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De la comunicación y la democracia con adjetivos
¿C

uál es el rol de un analista político de izquierda? ¿Interpretar la realidad social con presupuestos ideológicos, o ayudar a discernirla en su complejidad?

Conociendo las reglas, lo primero resulta fácil. Basta con fijar las normas de antemano y ya. Por ejemplo: los-males-de-la-humanidad-provienen-del-capitalismo-y-sólo-el-socialismo-podrá-remediarlos. Y luego, sin cargos de conciencia, a dormir el sueño de los justos.

Ahora bien: mientras el capitalismo nunca dejó de construirse, autodestruirse y reconstruirse a sí mismo, la idea socialista permanece anclada en premisas ideológicas del siglo XIX, aunque siga siendo la alternativa racional para las tres cuartas partes de la humanidad que se debaten en la miseria, la ignorancia y la desesperación.

La responsabilidad de un analista de izquierda consiste, entonces, en mostrar las complejidades de lo real. Pero si una y otra vez procede a desarmar un reloj para explicar cómo funciona el tiempo, algunos lectores sentirán que se los trata como a idiotas. ¿Alcanza con que el analista se crea de izquierda para no incurrir en dislates que las derechas celebrarán con júbilo?

Un dislate recurrente consiste en tratar los hechos ahistóricamente, con extrapolaciones y descontextualizaciones a modo. Simplismos que hasta hoy, por ejemplo, atribuyen el fracaso del llamado socialismo real a la transgresión de ciertas reglas que habrían violado las normas del canon. Siendo anatema, por ende, insinuar si acaso no fueron tales hechos los que las pusieron en cuestión.

Otro ejemplo: los manoseados conceptos de multitud y autonomía, junto con los alegres vaticinios del fin del ciclo progresista que en América Latina empatan con la manipulación mediática, la amoralidad neoliberal y el cotorreo eurocéntrico posmoderno (preferiblemente francés, faltaba más).

Analistas que dan por sentada la supuesta pureza de los de abajo, politólogos de excelencia académica que cargan a saco contra los metarrelatos. Por no hablar de las izquierdas modernas, que optaron por adherirse a la globalización excluyente, en momentos en que el capitalismo occidental retornaba a los tiempos de la piratería colonial.

Las izquierdas clasistas y las vírgenes vestales de la parusía plebeya guardan con el capitalismo más semejanzas que diferencias. Mas si por fuera de ellas todos son iguales, habrá que observar que ellas no lo son. Pero esto no quita que continúen aferradas a reglas y normas ene veces fracasadas, creyendo así que podrán conjurar la inaudita violencia del anarcocapitalismo global.

Entre aquellos hechos concretos que se interpretan con obviedades y lugares comunes figuran, en primerísimo lugar, el desdén y subestimación frente a los desafíos de la democracia y la comunicación. Dificultad que, a juzgar por lo que vamos viendo en algunos países de nuestra América, permitiría lo que el comunicólogo mexicano Fernando Buen Abad Domínguez llama secuestro mediático de un proceso electoral, logrando que los pueblos voten contra sí.

En su artículo Semiótica del oscurantismo electoral a la luz de los medios, Buen Abad aporta con datos relevantes las operaciones de los laboratorios de guerra sicológica del imperio yanqui contra las democracias. En particular, dice que el plan mediático contra Argentina (Operación Cóndor/Buitre/Mediática le llama) es gemelo del plan que esos laboratorios emplean en Venezuela, Brasil y Ecuador.

Algo de eso (y mucho más) hay. Pero nuestro autor cierra su texto diciendo: Admitamos que hemos sido ingenuos, o débiles, o irresponsables en el manejo de la comunicación revolucionaria. Muy bien. Restaría saber qué se entiende por comunicación revolucionaria. Sigue: “un día vendrán por nosotros, pero nadie podrá decir que no lo advertimos…” Previsible. Restaría, asimismo, saber quiénes componen la primera persona del plural.

A pesar de las sumas demenciales invertidas para acabar con el kirchnerismo, 9 millones de argentinos no se dejaron engañar, votando en favor del Frente para la Victoria (FPV, 37 por ciento), contra 8 millones 300 mil votos derechistas (34), y 5 millones 200 mil más (21) del peronismo no kirchnerista, que inclinará el ballotage en los comicios del 22 de noviembre entrante.

El voto de los ciudadanos no depende ya de las mayores o menores cuotas de libertad, ni del crecimiento exponencial (pero virtual) de las redes sociales, que se limitan a transmitir mensajes revolucionarios. Pues si tan sólo se tratara de esto, la perplejidad será mayor cuando las derechas consiguen avanzar en democracia, y con plena libertad de expresión.

La primera ronda de las elecciones presidenciales en Argentina dejó la inquietante sensación de que las clases medias, cuando les va bien, votan mal. Y cuando les va mal, votan bien.