Opinión
Ver día anteriorMartes 3 de noviembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Duelo
A

sí se titula la muestra de Francisco Toledo en el Museo de Arte Moderno (MAM), donde accedió a presentar una retrospectiva hace 35 años, todavía bajo la gestión de Fernando Gamboa. A diferencia de aquélla, esta exposición, que reúne cerca de 100 piezas de cerámica de alta temperatura, es resultado de una etapa de trabajo frenético iniciado este mismo año, se intuye que como resultado de una necesidad compulsiva de expresión.

El visitante viene preparado, pues según palabras del artista, al manejar el barro él experimentó una sensación terrible, ya que el material es dúctil, vulnerable al tacto, a lo que uno haga con él. Se le recogieron las siguientes palabras: Imagino que lo que yo hago con el barro se lo hacen a los jóvenes o a los cientos de desaparecidos que hay por todas partes en México. De lo que se deduce que su disparador creativo, ya expresado mediante acciones al aire libre, lo retrotrajo a otras realidades anteriores, por ejemplo, y entre muchas otras, el secuestro y desaparición en 1978 de Víctor Yodo (Víctor Pineda Henestrosa), dirigente coceísta.

Las piezas exhibidas fueron realizadas en el taller Canela, capitaneado por Claudio Jerónimo López, anexo al Centro de las Artes de San Agustín (CaSa), ubicado, como se sabe, en Etla, a unos 20 kilómetros de la capital del estado.

Esta exposición nos entrega a un Toledo violento, fuego y azufre, en palabras de un espectador.

Además de los integrantes del taller, colaboraron su esposa Trine Ellitsgaard, quien empezó a conocer las piezas desde que salían del horno; Sarita, la hija de ambos, con la imprescindible asesoría de Patricia Álvarez, quien tradujo las propias ideas del autor en cuanto a diseño museográfico, con la profesional colaboración del equipo del MAM. La iluminación es elemento básico en el efecto de conjunto.

La sensación que se genera en el visitante tiene su inicio desde el ingreso. La mampara con el título está flanqueada a la izquierda por un cañón cuya morfología es similar a la del llamado Cañón de Oaxaca, pero en este caso la carga con ruedas es un enorme falo con la punta ensangrentada y además cinchado o amordazado; en el lado opuesto se generó una construcción análoga a lo que se entendía por columbario. En tiempos de las catacumbras eran huecos practicados en una superficie erecta, para contener urnas o restos de los perseguidos y sacrificados a manera de nichos poco profundos. En unas lengüetas salientes de la mampara se colocaron algunas piezas que anticipan el contenido general de la exhibición.

Sólo hay una pieza, hacia el final, adosada a muro o mampara, pues el espacio de la sala se manejó de manera radial y desde el ingreso el espectador siente que se acerca a la demostración de algo hasta cierto punto indecible que induce al silencio y al respeto. La iluminación permite destacar sólo las piezas dispuestas sobre unas parihuelas, que en lo personal me provocaron dos asociaciones: los tableros que sostienen cadáveres para ser identificados en el forense y el modo en que se disponen las piezas antiguas en los depósitos de arqueología para ser clasificadas por ámbitos antropológicos.

Los trabajos no ofrecen el modelado liso y pulido de otras piezas del mismo artista en épocas anteriores y que pueden invocar reminiscencias del finísimo artesanado del antiguo arte cerámico precolombino. No, aquí hay brusquedad, ímpetu al parecer no restringido y sin embargo diseños formales impecables en cuanto a lo que un buen porcentaje de los objetos transmiten: maltrato, desollamiento, silenciamiento, tortura, exhalación y gritos son sensaciones que hallaron parangón en configuraciones que a veces son muy directas y otras ofrecen contenidos analógicos, como la triple corona de nopales con las espinas enhiestas o las varias figuraciones de urnas cinchadas, los eslabones, sogas, balazos, huecos que indican un vacío forzado o elementos que tienen que ver con el cuerpo humano, como formaciones reiteradas de ojos y orejas. No faltan desde luego los motivos ornamentales que coadyuvan a la morfología de un número considerable de piezas, sobre todo, las de mayor tamaño, pero las hay también realistas y resultan, si no terribles, sí provocadoras de horror con todo y su resolución formal.

La necesidad de satisfacción creativa por el autor, desde mi punto de vista, pudo entrar en casi irresoluble conflicto con el conocimiento y adiestramiento que él posee de este oficio que tiene varias limitantes, de modo que con todo y la intención de rememorar hechos de los que estamos conscientes –en la realización de este trabajo de duelo– está volcada no sólo su capacidad de expresión, sino tonos elegíacos que se manifiestan en una admiración si se quiere convulsionada. Es la belleza a contrapelo. El joven artwriter Francisco Santos ha anotado algo que resulta válido: Toledo crea un paralelismo entre este triste mundo y (el mundo) del arte, únicamente en éste podrían ser (expresadas) algunas situaciones que resultan brutales.