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A la mitad del foro

Los oligarcas en el jardín de las delicias

E

n los años del reformismo modernizador, cuando elogiaban la apertura modernizadora de Carlos Salinas, los empresarios que acudieron al banquete regio de la charola aportaron su cuota a la salinastroika y aceptaron, con las debidas reservas, el impulso de Solidaridad, quizás porque anticipaba el desmantelamiento de los restos del PRI, de los sectores obrero, campesino y popular distantes del overol, el calzón de manta y el trajecito brilloso por el uso.

Habría razones adicionales en la confusa comparación con el Solidarnosk de los obreros polacos, punta de lanza de la embestida de Juan Pablo II y Ronald Reagan, aliados en el combate final contra el Imperio del Mal. Exceso de imaginación y ganas de enterrar al priato tardío que no salía del estado de coma; locura del método que lanzaba anatemas contra los nostálgicos del pasado, sedicentes herederos del nacionalismo revolucionario. Ya nadie duda, ya nadie recuerda el buen humor de Pablo Neruda al presentarle a los líderes priístas de los sectores, obrero, campesino y popular: Entonces, debo entender que en México los obreros y los campesinos no son populares.

Vino el vuelco finisecular y se acabaron las medias tintas. Los de la transición en presente continuo insisten en el logro de la democracia sin adjetivos y un sistema electoral costoso, pero capaz de llevar a los contendientes ante un tribunal y no a las barricadas; a una violencia verbal en justa medida para no llegar al caos anarquizante. De esto último se encargaría la victoria mayor del libre mercado: el narcotráfico y la adopción de gomeros y mariguaneros de los instrumentos del capitalismo financiero; el desconcierto o complicidad de la ya mal llamada clase política, en el flujo libre de regulación, de la inseguridad pública al desafío al Estado y a la seguridad nacional.

No se trata de revivir los cargos a la estulticia y ambición desaforada de Felipe Calderón que siguió a la frivolidad fatal del foxismo infectado de incontinencia verbal: la guerra sigue. Y el territorio nacional está sembrado de fosas comunes clandestinas, entierros del narco o de policías ministeriales, como la de Morelos. Y la ausencia del Estado. Esa guerra produce víctimas y destruye el tejido social. Pero hay que combatir el imperio de la criminalidad, dueña del enorme mercado y ocupante del vacío de poder donde el Estado se desmoronó por la corrupción a escalas equiparables a la desigualdad, la concentración de la riqueza en unas cuantas manos y la multiplicación geométrica de la pobreza.

De la desigualdad en la que 0.01 por ciento dispone de 90 por ciento de la riqueza acumulada y el resto sobrevive en la pobreza extrema o en el riesgo de caer en ella y llegar a la hambruna. De ahí que en estos días viniera a cuento recordar la galería de fotos en blanco y negro que recibía a quienes acudían a la casona de Bucareli en busca de audiencia con el secretario de Gobernación. En esa antesala apareció milagrosamente el retrato de Victoriano Huerta. El Chacal, autor del golpe militar y del asesinato de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez. Por qué se queja, Huerta fue secretario de Gobernación...

¿Qué diría un chileno que topara hoy con la imagen de Augusto Pinochet en las antesalas del gobierno de la República de Chile? A mí me duele lo mío. No por nostalgia del nacionalismo revolucionario, sino por la vergüenza y la amargura de ver a México convertido en una oligarquía. Sin excusas ni pretextos: gobiernan unos cuantos, dueños del dinero y de la voluntad de los que se dicen clase política, integrantes del sistema plural de partidos que vino a suplir el cesarismo sexenal, la hegemonía del PRI, de los herederos de la Revolución Mexicana, decían. Ni hablar del 20 de noviembre. En oficinas públicas hay fotografías de Huerta y no está a la vista ninguna imagen de Álvaro Obregón. De Zapata nada digo, porque en Chiapas, donde nunca llegó la revolución agraria, estalló la rebelión indígena zapatista.

Y porque en plena consolidación del poderío oligárquico, mientras los dirigentes empresariales hablan en nombre del Estado mexicano y dictan el rumbo a seguir, abundan los altos funcionarios, elegantes graduados de Harvard y de Yale que han bautizado a alguno de sus hijos con el nombre de Emiliano. Ah, la magia del eterno combate por la tierra: ayer y hoy caminan las mojoneras y el libre flujo de capitales confirma que los de a pie, o cabestrean o se ahorcan. Caray, llegó noviembre y en el Senado van a entregar la medalla Belisario Domínguez. ¿Qué día es hoy? –El que usted diga, señor Presidente.

Ahí está la foto de Victoriano Huerta. Belisario Domínguez fue senador, médico nacido en Chiapas y asesinado por los matones de Huerta por denunciar el golpe, el asesinato del presidente Madero, la violación criminal del orden constitucional. A Belisario Domínguez le cortó la lengua un afamado médico que habría de emigrar y hacer fama y fortuna en San Antonio, Texas. Nunca pronunció el discurso en la tribuna del Senado; una valiente mujer se encargó de llevarlo a la imprenta y entregarlo para su distribución. La presea se creó en el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines. Con el vuelco finisecular vinieron los reconocimientos post mortem: medallas para los muertos.

Males son del tiempo. Y el nuestro es el de los oligarcas en el jardín de las delicias. Para ellos el mando incontestado, la sonrisa agradecida de una clase política satisfecha con los estipendios de mozos de estribo; cortesanos en la entrega de las preseas del Estado moderno mexicano, para reconocer el mérito y el valor civil. Ni hablar, este año se la dan a don Alberto Bailleres, empresario ambicioso, rico a la antigüita: heredó una fortuna, misma que multiplicó más allá de lo imaginable y siempre de la mano del poder político, que alguna vez daba como prebenda y ahora entrega como obligación.

Rico ya desde los años de Adolfo el viejo, encabeza el conglomerado empresarial que se engalana con El Palacio de Hierro y explota las minas del primer productor de plata del mundo. Y ahí, el crecimiento exponencial de Peñoles describe la transformación de nuestra pobre república en oligarquía deslumbrante. Ya era dueño de una gran fortuna: de mil 200 millones de dólares al arribo de Vicente Fox pasó a 18 mil 200 millones en 2014 tras la salida de Felipe Calderón.

Paso a paso, a la oligarquía: en el sexenio de Adolfo López Mateos se le concedieron 12.81 hectáreas; Gustavo Díaz Ordaz, 28 hectáreas; Luis Echeverría, 344.44; José López Portillo, 3 mil 441.84; Miguel de la Madrid, 2 mil 39.59; Carlos Salinas, 3 mil 818.74; Ernesto Zedillo, 38 mil 533.05; Vicente Fox, 911 mil 366.01; Felipe Calderón, un millón 239 mil 273.42. Y en lo que va del sexenio de Enrique Peña Nieto, 62 mil 339 hectáreas. Alberto Bailleres es uno de los hombres más ricos del mundo, así como fundador del ITAM, cuna de la tecnocracia neoliberal en la que se formaron quienes hoy controlan las finanzas públicas.

En la olla podrida de la desigualdad, México ejerce un elevado gasto en educación y la desigualdad se refleja en las calificaciones: reprobados en matemáticas, en el uso y comprensión del lenguaje. Hace falta mucho más que un precandidato adelantado para que se haga realidad la reforma educativa. La UNAM ha de ser siempre forjadora de los hacedores del futuro con el vigor igualitario de la educación superior pública y laica. Hay nuevo rector: Enrique Luis Graue Wiechers. Velaré por la autonomía y la tolerancia, dijo. Y levantó el puño para gritar el ¡goya!