporáneo, mayoritario y creciente, que asiste al cine y lo valora como si éste hubiera comenzado a existir en el preciso momento en que el espectador desavisado vio su primera película; o peor, como si a sabiendas de que no es verdad, puesto que el cine ya va cumpliendo doce décadas de vida, de todos modos le aplicara lo que una canción de José José le aplica al amor y creyera que “ya lo pasado pasado, no me interesa”. Función didáctica involuntaria la de este FICM 13, tanto más encomiable cuanto no emana de intenciones pedagógico-escolares sino del gusto grande por el cine y el deseo ídem de compartirlo.

...hay que arar

La convivencia generacional arriba mencionada, tanto en el sentido cinematográfico como en el cronológico, queda patente en el caso mexicano en la cohabitación festivalera entre el veterano Arturo Ripstein, de quien se exhibió fuera de competencia La calle de la amargura –su cinta más reciente aunque, al mismo tiempo, no la menos vieja, de lo cual se hablará aquí en otra oportunidad–, y la treintena de cortometrajistas en competencia, así como, desde luego, con el grueso de los realizadores de los largometrajes de ficción de la sección México, igualmente en liza.

Respecto de esta última sección, y a reserva también de ampliar las siguientes consideraciones de manera casuística, debe mencionarse la clara disminución en el nivel de calidad de los largos en competencia, si son vistos en conjunto. Si bien tampoco significa que hayan sido vistos trabajos notables en este sentido, no se habla aquí tanto de inconsistencias técnicas o chambonerías de realización, sino de la tenaz presencia de un cine que definitivamente ya dio de sí, a despecho de que sus hacedores no hayan acusado aún recibo, y que algunos hemos preferido denominar “cine de nuca contemplativa”, debido a causas estrictamente literales, de las que se hablará aquí en la siguiente entrega.

(Continuará)