Opinión
Ver día anteriorSábado 7 de noviembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Academia de tequilólogos
H

ace cuatro décadas que escribí mi primer trabajo sobre el tequila, del cual, a pesar de todo, todavía no me avergüenzo. Debo tomar en cuenta que los honorarios me ajustaron para que se pudiera operar a mi hijo… A partir de entonces he estado más o menos atento a la marcha de la cadena productiva de esa bebida. Digo, además, que me enorgullezco, con la ayuda del subsecretario Rosenzweig, de haber introducido el destilado en las refinadas gargantas de la diplomacia mexicana, cuando me inmiscuí en ella en los años 80. Con anterioridad, sólo aparecía en las fiestas patrias, y con posterioridad se bebía por doquier.

A ello puedo sumarle casi tres lustros más, desde que comenzaron los años 60, cuando, henchidos de la mexicanidad profunda que manaba de los cánticos de Chavela Vargas, empezó la costumbre de beber tequila habitualmente. Debo agregar que contribuyó a tan patriótica bebida que lo conseguíamos gratis de las arcas del ingeniero González Madrid, padre de nuestro compañero Pedro, en cuya enorme casona solían hacerse las juveniles reuniones.

He de decir a nuestro favor que pocas veces se nos pasaban las cucharadas, aunque con frecuencia solíamos trasgredir aquel límite establecido por la calidad moral del arquitecto Díaz Morales de no beber más de tres…

Me ha tocado presenciar muchos avatares de los que el tequila ha salido airoso, y ahora navega viento en popa, aunque en quilla se han enquistado algunos parásitos envueltos en una aureola de sabiduría y de mamonería, que más bien perjudican.

Hace 15 años nació, cuando las aguas eran ya propicias. No se sabe con el aval de qué institución de prestigio, una Academia [sic] Mexicana de Catadores de Tequila que, en vez de ser AC debería reputarse como SA. Su dueño se nombró presidente de la misma y, además, se concedió el grado de maestro tequilero, tampoco se sabe por qué tribunal acreditado.

Su actividad académica, aparte de promoverse en la prensa, consiste básicamente en la venta de hebdomadarios cursos que, según se dice, capacitan como catador calificado…

Obviamente, aparte de exhibirse el académico en jefe, de nombre Francisco Hajnal –de quien hasta hace poco no habíamos oído hablar–, con un smoking muy a tono con el campesinado mexicano y los tequileros de verdad, en su página web nos endilgan la peor historia del tequila de que he tenido noticia.

Con el concepto que tienen algunos empresarios de que pueden hacer de todo, se nota que han abrevado y manoseado algunos textos válidos, cuyas ideas se plagian impúdicamente, lo que en el medio académico de verdad equivaldría a una quema pública; toman ideas superadas hace más de cien años, y apergollan un masacote del todo estúpido que en nada beneficia al tequila y ofende a quienes sabemos algo de él.

Es cierto que del tequila se han escrito muchas barbaridades, pero también lo es que en las librerías y las bibliotecas –esas vetustas instituciones que el señor Hajnal no debe conocer ni por fuera– hay varios libros avalados por editoriales de prestigio que a cualquier persona respetuosa del público y cuidadosa de su trabajo le pueden proporcionar fácilmente la información necesaria para escribir unas cuantas cuartillas decorosas.

A mi amigo Guillermo Romo.