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Mi candidato a la rectoría
C

uando hablo de futbol, entre bromas y veras, digo que deseo que mis hijos puedan elegir con plena libertad su profesión o no tenerla, su religión o no tenerla, su credo político o no tenerlo, su preferencia sexual o no tenerla, pero no su equipo de futbol. Y es que nací de la universidad: mis bisabuelos y mis abuelos son egresados de la Universidad Nacional, mis padres se conocieron en sus aulas; todos mis tíos y casi todos mis primos son universitarios. A través suyo conozco muchas cosas de la mitad de sus facultades y escuelas. Conocí a mi esposa en la universidad hace ya más de 20 años. Mis hijos son también hijos de la universidad. Ingresé a la universidad en 1992 y dejé de ser estudiante en 2003, cuando obtuve mi grado de doctor. Apenas el año pasado me desvinculé formalmente de ella, al pedir un permiso (un sabático informal) tras 14 años de dar clases en mi facultad. He participado en sus órganos colegiados, conozco por dentro sus mecanismos de selección de personal (los he sufrido), aprecio muchas de sus formidables virtudes y detesto no pocos de sus gravísimos problemas.

Como universitario y observador de la vida universitaria, como historiador y observador de la política nacional considero, como Octavio Rodríguez Araujo, que esta vez el rector debe salir de las filas de los científicos sociales, pero agrego a la ecuación al área de las humanidades y artes, que no han dado un rector. Mi candidato está formado en ambas disciplinas: es un economista de alto vuelo, perteneciente al ala más seria, analítica y constructiva de la corriente nacionalista y desarrollista de la economía mexicana; y a la vez es uno de los más reflexivos historiadores de la política, la economía política y el pensamiento político-económico de México. Me refiero al economista e historiador Leonardo Lomelí Vanegas, quien estudió simultáneamente ambas carreras en la UNAM y es maestro y doctor en historia por la Facultad de Filosofía y Letras a la vez que economista y director de la Facultad de Economía.

La propuesta de Leonardo Lomelí atiende los principales problemas coyunturales de nuestra alma mater, pero también contiene propuestas de reforma de gran calado y largo aliento. Sin embargo, más allá de las propuestas, que cualquiera puede consultar, en estas coyunturas es fundamental revisar trayectorias, capacidades y compromisos. Quienes me conocen saben que por muy pocas personas pongo las manos al fuego. Una de ellas es Leonardo Lomelí, mi amigo desde 1993, cuando compartimos aulas, cenas, libros, reflexiones y viajes de prácticas, así como el amor a México y a su historia y el compromiso con su presente (distintos: mucho más moderado, conciliador y equilibrado el suyo que el mío). Me constan de primera mano esa pasión y ese compromiso, así como el nivel de excelencia de sus trabajos de investigación, su honradez acrisolada y su monumental capacidad de trabajo: nuestro maestro Álvaro Matute aseguraba: Leonardo tiene un clon: uno investiga, lee, reflexiona y escribe 18 horas diarias; el otro hace todas las demás cosas que hace Leonardo (de las que su inaudito, inverosímil cu­rrículo, da cuenta puntual). Frases similares les escuché a sus otros maestros, como Arnaldo Córdova, Carlos Tello, Carlos Martínez Assad, María Eugenia Romero o Rolando Cordera.

También he visto en él, como asesor de aquel IFE de nuestra frustrada primavera democrática (1997-2003) y más recientemente como director de la Facultad de Economía, un talante conciliador, una tolerancia y una capacidad de negociación y diálogo sin par, que no obran en detrimento de su indiscutible liderazgo académico en una de las facultades tradicionalmente más conflictivas –en el buen y el mal sentido– de nuestra universidad.

Dudé largo tiempo en escribir estas letras: mi talante conflictivo y mis diferencias políticas y personales con buena parte de las autoridades universitarias me hacían pensar que quizá le haría un flaco favor pronunciándome públicamente como su partidario. Creo, sin embargo, que puede no ser así: institucional, como es, también hay que mostrarlo como un puente inteligente y sensible con esa parte vital de la universidad que es su minoritaria ala izquierda y militante.

Ahora bien, al pronunciarme sobre la sucesión del rector, no puedo eludir que lo menos que puede decirse de la forma en que se le elige está anquilosada: corresponde a la universidad conservadora, diminuta y endogámica de hace 75 años y no a la universidad dinámica, masiva y plural de hoy. Y el de la forma de gobierno es apenas la punta más visible de los problemas de la UNAM. En mi próximo artículo hablaré de algunos.

Twitter: @HistoriaPedro